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El 2 de enero, de acuerdo a fuentes oficiales, se registró la muerte entre combatientes y civiles de 27 personas en el piedemonte araucano (Tame, Fortul, Saravena y Arauquita) en un nuevo ciclo de violencia entre el Frente 10 Martín Villa de las antiguas Farc y el Frente de Guerra Oriental Manuel Vásquez Castaño (FGO) del ELN.
Este evento, más que una acción puntual, está compuesto de una cadena de disputas armadas y “ajusticiamientos” conectados por una motivación, pero distanciados espacialmente: los asesinatos selectivos, que incluyeron mujeres y menores de edad, algunas veces antecedieron o fueron simultáneos a los combates, que se han prolongado durante los últimos quince días a lado y lado de la frontera.
A los informes y alertas de riesgo emitidos por la Defensoría del Pueblo desde 2018, se suman los siguientes acontecimientos:
- Desde 2018 se han registrado una serie de asesinatos ejemplarizantes contra supuestos miembros del Tren de Aragua, migrantes y locales por no ceñirse a las reglas de juego impuestas por el ELN y la disidencia de las Farc.
- La ruptura entre “Gentil Duarte” e “Iván Márquez” y compañía, a mediados de 2021, desató una batalla abierta en La Victoria (Apure) entre la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (Fanb) y el Frente Martín Villa, que dejó patentada la fortaleza y capacidad militar de la disidencia.
- El asesinato de tres de los cuatro comandantes de la Segunda Marquetalia en Venezuela, en un aparente ajuste de cuentas entre el Frente 10 y la Segunda Marquetalia, terminó por confirmar la hegemonización de la disidencia a lado y lado de la frontera.
Estos elementos configuran el caldeado ambiente araucano y exponen que estamos frente a una coyuntura crítica que puede derivar en un nuevo ciclo de violencia que, si bien muestra un carácter reciclado en algunos aspectos, también expone una ontología inédita.
Una breve historia de la insurgencia en Arauca
Aunque las Farc y el ELN tuvieron procesos de formación disímiles en Arauca, las dos insurgencias emergieron de forma simultánea (1980). Los roces y choques fueron constantes, pero los dos grupos se adaptaron y aprendieron a convivir al punto que unieron fuerzas en el año 90 en el marco de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar.
A pesar de que las Farc y el ELN hicieron frente común a la incursión del Bloque Vencedores de Arauca, esta coexistencia pacífica termino cuando las Farc, a inicios del milenio, intentó insertar los cultivos de coca e interfirió en los dominios elenos sobre el petróleo, la vida política local y la contratación departamental.
La situación se desbordó cuando un comandante eleno mató a uno fariano en diciembre de 2005. La primera guerra dejó una estela de sangre a lo largo y ancho de Arauca y Apure: más de mil muertos y 50.000 desplazados que dejaron como triunfador al ELN. El fin del conflicto fue sellado por los jefes nacionales de las insurgencias (2010), dando génesis a un acuerdo de repartición territorial (paz araucana) que abarcó Arauca y Apure y que permaneció hasta hace poco. Este pacto no solo delimitó las zonas de influencia, sino que también definió los ámbitos de regulación, de trabajo político y la extracción de recursos de las actividades que cada grupo solía regular y ordenar.
Una guerra reciclada en una nueva ontología
El actual ciclo violento en Arauca tiene continuidades con el anterior, pero presenta una nueva ontología.
Dentro de las continuidades señalamos:
- Los patrones y repertorios violentos parecen reeditarse. Las balas se dirigen contra el adversario y hacia el entramado político, societal y familiar de las estructuras armadas. Tanto en la primera guerra como en los hechos recientes ha sido común que las acciones armadas fueran de la mano de un importante impacto humanitario, dejando entrever que tanto disidencias como el ELN son capaces de aplicar grandes dosis de violencia con una importante selectividad y una clara lógica: golpear tanto al enemigo como a sus apoyos sociales y lazos familiares.
- Las figuras más visibles de este nuevo ciclo violento son los veteranos mandos del ELN y de las extintas Farc en Arauca que también venían de ser importantes protagonistas de la primera guerra. En el ELN, “Pablito” es un referente por su capacidad militar y ascendencia política en el Sarare. “Arturo”, líder de la disidencia, no sólo era el segundo al mando, después de “Grannobles”, es reconocido por ser un curtido guerrero, que conoce a cabalidad las dinámicas territoriales del Sarare.
- La competencia, a semejanza de años atrás, por recursos y el control sobre las poblaciones vinculadas a ciertas actividades económicas, se ha reeditado. Cada grupo expone un gran recelo por preservar las formas y modos de regulación y socialización política que ejercen en sus áreas de dominio.
- Se patenta una marcada ineficiencia en las estrategias y planes de seguridad de las fuerzas estatales colombianas, que priorizan medidas militares que solo han servido para estigmatizar y perseguir a los pobladores del Sarare.
Ahora bien, a pesar de estas continuidades identificamos que los actores armados no son los mismos ni están bajo las mismas condiciones militares y estratégicas. A inicios del milenio, el ELN estaba en un proceso de declive y retroceso territorial y militar nacional, que se reflejaba, incluso en el Sarare, mientras que las Farc se encontraban en su momento de mayores desarrollos político-militares.
Actualmente, el ELN es quizás el actor armado más grande en pie de fuerza y presencia territorial en el país, y tiene en Arauca su bastión militar, social y político: la mejor prueba de la profundidad de esa fuerza se evidencia en que su influencia continúa presente en las instituciones políticas del departamento.
En contraste con el dictamen de Von Clausewitz, en Arauca la política es una continuación de la guerra por otros medios, y en la que el ELN logró reactivar su sistema del clientelismo armado durante los recientes mandatos de José Facundo Castillo y Ricardo Alvarado, quienes fueron detenidos el octubre pasado por sus supuestos lazos con el grupo guerrillero.
La hegemonía elena en Arauca se debe, en gran parte, a su capacidad de desplegar violencia para someter a sus oponentes legales e ilegales, una tendencia que se refleja en los recientes sucesos y la forma cómo procedió.
Casi todas las víctimas fueron asesinadas de manera selectiva y sumaria, exponiendo un patrón claro (objetivo, frecuencia, modalidad) para defender su dominio. En cierta forma este evento se asemeja, guardando las diferencias, a una limpieza masiva al estilo de la noche de las vísperas sicilianas, que expone una coordinación y voluntad militar notable.
En el caso de las disidencias, si bien están al mando de Arturo, segundo al mando del antiguo Frente 10 de las Farc, emergieron más como resultado de la manera y la forma en cómo se ha dado la implementación del Acuerdo de Paz que a una escisión ideológica y militar de cuadros medios con la comandancia.
La actual estructura se formó con el respaldo de “Gentil Duarte” e “Iván Mordisco” después de que algunos guerrilleros desmovilizados abandonaron el Etcr en Filipinas (Arauquita) y recibieron el apoyo de “Duarte” materializado en efectivos, armas y recursos para abrir nuevos espacios estratégicos, relacionados con la economía cocalera, en Apure y más allá en Venezuela.
Esta conexión con Duarte, mas no subordinación, y las apuestas del rearme transformaron el estilo de relacionamiento de Arturo y sus hombres, pues se muestra más militarizado, monetarizado y violento: a la compra de lealtades, le suman el uso de recompensas económicas y altas dosis de violencia para sostener sus dominios territoriales en Arauquita, la zona sabanera y Apure. Ciertos pobladores señalan que las disidencias están menos preocupadas por regular aspectos de la vida social y política como lo hacían las Farc, hecho que ha generado ciertos agravios en sus zonas de influencia y se expresa en sus repertorios violentos.
En contraste con los asesinatos selectivos utilizados por el ELN, los hechos violentos desarrollados por el Frente 10 son actos públicos, diseñados para demostrar su fuerza, y quizás, para ocultar su incapacidad de localizar y atacar a efectivos actuales del ELN. La mejor evidencia del tipo y la lógica de violencia capaces de desplegar son el reciente suceso que tuvo lugar sobre la Empresa Comunitaria de Acueducto, Aseo y Alcantarillado de Saravena (Ecaaas ESP), el bus incinerado a la salida de Tame, algunas amenazas a organizaciones sociales y un hostigamiento a la Fuerza Pública en Fortul.
Por otro lado, indiscutiblemente el factor que más ha cambiado desde el fin de la primera guerra es el papel de Venezuela en el conflicto armado colombiano.
Como referimos en un artículo pasado, el protagonismo y función del vecino país cambió de una retaguardia estratégica para las Farc y el ELN hacia un espacio fértil para el modelo eleno por el cuasicolapso del Estado venezolano en la frontera. Mientras Chávez mantuvo una preferencia para las Farc, Maduro se ha acercado al ELN, siendo permisivo con su expansión y consolidación a lo largo y ancho del espacio binacional.
Por toda esta franja fronteriza y más allá en el interior de Venezuela, el FGO ha dirigido la implementación del Poder Popular con éxito, asumiendo variadas funciones estatales, bajo una bipolaridad: del lado colombiano desafía al Estado mientras en el territorio venezolano defiende al régimen bolivariano como un grupo paramilitar.
Desde su formación en 2017, el Frente 10 ha copado espacios en Arauquita y el Alto Apure (La Victoria y sus alrededores), generando tensiones con el ELN. Solo hasta finales de 2020 la situación escaló cuando la Fanb lanzó una operación militar, respaldada por el ELN, contra un campamento de la disidencia en suelo venezolano y, luego, la Fanb inició una campaña concertada, con la Segunda Marquetalia, en La Victoria, para enfrentar y desalojar al Frente 10.
Aunque el Frente 10 resistió y por último humilló a la Fanb, la mayoría de sus tropas fueron desplazadas al bajo Apure y la zona sabanera araucana. En los meses siguientes, la disidencia tomó su venganza contra sus excamaradas con los asesinatos de “Romaña” y “el Paisa” en suelo venezolano, y en los últimos y primeros días de 2021 y 2022, respectivamente, llevó a cabo represalias similares contra unos comandantes elenos en el Alto Apure.
En respuesta el ELN desarrolló la ola de asesinatos selectivos en Arauca, a inicios de este año, al tiempo que viene persiguiendo a figuras públicas a lo largo del Apure que perciben como base social de la disidencia y realizando incursiones militares para conquistar espacios claves del Frente 10 como Guasdualito. Además, la Fanb, que presumimos no enfilará baterías contra el ELN, desplegó un contingente para combatir la presencia de las llamadas Tancol (Terroristas, armados, narcotraficantes de Colombia).
Estas dinámicas descritas revelan otro cambio con relación a la primera guerra: la geografía de la confrontación se amplió y muestra una relación más compleja: a diferencia de años atrás lo que sucedía en territorio colombiano incidía directamente en espacios del vecino país. Ahora esta dirección no es tan clara y queda en evidencia que lo que sucede en el vecino también está incidiendo en las dinámicas locales y nacionales.
Finalmente, a pesar de lo crítica que se muestra la situación en Arauca y Apure, hay una serie de hechos y acciones que muestran que las organizaciones sociales tienen mayores repertorios de movilización y acumulados organizativos que en la primera guerra.
Entre 2004 y 2010, por los rasgos y la lógica que tuvo la confrontación armada, los grandes perdedores fueron los habitantes del Sarare: ellos fueron quienes pusieron los muertos. No obstante, de ahí se derivó un proceso de aprendizaje, autonomización y visibilización de las dinámicas locales para llamar la atención tanto del Estado colombiano como de la prensa nacional y los organismos de cooperación internacional frente a ciertos sucesos violentos.
Hoy en día, la experiencia y el uso de herramientas tecnológicas y las redes sociales permite no solo reportar y denunciar situaciones que afectan la vida cotidiana de los locales, sino también diversas expresiones sociales y algunas herramientas tecnológicas permiten visibilizar las dinámicas y lógicas que se están desarrollando en esta nueva confrontación. Este tipo de acciones ejercen una presión tanto al interior de las dinámicas territoriales y sobre los grupos armados, así como expone la incapacidad e inacción estatal.
En la primera dimensión, este tipo de hechos pueden ser una forma de presionar, contener y resistir las formas de ejercer violencia de las disidencias y el ELN. Basta recordar la marcha que se hizo un día después de los primeros acontecimientos como muestra de rechazo a esta forma de confrontación y frente a la apertura de un nuevo ciclo violento. Además, a las movilizaciones, grabaciones y registros fotográficos se suma la emisión de comunicados donde se denuncian los diversos acontecimientos que han ocurrido a lado y lado de la frontera, siendo el más representativo el emitido por el atentado contra la Ecaaas ESP.
Estos repertorios y acciones contrastan con lo ocurrido durante la primera guerra que pasó inadvertida dentro de la opinión pública nacional. Hoy en día los procesos organizativos del Sarare muestran nuevos mecanismos para expresar su inconformidad con los grupos guerrilleros y en cierta forma estos acumulados y aprendizajes, junto con las nuevas herramientas a disposición pueden ser un punto de quiebre en el futuro si la violencia se torna incontenible: recordemos lo que pasó en el sur de Bolívar.
A modo de balance
Una “segunda guerra” en Arauca arroja varios aspectos a tener en cuenta.
El Acuerdo de Paz con las Farc no mitigó las problemáticas existentes en las zonas donde tenía presencia la extinta guerrilla. Además, queda una vez más retratada la incapacidad del Estado colombiano de sustituir los órdenes armados erosionados.
Asimismo, el caso araucano muestra la compleja y novedosa dinámica del actual escenario al exponer las intersecciones que hay entre diversos procesos de rearme, la economía política de las reconfiguraciones de los dominios territoriales, su vinculación con otras dinámicas territoriales (como en el Catatumbo) y la internacionalización de estas lógicas. El hecho de que el FGO tenga gran influencia dentro de los otros frentes regionales donde se encuentran las disidencias de Duarte (Catatumbo, Cauca) significa que esta pelea podría diseminarse a otras regiones, a la vez que pondrá a prueba la capacidad organizativa y de coordinación del ELN para hacer la guerra, debido a su carácter federado. Frente a este eventual escenario veremos qué tanto se ha integrado o fragmentado esta insurgencia en los años recientes.
Además, por la forma, patrones y lógicas que expone la violencia existe un gran riesgo para los habitantes del común. Ya hay un importante precedente y los hechos recientes pueden dar idea de cómo se libraría la batalla y cuáles serían los afectados. La guerra en Arauca debe leerse con marcos de interpretación locales y societales, ya que la misma se encuentra imbuida en complejos vínculos e interacciones organizativas y familiares, lo que muestra su profundidad y carácter intestino, poniendo de relieve que la resolución del conflicto en Arauca no se logrará con las tradicionales estrategias de seguridad basadas en la militarización del territorio y la cacería a objetivos de alto valor estratégico.
Para el ELN la defensa de Arauca ante cualquier competidor armado (legal o ilegal) es un imperativo existencial ya que en la práctica solo en ese departamento colombiano y en algunos territorios venezolanos ha logrado materializar el proyecto eleno de “poder popular”, es decir, solo ahí ha podido sostener en el tiempo un importante acumulado político-militar real que alimentó y alimenta a Frentes Guerra ubicados en otras regiones del país.
Además, acá el ELN cuenta con una ventaja estratégica frente a las disidencias: ellos sí tienen el aval para estar en territorio venezolano.
Por otro lado, la continuidad de la guerra en Arauca debe abrir la discusión sobre la ineficacia del actual modelo de negociación de paz nacional que ha resultado efectivo para desmovilizar hombres y contar armas, pero muy ineficiente para cerrar ciclos de violencia regional, por lo cual debe entenderse que la paz de Arauca debe negociarse y pactarse en Arauca entre los araucanos. No obstante, la reciente intervención de la administración de Iván Duque muestra que no va haber giro alguno en los modelos de intervención, algo que también puede ser reforzado con una política de brazos caídos para que los dos grupos se debiliten en su disputa violenta.