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Interrogantes sobre el  trasegar de la Catedra de la Paz en la escuela. 

Han pasado aproximadamente tres meses desde que se inició el año escolar para los colegios de calendario A, casi un año para los de calendario B y sería interesante conocer cuáles son los avances, dificultades o cuestionamientos acerca de la implementación de la Cátedra de la Paz, establecida como “de obligatorio cumplimiento” según el decreto 1038.

Resulta complejo pensar en algunos aspectos relacionados con esta cátedra. Uno de ellos tiene que ver con la exposición de motivos de dicha ley, en los cuales se dice que la educación es un medio para llegar a la paz, pasando por un componente que llama la atención: la justicia social. Sin duda, este fin se conecta con el lema del actual gobierno de “Paz, Equidad, Educación”. Allí reside uno de mis principales dudas que consiste en interrogar sobre cómo se podrá equilibrar esa ecuación conformada por tres de los aspectos más críticos en la sociedad colombiana.

En solucionar cualquiera de esos aspectos, nuestro país ha empeñado voluntades, presupuestos, programas de gobierno y vidas, muchas vidas. Los maestros tenemos un papel central en esa relación pero en particular lo que atañe a la educación. Sin embargo, en lo que tiene que ver con la Cátedra de la Paz, pareciéramos desempeñar un papel más bien secundario, como ejecutores de una reglamentación en la cual resuena en mi cabeza aquello de “obligatorio cumplimento”.

No se trata de un asunto de rechazo o negación sino más bien de reivindicación. Porque la escuela ya ha tenido que afrontar el asunto de la paz por sí sola –y ni qué pensar acerca de la equidad-. Si la escuela es una sociedad en miniatura, habría que por lo menos imaginar con qué retos se ha encontrado el maestro para educar en medio de tantos conflictos propiciados por la historia de violencia y desigualdad social –de nuevo esta nefasta variación de la “justicia social” que mencionaba al inicio de este  texto- y que si lo pensamos ya ha sido respondida décadas antes de ser promulgada esta cátedra particular. Repito, no se trata de rechazo, sino que tiene que ver con algo de lo que nuestro país adolece: memoria histórica y conciencia social.

Preocupa pensar qué tanto se consultó a la escuela, a sus maestros, a sus niños y jóvenes, que de una u otra manera han asumido el conflicto en medio de las otras tareas que impone la educación. Y es más dramático el asunto cuando se piensa en la escuela rural, ¿cuánto ha debido sufrir la educación en el escenario del campo respecto a un conflicto encarnizado y ciego ante los más débiles? Una película como “Los colores de la montaña” y la escena de los niños pintando con flores y dibujos los lemas de la violencia, nos brinda unas pistas muy desgarradoras acerca de la realidad de una escuela ligada desde siempre a la espiral fatídica de la violencia, a la que ha debido responder con las uñas.

Por estos días la cantidad de propagandas, conferencias, diplomados, cursos y demás, alrededor del tema de la paz es impresionante, paradójicamente podría decirse abrumante. En algunos meses no habrá auditorio para tanto congreso. Y ante todo aquello ¿cuál será el papel que hemos asumido como maestros en la implementación de la Cátedra para la Paz? Esperemos que no caiga en el olvido  como ha sucedido con  otras cátedras obligatorias como la de la afrocolombianidad o la de seguridad vial. Una tarea más para la ya agobiada escuela a la que se le endilgan las soluciones de una sociedad compleja.

Licenciado en Lingüística y Literatura, Magister en educación de la Universidad Externado de Colombia. Docente universitario.