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En alemán hay una palabra especial para llegar a acuerdos (Kompromiss). Aún no he encontrado su equivalente en español, pero significa que ante un problema, conflicto o asunto en el que hay que ponerse de acuerdo, ambas partes ceden para poder encontrarse en un consenso. Ambas partes ceden algo –y esto es clave. ¿Era esto posible en tan corto tiempo de “re-negociación”?
Luego de un proceso de renegociación de puntos que los líderes de la campaña por el ‘No’ en el Plebiscito que rechazó democráticamente el contenido de los acuerdos entre Gobierno y Farc, hoy, 24 de noviembre, el presidente Santos y el jefe de las Farc, alias ‘Timochenko, firmaron un nuevo acuerdo de paz.
Sin duda, esto es un acontecimiento positivo y que nos llena –a colombianos y extranjeros– de esperanza respecto al futuro del país. Este parece ser el comienzo de la implementación de cambios para lograr una paz duradera.
Pero también, simbólicamente, permite poner de lado la palabra “conflicto” como excusa para no abordar los problemas estructurales del país. Digo esto porque a menudo escuchamos de algunos expertos que debido al conflicto armado no se ha podido avanzar en temas de inclusión social, infraestructura, justicia, transparencia, desarrollo rural… en fin, un sinnúmero de temas relacionados con la consolidación de un país que tiene todo el potencial para ser próspero y caminar hacia un desarrollo sostenible y más incluyente.
Pues bien, parecería que con la firma de este nuevo acuerdo de paz Colombia habría llegado a un posible cambio en la psicología colectiva: la guerra ha finalizado y es tiempo de abordar todos esos temas que han quedado rezagados por más de cinco décadas de confrontación.
La esperanza es, además, que todas las partes involucradas puedan ver y aprovechar esta oportunidad para avanzar juntos en el camino hacia una sociedad que supera la fragmentación que ha dejado la guerra y, paradójicamente, el mismo proceso de paz. En particular, el Estado colombiano, a través de sus gobernantes, tendrá la oportunidad de avanzar en la consolidación del Estado de Derecho. Y las Farc, de integrarse a esta democracia dejando de lado la ilegalidad y la violencia. Eso, sin olvidar la importante e ineludible tarea de reparar a las víctimas y reconstruir la memoria del conflicto –algo que sin duda tardará generaciones.
Esta esperanza, sin embargo, no debería cegarnos ante los grandes retos que se vienen no solo con la implementación del acuerdo de paz sino también porque el posconflicto trae consigo algunos temas críticos. Entre ellos, la existencia de nuevas amenazas –y tal vez el incremento de algunas existentes– en materia de seguridad. Pero también la persistencia de brechas sociales y económicas que se profundizaron con el conflicto y que ahora, más que nunca, hay que atender. Además del desafío de integrar mediante espacios de participación democrática y representación política para sectores que han sido excluidos.
Ante esto, el escenario político también deja un sinsabor –o al menos algunos interrogantes. Primero: ¿por qué el Gobierno no logró incorporar de forma más efectiva algunas preocupaciones y reparos de diversos sectores de la sociedad de cara a lo que se estaba acordando con las Farc? Y ¿por qué tuvieron que esperar, Gobierno y oposición, para reunirse y tratar de concertar un nuevo acuerdo que fuera más incluyente? ¿Por qué esperar al resultado del plebiscito para sentarse a hablar de un gran Acuerdo Nacional?
Ahora bien, en alemán hay una palabra especial para llegar a acuerdos (Kompromiss) y cuyo equivalente en español no he encontrado aún. Esta palabra significa que ante un problema, conflicto o asunto en el que hay que ponerse de acuerdo, ambas partes ceden para poder encontrarse en un consenso. Ambas partes ceden algo –y esto es clave.
De cierta manera, el nuevo acuerdo deja la impresión de que no fue posible lograr este tipo de consenso en el que Gobierno y oposición cedieran en los asuntos clave que aún hoy siguen siendo críticos y por los cuales los líderes del ‘No’ han expresado su inconformidad: la participación política y la justicia transicional.
Cabe preguntarse de todas maneras si era viable lograr convencer a las Farc en una re-negociación que duró “un mes largo” (como dicen los colombianos) sobre puntos que el Gobierno duró años negociando.
Y también valdría la pena preguntarse por qué algunos congresistas dicen que refrendar los acuerdos vía Congreso no es válido porque esta instancia no es representativa de la sociedad. Y entonces, ¿qué representan?
Eso a un extranjero y amigo de este país lo deja un poco atónito.
Así las cosas, Colombia y el mundo pueden hoy decir que hay un “nuevo acuerdo de paz” y, al mismo tiempo, una sociedad colombiana fragmentada. Un tanto paradójico.
Mirando hacia los próximos años, el próximo presidente de Colombia va a heredar un país dividido en asuntos clave de una democracia. Y todo parece indicar que esta vez será una campaña aún más dura y polarizada. ¿Puede ser que el péndulo se está comenzando a mover hacia el otro lado?
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