Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Para empezar, debo decir que en temas de género no solo no soy experto, sino que apenas empiezo a entender muchas de las reivindicaciones, conceptos y necesidades formativas en el tema. Sin embargo, este es un asunto que me viene dando muchas vueltas porque, nunca como ahora, hay muchas manifestaciones de la necesidad de que el género deje de entenderse como una categoría del documento de identidad y se establezcan reflexiones y prácticas de equidad desde los diversos espacios sociales.
Esta vez quiero plantear tres reflexiones: dos casuísticas y una más de orden conceptual. Lo primero es que no podemos seguir volteando la mirada como si en las escuelas no pasara nada. Las recientes protestas en escuelas en las que se reportan casos de abuso por parte de maestros (hombres) contra niñas es solo una muestra de que existe la violencia sexual, y que innegablemente las mujeres son más propensas a este fenómeno. Es importante reconocer este hecho porque ante situaciones de desigualdad es necesario tener enfoques diferenciales, y en este caso no podemos permitir seguir naturalizando que las mujeres, en este caso chicas de no más de 17 años, sean violentadas desde los gestos, las palabras o los abusos contra sus cuerpos.
El segundo caso al que quiero referirme es más grato. Desde marzo de este año, con el apoyo del programa Generando Equidad de Usaid y en una coimplementación con equipos del grupo Diverser de la Universidad de Antioquia, venimos realizando el programa Ser+Maestro de Proantioquia es su versión con énfasis en los temas de género en el aula. Esto nos está permitiendo que cerca de 350 maestras y maestros del Bajo Cauca antioqueño, el municipio de Corinto, en el Cauca, y el municipio de Tumaco puedan reflexionar y apropiar metodologías para trabajar estas temáticas en los distintos ambientes de la escuela. Sin duda hemos encontrado una amplia receptividad, confirmando que los docentes no solo quieren abordar el tema, sino apropiar formas de hacerlo de manera clara y oportuna.
Finalmente, y en el orden de lo conceptual quiero referirme a una idea del antropólogo Marc Augé. Él, retomando la idea de las tres dimensiones del hombre de Durkheim (individual, cultural y genérica), reconoce que si bien lo individual define la identidad de cada sujeto, en algunas sociedades la segunda dimensión pone muchas trabas para el desarrollo una identidad personas verdaderamente libre. Por eso, el autor apela a una comprensión simple, pero potente: la presencia en cada individuo de una idea del ser genérico (en tanto humanos), y desde aquí reconoce una suerte de dignidad de la cual estamos dotados, todos y todas, y que debería ser motivo suficiente para evitar cualquier idea de agresión, oscurantismo, alienación o dictadura.
Así pues, al apelar a las violencias basadas en género, independiente de este, no solo agredimos la condición individual de una persona, sino que afectamos esa condición genérica que nos hace humanos. Es otras palabras, la violencia de género es una negación a nuestra propia humanidad. Ojalá lo entendamos no solo desde la escuela, sino desde cada rincón de nuestro espacio social.