Cuando la violencia te arranca de cuajo, los flecos de la herida no cicatrizan así nomás. Ella pasó primero tres meses, y luego otros tres más, escuchando la radio todo el día, o estando pendiente de todas las noticias, aunque ya estaba en otra tierra, miles de kilómetros por medio. Hubo un tiempo que escuchar la radio era para los defensores de derechos humanos, parte del trabajo. No ya de saber lo que pasaba en el país, sino de apuntar cuales eran tus próximas urgencias. Cuando la gente se juntaba a las 8 de la mañana en la oficina, ya cada quien venía con parte de la tarea hecha. El comunicado, las gestiones, la comisión que había que organizar, ver qué pasa con los sobrevivientes y la comunidad.

Entonces, con la adrenalina a punto de estallar, el cerebro se activa y los músculos son capaces de saltos sin pértiga. Después, el costo de eso se va pagando en células apergaminadas o en el aparato digestivo que dice basta. La digestión de la tensión hace la vida más pesada. Para tratar de manejar eso, a ella le tocó la negación.

La negación para la reconstrucción, parece un contrasentido, pero a veces necesitas cerrar un tiempo para empezar otro que tenga ese nombre de nuevo.

– Había sobrevivido, pero para poder tener otra vida, tenía que cerrar el allá, para poder estar aquí.

Así decidió no ver en el exilio a personas de Colombia. La negación también trata de dejar atrás la culpa de por qué no estás allá y, a la vez, la convicción de que no eres indispensable. Pienso en la cantidad de gente que habrá tenido que hacer ese proceso. La necesidad de ser únicos se pelea tantas veces con ese conjunto del que somos parte.

Pero la negación sirve un tiempo, luego se convierte en un problema. Los sobrevivientes de tortura niegan muchas veces los impactos o a su alrededor los tratan de héroe, que a pesar de que ensalza, es otro tipo de negación que no te permite expresar lo que sientes. Gastas toda la energía en hacer que no se te note, y llega un momento en que hay que decidir entre hacerte rígido o mostrar la fortaleza de la vulnerabilidad. Cuando a ella se le acumularon los avances en su nueva vida, y las cosas que miraba de lejos que hacían parte de sí misma, volvió a Colombia a juntar los pedazos.

Cuando crecemos, aprendemos a separar las cosas, de eso se encargó la educación que recibimos. Después, cuando nos vamos haciendo mayores, nos damos cuenta de que todo tiene más relaciones de las que pensábamos, y tratamos de juntar las cosas que siempre debieron estar unidas. A veces, como pasó con Berta, la infancia se niega a separar esas cosas que nacieron juntas, cuando enviaba saludos, ella siempre mandaba besoabrazos.

Aquí y allá, necesitamos gente que nos una. Los amigos y parte de la familia pueden ser el pegamento en el exilio. Las tareas pendientes son un balance del que ya, a veces, sientes que no formas parte. Salvo que mires esas luchas que siguen moviendo las calles con una lente más grande, y los besoabrazos te devuelvan tus pedazos.

Estos días, la Comisión anda en otras tensiones que todos necesitamos digerir, no las de la dificultad de la tarea sino las de quienes quieren desviarla. Los tiempos cruciales tienen un enorme desafío, cuando se echa la niebla y parece que no podemos ir hacia delante ni hacia atrás, hay que saber mantener el pulso. Y volver a la única manera ancestral de hacer las cosas imposibles: hacerlas juntos.

Fue comisionado de la Verdad. Tiene más de 30 años de experiencia en atención psicosocial a víctimas de la violencia. Ha asesorado a varias comisiones de la Verdad en Perú, Paraguay y Ecuador. Fue coordinador del informe Guatemala Nunca más. Es médico y doctor en psicología.