Foto 237.jpg

“La capacidad de soñar es la que hace al hombre humano, en tanto que le permite proyectarse en un futuro deseado y, desde allí, empezar a actuar para hacer de ese futuro una realidad”.

Una educación para la esperanza

El conflicto armado ha generado una especie de neblina en nuestras capacidades institucionales, sociales y personales. En este sentido, la educación es una llave maestra para activar muchas de esas capacidades que se requieren para lograr realmente una paz estable y duradera.

Así como importa entender el capital social y económico, se ha empezado a hablar en el mundo de la importancia de comprender el capital psicológico como un recurso vital que tienen las comunidades para su desarrollo. El capital psicológico se relaciona con cuatro variables fundamentales para la vida en comunidad: la resiliencia, el optimismo, la esperanza y la autoeficacia. Este momento de la historia colombiana nos hace un fuerte llamado a usar nuestro capital psicológico para reponernos de lo que hemos vivido como país y ser capaces de construir un camino diferente para el futuro. Sin embargo, el conflicto también ha dejado una fuerte mella allí, y el sector educativo no es ajeno a esto.

La resiliencia se refiere a la capacidad que tienen las personas y las comunidades de reponerse a las adversidades. Colombia tiene cientos de ejemplos de resiliencia, visibles en las experiencias de personas que son capaces de continuar viviendo una vida con sentido a pesar, y muchas veces en medio, de los hechos más atroces. Educar para la paz implica fortalecer nuestra capacidad para resignificar el dolor de la violencia. Solo así podremos lograr que las nuevas generaciones transiten de una identidad de víctimas a una de sobrevivientes, con la capacidad de decidir sobre su presente y sobre su futuro.  

Por otra parte, la dupla de optimismo, o la capacidad de ver el vaso medio lleno (y no medio vacío), y de esperanza, es decir la capacidad de soñar nuevas y mejores realidades, se ha visto severamente afectada por el conflicto interno. En mi trabajo cotidiano, donde tengo la suerte de compartir con personas altamente comprometidas con la equidad, me encuentro muchas veces con una alta desesperanza y un gran pesimismo frente al futuro del sistema educativo. Quiero pensar que esa es una más de las heridas del conflicto en nuestra cultura.

La capacidad de soñar es la que hace al hombre humano, en tanto que le permite proyectarse en un futuro deseado y, desde allí, empezar a actuar para hacer de ese futuro una realidad. Fue el sueño de Martin Luther King el que llevó a Estados Unidos a hacer un giro profundo es su trayectoria de inequidades, y el que permitió que muchos niños, niñas y jóvenes se permitieran soñar otras posibilidades para sus vidas. En el sector educativo necesitamos volver a soñar, conectarnos con las utopías, y empezar a creer de nuevo que es posible cambiar la trayectoria de inequidades que hay en el sistema.  

Claro, los cambios sociales son complejos y requieren de esfuerzos colectivos de largo plazo. Es allí donde entra la variable final del capital psicológico: la autoeficacia, o el sentir que es posible transformar la realidad que uno vive. Poder soñar y emprender un camino de transformación profunda del sistema educativo requiere empoderamiento. Éste solo se logra generando espacios de participación, donde todos en el sistema se arriesguen a experimentar con apuestas innovadoras, en ambientes de seguridad donde cada uno sienta que su ego no está en juego, y entonces todos podamos aprender de los errores y construir colectivamente sobre los triunfos.    

Solo si soñamos juntos el cambio, lo deseamos realmente y creemos que poniendo de nuestra parte es posible lograrlo, podremos generar una transformación profunda en el sistema educativo, que haga realidad el ideal de país que todos merecemos tener.