En el marco de los acuerdos de paz, en nuestro país es cada vez más común situar la escuela como una institución central en los procesos de construcción y promoción de ciudadanía. De hecho, como se ha dicho recurrentemente en el campo educativo, la formación de ciudadanos es una de sus tres grandes finalidades.

Desde luego esta situación deja entrever que las instituciones educativas son de las pocas que han logrado permanecer en todos los rincones del país, pese a la violencia, la pobreza y las desigualdades. Sin embargo, para avanzar asertivamente en el desarrollo de las escuelas que necesitamos en el posconflicto, es fundamental preguntarnos: ¿Cómo se forma ciudadanos desde este tipo de establecimientos?

En la medida en que los procesos de educación formal permitan el desarrollo de las capacidades para conversar, escuchar y establecer pensamiento racional y argumentado, se están haciendo aportes sensibles a la construcción de un ciudadano reflexivo con la realidad, crítico con su entorno y propositivo frente a la transformación social.

El desarrollo de estas capacidades se materializa en la escuela desde actividades que promuevan la comprensión de nuestra necesidad de establecer, como sociedad, otras maneras de coexistencia. Estas nuevas relaciones se manifiestan en la  valoración de lo propio, el respeto y promoción de la diferencia, y la consolidación de un pacto social que nos haga sentir parte activa e integradora del territorio en el que vivimos.

La escuela puede situarse como generadora en acciones intencionadas que promuevan campos de acción desde la intervención constructiva en la toma de decisiones colectivas; el respeto por el otro y por el ambiente; la noción de lo público y el patrimonio; el manejo de conflictos en el aula; el respeto de las normas como reguladoras de la convivencia; la respuesta solidaria y empática a las necesidades que identifica a su alrededor; el reconocimiento y la valoración de su propia identidad; la identificación y el rechazo de situaciones en las que se excluyan o discriminen grupos de personas; y la valoración de la diversidad y el respeto de los derechos humanos.

De hecho, entidades con UNESCO o los sistemas educativos de Dinamarca y Argentina, se han concentrado en la ciudadanía como eje principal de la propuesta escolar. Sus apuestas se basan en una importante producción de las ciencias sociales y han vuelto la mirada hacia las competencias que un ciudadano de nuestro siglo debe tener. El manejo de las tecnologías, la empatía, el liderazgo, la opinión informada y la solución de problemas, entre otras, son indispensables para el bien-estar en la actualidad.

Cada una de estas líneas abre la posibilidad para que los maestros, y la escuela en general, piensen estrategias que transversalicen estas reflexiones. Es absolutamente fundamental entender que la ciudadanía es un proceso formativo que debe comprometer éticamente a todos los actores de la comunidad educativa, y no solo de manera parcial a los docentes de las ciencias sociales y el desarrollo humano.

Creemos que de esta manera, la escuela mantendrá la capacidad de situarse como un lugar privilegiado para favorecer el contacto entre pares, el intercambio de saberes y el reconocimiento de otras maneras de coexistir. En última medida, favorecer la calidad educativa y su pertinencia es la estrategia más poderosa para la formación de los ciudadanos competentes que puedan adelantar las tranformaciones que como sociedad y país nos demanda el siglo XXI.

Profesional en Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia, especialista en Evaluación Social de Proyectos de la Universidad de los Andes y Master en Ciencias en Política Pública y Gestión de Carnegie Mellon University. Tiene 15 años de experiencia trabajan