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Para afrontar el reto emocional de la transición es necesario cultivar la ecuanimidad para así superar la indolencia por el dolor ajeno.

Entre la última semana de abril y la primera semana de mayo participé en dos reuniones en las que vi reacciones completamente opuestas frente a la participación de miembros de las FARC en eventos públicos en Bogotá. Estas expresiones revelan aspectos del reto emocional asociado con la transición que vive Colombia.

En el lanzamiento de la campaña Vivamos este Sueño del Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos (CPDH), participaron Alejandra Gaviria (vocera del Movice), Bertha Fries (víctima del atentado al Club el Nogal), Humberto de la Calle e Iván Márquez. El auditorio estaba a reventar cuando entraron los panelistas y fueron presentados. Entonces, se escuchó en un sector de la audiencia la arenga: “Iván amigo, el pueblo está contigo.” Por las caras de los panelistas, dicha bienvenida no la esperaba ni siquiera Iván Márquez. Sin embargo, revela el sentir de un sector de la sociedad colombiana que durante muchos años tuvo que ocultar su simpatía ideológica con las FARC, por el riesgo de ser señalados como parte de ‘las redes de apoyo urbano al terrorismo.’

La participación de las FARC no se ha restringido sólo a eventos relacionados con el proceso de paz. Durante la Feria del Libro de Bogotá han sido comentaristas invitados y protagonistas de varios espacios: desde la presentación del libro de Jorge Rojas sobre la historia de Timochenko y la lectura de los poemas de Santrich, hasta el concierto de Julián Conrado, para mencionar sólo algunos ejemplos. Su aparición pública ha sido criticada en las redes sociales no sólo por fervientes opositores al proceso de paz, sino también por académicos y analistas sensatos. Carlos Antonio Lozada también ha sido duramente criticado por haber declinado a último minuto su participación en un panel organizado por la Universidad Externado de Colombia, debido al reemplazo súbito del panelista Pacho Santos por Rafael Guarín.

Con esta crítica empezó una velada entre amigos en la que nos proponíamos conversar sobre las 61 tesis de abril de las FARC. Sin embargo, nuestra reunión estuvo permeada por el malestar que producía en varios participantes la actitud arrogante de sus líderes; no sólo a través de su exposición pública, sino también en las propagandas que circulan en su canal de YouTube FARC-EP.

En el ambiente había también una mezcla de decepción y frustración. Interpreto que había tres razones. Primero, la expectativa no cumplida de que las FARC mostraran una mayor congruencia con las transformaciones que ha vivido la sociedad colombiana en las últimas décadas. Segundo, la continuación de la incertidumbre frente a la decisión personal de líderes de las FARC de reconocer responsabilidades individuales en ataques a personas protegidas por el Derecho Internacional Humanitario. Tercero, la percepción de una actitud poco autocrítica por parte de las FARC, la cual se expresa en promoverse como guardianes de la moral.

Las reacciones emotivas tanto en el evento público como en la velada privada evidencian dos caras de una sociedad colombiana fracturada por el conflicto armado. Por un lado, los dolores que produjeron decisiones bélicas de las FARC pesan sobre las vidas de muchos colombianos que han apoyado irrestrictamente el proceso de paz, y que ven hoy una oportunidad para que florezca una democracia donde, parafraseando a Estanislao Zuleta, “el otro tenga derecho a diferir”. Por otro lado, la mezcla de indiferencia y represión del gobierno pesa sobre otro sector de colombianos que se identifican con la resistencia no armada que encarnan hoy miembros de las FARC, y exigen a través de la implementación del acuerdo de paz verdad, justicia, reparación y no repetición por parte del Estado.

Enfocarse en estas dos caras no implica olvidar otro dolor: el de las FARC. Victoria Sandino, por ejemplo, nos contó en un Desayuno de Paz de Rodeemos el Diálogo como los paramilitares asesinaron a su hermana en Córdoba, hecho definitivo que marcó su ingreso a las FARC; mientras que Iván Márquez, en el lanzamiento de Vivamos este Sueño, honró a Alfonso Cano como uno de los artífices de la paz asesinados en esta guerra.

Al igual que las FARC, las Fuerzas Militares, el ELN y los paramilitares cargan con profundos dolores que durante años han contribuido a continuar el conflicto armado.  De la misma forma, los participantes a la velada y los asistentes al evento del CPDH, las mujeres, los campesinos, los afros, los indígenas, los ganaderos, los empresarios, todos, cargamos con una fractura emocional que afecta nuestra interpretación del momento transicional que vive Colombia.

La división entre los que apoyan la implementación y los que quieren reversarla es una expresión superficial de la fractura profunda que heredamos de los conflictos reciclados de nuestra historia. Colombia es en parte un rompecabezas de fractales de dolor que reproducen la desconfianza social. Por eso, exigimos antes que escucharnos, imponemos antes de reconocernos, y juzgamos desde el dolor propio ignorando el dolor ajeno. Cómo nos hace falta importar las pastillas contra el dolor ajeno, o ya que somos tan creativos inventarnos una receta para cultivar la ecuanimidad; es decir, la serenidad para comprender nuestras emociones en relación con las de otros, abriendo así la oportunidad para tramitarlas colectivamente. 

Es el cofundador de Rodeemos el Diálogo (ReD), profesor investigador en el Centro de Religión, Reconciliación y Paz de la Universidad de Winchester e investigador asociado de PostiveNegatives en Soas, Universidad de Londres. Se doctoró en relaciones internacionales en la Universidad de Sussex. Sus...