Esta columna fue escrita en coautoría con Sofía Molina, Filósofa de la Universidad Nacional de Colombia.

“El Buen Vivir es la satisfacción de las necesidades, la consecución de una calidad de vida y muerte dignas, el amar y ser amado, y el florecimiento saludable de todos, en paz y armonía con la naturaleza, para la prolongación de las culturas humanas y de la biodiversidad. 

El Buen Vivir supone tener tiempo libre para la contemplación y la emancipación, y que las libertades, oportunidades, capacidades y potencialidades reales de los individuos/colectivos se amplíen y florezcan de modo que permitan lograr simultáneamente aquello que la sociedad, los territorios, las diversas identidades colectivas y cada uno —visto como un ser humano/colectivo, universal y particular a la vez— valora como objetivo de vida deseable (tanto material como subjetivamente, sin producir ningún tipo de dominación a un otro)” – René Ramírez Gallegos. 

Al elegir el Buen Vivir como eje central del sentido del aprendizaje, queremos apuntar a la necesidad de que la búsqueda del conocimiento teórico, el aprendizaje técnico, tecnológico, científico, artístico, etc., debe ser lo más consciente y coherente posible frente a sus consecuencias en términos de bienestar individual, comunitario, social y ambiental.

La posibilidad de encontrar este esencial vínculo que le devuelve el sentido al aprendizaje se da en el trabajo de campo.

¿Quiénes son los dueños del conocimiento? Todos y todas, humanos y no humanos; hombres, mujeres, niños, niñas, científicos y poblaciones étnicas, gerentes, equipos de aseo, de cocina… Todos y todas sin excepción tienen una parte de la verdad que necesitamos descubrir para comprendernos entre todos. 

Qué interesante sería invitar a las personas (todavía normalmente mujeres) que asean las universidades a una clase. Que estas mujeres nos cuenten cómo está la universidad frente a la responsabilidad de todos y todas de tener un espacio aseado y agradable, que cuenten cómo se sienten, que cuenten cómo viven… ¿Acaso ellas no poseen una parte clave de nuestra verdad? ¿Si lo que queremos es vivir bien, es acaso insignificante preguntarnos por las personas que tienen tan importante rol? 

¿Qué nos dicen los pájaros del lugar donde estamos? ¿Acaso sus cantos no nos dicen nada? ¿Es esto menos importante o más importante que el álgebra lineal, que las normas APA? El buen vivir aplicado al aprendizaje es una invitación permanente al diálogo de saberes y a reflexionar con el otro y la otra sobre la realidad real.

Trabajo de campo: reflexionar sobre la realidad real

Los aprendizajes que proponemos están ligados de manera intensa a los territorios que habitamos. El conocimiento que necesitamos no está solo en Harvard, en la Sorbona, en Oxford. El conocimiento que necesitamos producir se encuentra principalmente aquí. Aquí (donde está cada una de las personas con las que comparto este texto) está la fuente de todo lo que necesitamos saber y transformar. No hay dónde escapar. Los problemas que necesitamos resolver, las enfermedades que necesitamos sanar, los vínculos rotos que necesitamos reinventar, los flujos económicos que queremos gozar. Todo está aquí y la tarea de aprendizaje que proponemos es permanente, gozosa y a veces dolorosa.

Entonces la pregunta que debemos formularnos es quiénes somos y cómo queremos vivir. Estamos hoy llamados a pensar la vida de cada uno y cada una en los contextos que vivimos y con las ventajas y desventajas del lugar que ocupamos en la sociedad actual. Quizás siempre ha sido así. No hay referentes que imitar pues la vida se caracteriza -bien lo saben los budistas- por la impermanencia. Entonces tiene que llegar el momento en que cada uno de nosotros y nosotras sintamos la necesidad de preguntarnos por nuestros propios deseos y necesidades… ¿Acaso tus deseos son tuyos? ¿De quién son? ¿Qué tanto necesitamos saber para vivir bien? ¿Cómo sería tu vida si fuera una buena vida? 

Ya es hora de crear nuevas formas de relación, de ser, de vivir, de generar recursos. Entrar por la puerta de atrás a las comodidades materiales del mundo occidental, sacrificando los sueños de miles y miles, y aumentando el peso de la frustración por miles y miles, debería ser cosa del pasado.

Es momento de situarnos en el lugar en el que estamos, observar nuestras vidas, nuestras relaciones, las necesidades, los problemas de esos lugares, de esas relaciones, de esas vidas y desde allí empezar a tejer con nuevos hilos la historia, las historias, nuestras propias historias.

La obediencia de la universidad moderna en el contexto de la sociedad disciplinaria hoy es agravada por la violencia de la positividad: “Tú puedes poner más proyectos en marcha”, “tú puedes sostener una iniciativa más”, “tú puedes tener más presencia en las redes sociales”, “tú puedes conquistar más likes”. Tú sí puedes y siempre puedes más. Y una sociedad donde no hay límites a la productividad se transforma en una fábrica de ansiedad y depresión que es lo que actualmente vivimos y sufrimos. Es fácilmente perceptible que en la actualidad la mayor virtud es la actividad sin pausa y muchas de las educaciones hoy tienen la tarea de contribuir a la producción de dichos sujetos.

Nuestra propuesta en cuanto a la crianza, el aprendizaje y la educación consiste en promover, proponer y programar espacios de encuentro, ámbitos de comunidad orientados por el deseo de las personas que desean encontrarse y aprender. En dichos espacios las personas no se reúnen por obligación. Por el contrario, tienen intereses comunes y es a partir de los encuentros que se generan conocimientos, experiencias y aprendizajes. 

Es a partir del reconocimiento de las necesidades e intereses particulares de otras y otros que tenemos la oportunidad de gestar conocimientos significativos y prácticos que verdaderamente contribuyan al Buen Vivir. No siempre es necesario contar con salones, grados, profesores, máster y doctorados. Basta el encuentro del deseo, basta hacer explícitas las necesidades de cada una y cada uno, basta que haya una motivación intrínseca para ir al encuentro que produce el aprendizaje vital, significativo, necesario.

Hay suficientes estudios que demuestran que el aprendizaje importante para la vida se produce realmente cuando se hace por voluntad propia, cuando hay gozo y satisfacción, y no cuando hay obligatoriedad, imposición, sometimiento.

Al respecto, la teorías del aprendizaje social de Albert Bandura (1982), del aprendizaje sociocultural de Lev Vygotsky (1978) y de Alain Touraine (2006) sobre el aprendizaje y el afecto señalan que el aprendizaje se produce en espacios en donde se permite una interacción dinámica y afectiva entre las y los estudiantes, los profesores y profesoras y el entorno sociocultural o el contexto particular.

Dichos entornos no deben estar condicionados a la obligatoriedad, imposición, sometimiento y se debe posibilitar la verdadera autonomía para que el aprendizaje se dé de forma proactiva. El estudiante no es un cuenco vacío que deba ser llenado con información, sino una persona con capacidades internas inherentes al aprendizaje que, valga decirlo y resaltarlo, no solo aprende en las Instituciones educativas.

Tampoco es necesario ser segregados por edades para poder encontrarnos a aprender. Es más, en muchas ocasiones puede resultar contraproducente. Según Peter Gray, la interacción permanente entre personas de edades diferentes promueve la complejidad de las relaciones favoreciendo el desarrollo de habilidades cognitivas y de liderazgo (Gray, 2013). La crianza, la amistad y los afectos son aspectos fundamentales para generar aprendizajes.

Por ello es necesario reconocer y entender que los familiares, amigos y amigas juegan un rol preponderante en la vida de todas las personas. Nos parece importante que en los encuentros para aprender se involucren personas que forman parte del contexto familiar, afectivo o social de quienes se encuentran. Madres, padres, hermanos, hermanas, amigos, amigas, tías, abuelos y abuelas que estén interesados en participar del aprendizaje hacen parte importante del intercambio de experiencias reales y cotidianas que promueven aprendizajes y producción de conocimiento.

Un asunto fundamental para que haya un encuentro de aprendizaje vital y significativo es que busquemos trabajar con nosotras y nosotros mismos de manera consciente intensa y reflexiva. No solo es importante el conocimiento abstracto intelectual, científico, académico, técnico o tecnológico. Por el contrario, todos los anteriores tipos de conocimiento pueden carecer por completo de sentido si como seres humanos no nos ocupamos de manera permanente en localizar, aterrizar esos conocimientos para preguntarnos cómo estamos, qué necesitamos, qué pasó esta mañana, por qué hubo pelea en la casa, por qué no alcanza el dinero para comer bien… Las preguntas por la salud física y emocional atraviesan todas las esferas de la vida de una persona, de una sociedad, de un ecosistema.

Una de las herramientas metodológicas clave para ampliar el trabajo de campo es la revisión permanente de las trayectorias de aprendizaje e historias de vida de las personas que llegan a hacer parte de un encuentro para el aprendizaje como una brújula que nos ayuda a tomar decisiones y llevar a cabo acciones para el Buen Vivir. La práctica de revisar las historias de vida – trayectorias de aprendizaje busca entrar en lo profundo del ser, encontrar su infancia, los recuerdos perdidos, las razones que nos llevan a vivir de una u otra manera. Por décadas se han invisibilizado estas historias personales, muchas veces se han ocultado y nunca o casi nunca se habla de esto en la universidad en las actividades académicas. Generar espacios de confianza donde poder hablar es esencial para Vivir Bien.

Con frecuencia diversos estudiantes de la universidad, indígenas, campesin@s, afros, jóvenes de las ciudades, relatan en los cursos que hago y otras actividades en las que participo, que están acá en la universidad obligados por sus familias, por sus comunidades, que se someten a las imposiciones y frecuentes maltratos de la escolaridad obligatoria, de profesores y profesoras, porque no tienen alternativa, sienten que no tienen escapatoria. Esta es una de las principales causas de la pandemia de sufrimiento que hay en la universidad.

La tarea al acercarnos a nuestras propias historias de vida y a las de los demás conduce a enfrentarnos al abandono, descuido, maltrato, sentimientos de culpa, frustración, falta de afecto en distintas gradualidades. En la mayoría de los casos este tipo de sentimientos configuran el presente de las personas. El trabajo de campo que proponemos invita a transitar esas sendas para que los y las estudiantes puedan acercarse al conocimiento de manera libre, autónoma y autorganizada colaborativa. 

Avivar la llama del pasado, mirarla sin desprecio y trabajarla con conciencia emocional es una invitación permanente para que se logre ver en cada una de las personas con quienes interactuamos seres libres, sin pecados, sin semillas del mal. Preguntarnos por el origen de la necesidad enfermiza de control, de obediencia y de orden obliga a reconocer pasados dolorosos y ocultos. Poder compartir estas historias en ambientes de confianza y afecto sin duda alguna enriquece el aprendizaje y permite hacernos mejores seres humanos, buenas personas, aportar verdaderamente al compromiso principal misional de la Universidad Nacional de Colombia de contribuir al proyecto de nación. 

Profesor e investigador, Instituto de Investigación en Educación (IIEDU), Observatorio de Juventud (OBJUN), Dpto Ciencias Políticas. Coordinador del proceso de investigación - acción sobre Alternativas Educativas y Educaciones Sin Escuela. Universidad Nacional de Colombia.