Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Existen diferentes estudios sobre lo que actores sociales de variado orden piensan del conflicto armado y social que ha padecido Colombia por varias décadas, particularmente luego de la firma del Acuerdo de Paz entre las Farc y el Gobierno Santos. En este escenario son escasas las investigaciones respecto a lo que perciben los jóvenes de instituciones educativas, tema particularmente relevante dado que estos no solo decantan los imaginarios sociales que circulan sobre este sensible tema, sino que son los futuros votantes que tendrán en sus manos la responsabilidad política de elegir a los dirigentes de la nación.
En esta columna comparto el resultado de un estudio adelantado para la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, en el que se indagó a 500 estudiantes de octavo y décimo grado de nueve colegios públicos y privados de Bogotá. Por efectos de espacio solo profundizo en ciertos puntos clave.
Sobre el origen y características del conflicto, los jóvenes participantes identifican algunos datos y fechas históricas, aunque enfatizan en la mala voluntad y desinterés de los protagonistas y especialmente en la élite dirigente de entonces y de ahora. Específicamente sobre la insurgencia, los escolares consideran que nació debido a encarnadas injusticias sociales y que su permanencia obedece a peligrosas alianzas con el narcotráfico. Aquí también persiste un juicio negativo hacia las dinámicas del presente, en el que políticos y guerrilleros son igualmente rechazados. En esta línea se impone una desazón con el Acuerdo de Paz de 2016 y sus consecuencias.
Respecto a los protagonistas más nefastos del conflicto, fueron señalados los políticos y la guerrilla con una fuerte invisibilización de los paramilitares y fuerzas del Estado. Como acontecimientos más destacados son rememorados el Bogotazo y la toma y retoma del Palacio de Justicia, así como el asesinato de líderes sociales y los llamados “falsos positivos”. Sobre las víctimas, los estudiantes creen que deben ser reparadas por los vejámenes recibidos y por el abandono que han padecido por parte del Estado, aunque impera una mirada lastimera y distante, quizá porque los participantes no han sido afectados directamente por la violencia.
Adicionalmente, los medios de comunicación emergen como las principales fuentes de información frente a lo que sucede sobre la violencia política en el país, muy por debajo de escenarios como las clases de ciencias sociales e historia. Esto plantea a la vez un importante reto para las escuelas y una demanda social respecto al contenido de las noticias y el ecosistema comunicativo que pesa enormemente en la configuración de percepciones sobre la violencia política.
Las representaciones de los jóvenes saltan de información puntual respecto a los sucesos del pasado lejano o cercano referido a la guerra en Colombia a una argumentación, con frecuencia moralizante, que trasluce una profunda desesperanza frente al presente. No hay confianza en las instituciones ni en los líderes políticos actuales y hay poca capacidad de agencia en el discurso de los escolares participantes.
En resumen, florece una versión despolitizada del pasado violento, quizá cargada de anécdotas, pero con escasas lecturas estructurales y sistémicas, cuya profunda desazón por el hoy recae en generalizaciones y descuida matices. Vale aclarar que el trabajo de campo de esta investigación se hizo justo antes del estallido social de 2021, así que queda por indagar si esta coyuntura arroja un diagnóstico diferente a las mismas preguntas.
La mayoría de los estudios que rastrean las ideas de los escolares sobre las décadas del pasado aciago señalan su supuesta falta de conocimiento de la historia del país. Este hecho, en su momento, justificó la creación de la comisión para reforzar la enseñanza de la historia y que ofrecerá al país unos nuevos lineamientos curriculares con énfasis en esta área.
Esta investigación fue en otra dirección. Asume que al referirse a contenidos polémicos de amplia circulación (sobre el que la opinión pública, las familias, las redes y los medios producen permanentemente datos) las respuestas de los estudiantes sobre la guerra no reflejan falencias en las escuelas. Expresan, más bien, la fuerza de una cultura política y unas largas memorias sociales que los jóvenes decantan, en las que circulan versiones hegemónicas que omiten responsabilidades y privilegian hechos, también miradas alternativas que rescatan protagonistas y perspectivas subalternas, pero que, en síntesis, para el caso de las nuevas generaciones, poco favorecen su capacidad de protagonismo y la lectura compleja de la realidad.
Como toda investigación social estas conclusiones son tentativas y temporales. El reducido grupo de jóvenes vinculados al presente estudio no necesariamente expresa a este sector social en todo el país, y nuevas dinámicas sociopolíticas o diferentes instrumentos pueden arrojar otros resultados y nuevas consideraciones. Por ahora, esta radiografía explica en parte la explosiva manifestación de miles de jóvenes que en los dos últimos años han salido a la calle porque sienten que no hay futuro.