He denominado “tareas atrasadas” a esta reflexión con el objetivo pensar la educación en perspectiva de su pasado, su presente y los retos que se avecinan. De aquí, señalar la necesidad emergente de proponer nuevas posturas epistemológicas para articular y construir un devenir orgánico entre el ecosistema educativo y la sociedad.

En pocas palabras, se trata de dejar de corretear y tratar de alcanzar los cambios que se vislumbran como un futuro inmediato e inexorable, pero que cada día son más explícitos. La propuesta es caminar de la mano de ellos.

Somos parte de un sistema educativo, a escala global, fallido y relegado en una relación paupérrima, que ubica la educación en los renglones marginales de las agendas públicas. Caímos en la dinámica de mirar y reflexionar sobre otros fenómenos igual de relevantes, pero más atractivos.

Hoy presenciamos un gobierno que se preocupa por la educación como medio de transformación y emancipación. No solo de los fríos indicadores. Por eso, propongo como caso especial dar preponderancia a la crisis medioambiental. No solo en Colombia, sino a nivel global.

Hemos atestiguado los cambios que el planeta está sufriendo a causa de nuestros excesos como género humano. Aunque hoy no nos parezca increíble, fuimos testigos de una pandemia de dimensión mundial.

El mundo muta aceleradamente. Los fenómenos sociales son cambiantes, los procesos culturales acelerados, los movimientos políticos radicalizados, el crecimiento demográfico es masivo. Sin embargo, la educación aún sigue pensando en como llenar las aulas, no en como transformar vidas y relacionarnos mejor con nuestro entorno.

La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) publicó en 2021 un informe titulado “Caminos hacia el 2050 y más allá. Resultados de una consulta pública sobre los futuros de la educación superior”.

En este plantea una discusión frente a como nos vemos en la actualidad desde una encuesta aplicada en diferentes puntos geográficos. Uno de sus apartados se concentró en las “Esperanzas y preocupaciones para los futuros”, el top 5 de las esperanzas es:

  1. Sostenibilidad (35%).
  2. Mejores relaciones con el planeta (27%).
  3. Un mundo mejor (23%).
  4. Una distribución global más justa de los recursos (8%).
  5. Uso de la tecnología para mejorar el medio ambiente (7%).

Por su parte, las preocupaciones se distribuyen así:

  1. Problemas ambientales (88%).
  2. Falta de desarrollo sostenible (4%).
  3. Falta de acceso a los recursos (4%).
  4. Peor relación con el plantea (2%).
  5. Desigualdades sociales (2%).

En síntesis, se nos invita a pensar las prospectivas del futuro con un plazo fijado de no retorno. Se convierte en un reto que desde la educación aportemos a redefinir nuestra identidad y relacionamiento como colectivo en el mundo, y no como dueños de este. También a construir sólidas bases para una agencia de la individualidad en clave del colectivo, no solo para la satisfacción de nuestras únicas y particulares necesidades.

Con esta perspectiva, aceleramos el camino de la educación para transformar las maneras en que la concebimos, desde el aula y fuera de ella, para construir nuevas capacidades y competencias desde el mismo ejercicio de la docencia, generar acciones de emancipación de los individuos que están dentro del ecosistema educativo (estudiantes y docentes).

De esta manera, activaremos actuaciones que generen efecto e impacto a nivel individual y social. En nuestro entorno cultural y territorial.

Desde este ejercicio académico, con una nueva perspectiva y nuevos paradigmas, hay que pensar en la generación de conocimiento para la reflexión y la consolidación de una sociedad cooperativa, colaborativa y social, construir currículos que estén a la par de los cambios de la sociedad, orientados a la identificación e intervención en los aspectos relevantes de nuestro entorno y desde contextos reales y adaptativos.

Así, respondemos a necesidades explícitas a nivel internacional y nacional. Propongo acercarnos desde una educación orientada a satisfacer necesidades de los contextos reales y problemas de las sociedades actuales.

Dejemos de dictar cátedra sobre lo mismo, innovemos en educación, generemos nuevos escenarios de discusión. Hagamos otra cosa, porque hacer lo mismo nos ha llevado adonde estamos.

Y no somos un buen referente. No se trata de correr más rápido para tratar de alcanzar las dinámicas sociales, se trata de construir ecosistemas educativos a la par de los fenómenos sociales. Entre ellos el cuidado del medio ambiente.

Por esto, y por las tareas pendientes de nuestro pasado como humanidad, hoy miramos desde la educación hacia el futuro. Pensando lo que puede venir con las sociedades del futuro y desde nuevas propuestas de gobierno.

Invito desde esta postura académica a pensar nuestro ejercicio de la educación de manera contextualizada y adaptativa. Garantizando concebir escenarios para el cuidado del medioambiente.

Pensar desde el aula y desde la generación de nuevo conocimiento en las décadas que están por venir, desde una postura apocalíptica, será decisivo para nuestra sostenibilidad, mejor dicho, para nuestra subsistencia.

Pensemos no desde paradigmas eurocentristas o anglocentristas. No necesitamos ningún modelo calcado. Necesitamos pensarnos como seres de este territorio. Desde la realidad de nuestros saberes ancestrales, empíricos, campesinos, mestizos, negros e indígenas.

Tenemos un último turno al tablero. Esta vez no para recitar conocimientos nemotécnicos y epistemológicos foráneos. Nos toca reconocernos e identificarnos como individuos de un gran proceso colectivo y cultural propio, enraizado en nuestra territorialidad. No se trata de romantizar el pasado, se trata de mirar con certera conciencia nuestro futuro inmediato.

Antropólogo. Doctor en Ciencias sociales. Interesado en el ejercicio académico de la comprensión de los sistemas culturales, a nivel local, regional y nacional.