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El reciente interés de distintos sectores por la ruralidad permitió poner en la agenda pública la brecha construida en estos más de 50 años de conflicto armado: por ejemplo, el 70% de estas escuelas no tienen alcantarillado y el 13% no tienen energía.
La escuela ha sido para el campo colombiano punto de encuentro de la comunidad, refugio emocional y físico de guerra, albergue de desastres naturales, escenario de tránsito de personas e historias…Este lugar central que ocupa para los habitantes rurales se contrapone a la soledad histórica en la que han vivido las escuelas y los maestros del campo.
La mirada al campo desde los acuerdos de paz implica, de entrada, el reconocimiento de esta soledad y la propuesta de acciones que permitan darle otro lugar a los territorios rurales, incluidas sus escuelas.
La tarea es inmensa: según datos del Simat (Sistema Integrado de Matrícula) en el año 2013 existían en el país 14.045 establecimientos educativos oficiales, de los cuales el 72% eran rurales.
El reciente interés de distintos sectores por la ruralidad ha permitido poner en la agenda pública la brecha construida en estos más de 50 años de conflicto armado: cifras provenientes del Ministerio de Educación evidencian, por ejemplo, que el 70% de estas escuelas no tienen alcantarillado y el 13% no tienen energía.
Las cifras de analfabetismo, cobertura y calidad son alarmantes y crecen en las zonas en las que el conflicto armado ha tenido mayor presencia.
Entonces, ¿por dónde empezar a trabajar? El enfoque territorial desde el que se plantean los acuerdos es fundamental también para la educación.
Esto implicaría, entre otras cosas, atender la urgencia de revisar según las particularidades de cada territorio, la pertinencia de la relación técnica frente al número de estudiantes por docente, la vinculación laboral e incentivos de los maestros rurales, la fusión de sedes educativas y la legalización de terrenos, la conformación de los internados y muchos otros temas formulados y sufridos por maestros y Secretarías de Educación a lo largo de muchos años.
Las escuelas rurales como lugares de encuentro para la reconstrucción de tejido social tienen un papel importantísimo en la Colombia que empezamos a construir.
Esta responsabilidad requiere que la escuela y el maestro no estén solos; que se tejan lazos cada vez más fuertes con el contexto, las comunidades, las organizaciones sociales y la institucionalidad; que se reconozcan y se incorporen los saberes propios que los maestros y las comunidades han producido desde su experiencia y que se pongan en diálogo con lo global; que se articulen a la escuela las necesidades colectivas de las comunidades, que se abran espacios para la conversación, el perdón y la reconstrucción de las memorias locales.
La educación en lo rural, a la luz de lo planteado en los acuerdos, debe hacer énfasis en el aprendizaje alrededor del trabajo asociativo, en el fortalecimiento de las capacidades de las personas para trabajar juntas, solidaria y organizadamente.
Esto implica recorrer un camino de construcción de confianza en el otro, de valoración de las capacidades de cada uno y un reencuentro con la humanidad que hay en cada persona, independientemente de su historia.
En este camino, es clave replantear las pedagogías que conducen únicamente a la obediencia y abrirle paso a la inclusión, al pensamiento crítico y a la emoción como parte fundamental de la construcción de un país que al menos hoy nos atrevemos a soñar de otra manera.