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El trabajo hoy ya no es un lugar al cual se va por unas horas para recibir una remuneración. El trabajo es cada vez más un estilo de vida que se transforma permanentemente. La estructura del sistema pensional actual es opuesta a estas nuevas lógicas.

En medio de la cuarta revolución industrial las discusiones en torno a los sistemas pensionales deben incorporar, además de la edad y las semanas de cotización, elementos socio culturales tales como el sentido del trabajo, el concepto de familia, los desafíos de envejecer y el biocentrismo. Hoy es fácil predecir que cada vez habrá más trabajadores independientes, familias diversas con o sin hijos, con o sin mascotas, adultos mayores expuestos a la soledad, y ciudades sostenibles. En este futuro inmediato las prestaciones sociales denominadas pensiones deben redefinirse profunda y rápidamente.

Con la primera revolución industrial el trabajo humano se incorporó como un factor más de producción que, al agregarse a la tierra y al capital, permitía la generación de utilidades para el dueño de este último. Así las cosas, el trabajo determinó el surgimiento del derecho laboral y consecuentemente de las prestaciones sociales, dentro de las cuales las pensiones siempre han sido un desafío. El fundamento de estas es dar respuesta a las necesidades sociales que emergen de los riesgos vejez, invalidez y muerte, siendo las variables definitorias de estas prestaciones económicas los aspectos jurídicos y financieros, los cuales se configuraron en las lógicas de producción y relacionamiento propias del trabajo físico y un capitalismo industrial predominante.

Los avances tecnológicos, los procesos de integración económica, el aumento de la población y el aumento de la expectativa de vida, han configurado una suerte de transformaciones particulares que son elementos esenciales de la denominada cuarta revolución industrial, la cual seguirá redefiniendo el rol y la identidad del trabajo en las sociedades actuales. Los sistemas pensionales se han pensado para sociedades cuyas economías gravitan en torno a los factores tradicionales de tierra, trabajo y capital, en tanto que los mercados actuales están definidos por las lógicas de la economía del conocimiento, en un sistema de capitalismo financiero más que industrial.

En el pasado las manos del trabajador agregaban valor de manera limitada. Hoy las ideas y el conocimiento de un trabajador o un pequeño grupo de ellos, en menos de diez años, generan empresas valoradas en varios miles de millones de dólares. Tradicionalmente el trabajo ha sido visto como una obligación operativa ceñida a un horario, de la cual había que escabullirse permanentemente. A tal punto que dicho “castigo” debía ser premiado con una pensión de vejez, a la que se llegaba al estilo del prisionero que pone marcas en un calendario pegado en la pared de su cuarto.

Hoy en día trabajar, más que ir a un lugar, implica creatividad y exige de los gobiernos la generación de políticas que garanticen al trabajador del conocimiento encontrar en su día a día las condiciones que le permitan libremente expresar sus intereses y deseos; de los cuales pueden surgir las grandes disrupciones y consecuentemente la generación de riqueza. Es claro entonces que el concepto de trabajo ha cambiado, y las bases y fundamentos sobre los cuales se discuten actualmente las reformas pensionales son insuficientes y limitados.

Uno de los desafíos que siempre han enfrentados los diseñadores de políticas públicas en seguridad social ha sido lograr la cobertura poblacional plena. Para esto se acudió a la afiliación del grupo familiar, el cual tradicionalmente ha estado conformado por un hombre, una mujer y sus hijos. Sin embargo, también en el marco de esta nueva revolución, hay profundas transformaciones en el concepto de familia; el cual no solo debió aceptar la existencia de las familias homoparentales, sino también de parejas que no desean tener hijos, siendo las mascotas una nueva variable a tener en cuenta. En otras palabras, los sistemas jurídicos ya no solo seguirán ampliando los derechos de las parejas del mismo sexo hasta equiparlos a los de las parejas tradicionales, sino que también tendrán que aceptar a la luz del biocentrismo, que las mascotas son seres vivos con derechos morales a las cuales se podrán designar además de herederos, beneficiarios de las pensiones de sobrevivientes.

Los avances en las ciencias de la salud han generado un sin número de cambios positivos que además de mejorar la calidad de vida de las poblaciones, han llevado a comunidades cada vez más longevas. Cuando en Colombia se definieron las primeras pensiones para el riesgo vejez la expectativa de vida difícilmente llegaba a los sesenta años, con lo cual pensionarse a los cincuenta años era razonable. Hoy en día, cuando la expectativa de vida en promedio puede superar los ochenta años, una pensión a los sesenta y dos años además de ser casi imposible financieramente, es un castigo silencioso para aquel que sin conservar su movilidad física, mantiene sus necesidades emocionales de sentirse útil, así como sus capacidades intelectuales y  la sabiduría que emerge de la experiencia.

Un ciudadano que llega a los sesenta años sin un escándalo de corrupción, sin un proceso penal o disciplinario en la procuraduría y que ha podido vivir en sociedad impactando positivamente a su comunidad, se espera que resuelva de mejor manera los dilemas propios de la dirección de organizaciones. De tal suerte, tal como ocurre en otros países, una reforma pensional debería ser parte de una revolución política y jurídica, en la cual los adultos mayores sean protagonistas de la administración pública y privada. Sin duda un adulto mayor no es garantía de las mejores decisiones desde una perspectiva técnico científica, pero quizás si es más prudente confiar en ellos; para lo técnico científico siempre han existido los equipos de trabajo. Una pensión de vejez no debe significar la muerte laboral de una persona, debe anunciar que la sociedad dispone de un trabajador confiable al cual no habrá necesidad de pagarle salario en metálico; para él será suficiente el salario emocional.

Dentro de los desafíos que emergen con la cuarta revolución industrial está la eliminación de un alto porcentaje de las causas de invalidez laboral. Trabajadores que no requieren ir a un lugar determinado tienen una menor pérdida de capacidad laboral que aquellos cuyo empleo exige el uso de sus miembros inferiores para desplazarse a laborar. En este mismo sentido, nuevos tratamientos médicos, esquemas de prevención y promoción cada vez más efectivos, así como robots remplazando el trabajo humano, seguirán llevando a un marcado descenso en las tasas de invalidez. Lo anterior determina que los futuros sistemas pensionales deberán atender a realidades cambiantes cuyos ajustes siempre deberán garantizar la protección del ser humano. Un pensionado de invalidez que ve como su condición se ve mejorada por la tecnología enfrenta la dicha de ser nuevamente productivo, pero a la vez la preocupación de identificar formas de generar ingresos por haber perdido el derecho al pago de su pensión.

Finalmente, siendo quizás el aspecto más crítico para el autor, se requieren ajustes no solo estructurales sino rápidos. Así como hoy recorrer cientos de kilómetros requiere menos de un segundo gracias al internet, llevar a los sistemas de financiamiento de las pensiones a puntos de quiebre puede tomar un par de décadas si no se toman decisiones de inmediato. Esta situación requiere sin duda de transformaciones culturales que faciliten procesos de aceptación y adaptación a los desafíos atrás enunciados relacionados con una nueva concepción del trabajo y la familia, una estructura poblacional con condiciones socio demográficas distintas, y una postura homogénea en torno a si se continúan direccionando las políticas, los sistemas económicos y jurídicos, por una lógica antropocentrista o una biocentrista.

Director Grupo de Investigación en Derecho Privado, Facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario. Médico, Abogado, Especialista en Derecho del Trabajo, Master en Administración, Coach Ontológico, Doctor en Ciencias de la Dirección.