En el caso del fútbol colombiano, el profesor Maturana nos enseñó que “perder es también ganar un poco” porque se aprende de las derrotas. La consigna también puede invertirse especialmente cuando queda en discusión las maneras en que el triunfo se logra: “ganar es también perder un poco… o mucho”.

Después de cinco años del certamen del plebiscito por la paz de octubre de 2016, podríamos aventurar que los ganadores, los promotores del No ganaron, pero a un costo que apenas empiezan a pagar. Desde finales de los años 90 empezó la simiente de lo hoy llamado antiuribismo. El paso de Uribe Vélez por la gobernación de Antioquia dio indicios de la suerte que tendrían los derechos humanos bajo sus administraciones.

Cuestión que reivindicó el estudio “El embrujo autoritario. Primer año del gobierno de Álvaro Uribe Vélez” y los 6402 falsos positivos durante todo su periodo presidencial. La actuación durante dos periodos presidenciales permitió ver y reafirmar el talante del tipo de mando. La guerra fue la protagonista siendo la paz un accesorio, el resultado del sometimiento.

Los choques con las Cortes, especialmente la de Justicia, fueron reafirmando el carácter del régimen. Situación que nuevamente se presentó en la condición de Senador de la República. La Corte de Justicia ordenó su captura, pero para evadir el proceso judicial renunció al fuero de senador y ahora está inmerso en un juicio con la justicia ordinaria donde la Fiscalía lo defiende.

A esos hechos habría que sumarles una extensa lista de funcionarios y cercanos que han terminado en la cárcel. Recientemente fue condenado por la Corte de Justicia el aliado político Luis Alfredo Ramos, jefe de debate de la campaña de Duque 2018-2022, por parapolítica. Por estos y otros hechos, había empezado a cuajarse en el país lo que hoy propiamente se denomina el antiuribismo.

Sin embargo, el episodio de la pérdida del plebiscito despejó dudas sobre la seria amenaza que es para la paz y la democracia una forma de gobierno que desvirtúa el Estado social y de derecho al hacer del último recurso legal que es la violencia, el primero y frecuentemente el único para constituir un orden democrático.

En las marchas por la paz que se realizaron una vez perdido el plebiscito, en Antioquia, cuna del uribismo, la multitudinaria marcha tuvo entre sus consignas “Antioquia no es Uribe”. Más allá de la consigna, en las elecciones locales en Antioquia el uribismo no logró ni la gobernación ni la alcaldía. De hecho, el antiuribismo sirvió para dirimir la competencia a la Alcaldía y ha terminado en estrategia del actual alcalde para ganar gobernabilidad.

Basta un intento de derogatoria del comité de revocatoria del mandato, conformado por un sector uribista, para que el alcalde Quintero prenda sus redes con afirmaciones antiuribistas que terminan por revertir la situación o mínimo neutralizarla. Así como Daniel Quintero se ha visto beneficiado por el antiuribismo, también puede anexarse a su nombre el de políticos regionales y nacionales que ocupan puestos de elección popular gracias a su discurso antiuribista. Y con ellos, también han ganado fama los influenciadores de las redes sociales con su radicalidad, incluso al punto del insulto, contra quienes defienden la causa uribista.

Como suele pasar en la vida social, y más en el mundo político, el desprestigio de unos es el prestigio de otros. La popularidad que entonces llevó a Uribe a defender el estado de opinión es hoy un recuerdo. Las encuestas han mostrado el proceso progresivo de perdida de credibilidad en la opinión. Tendencia que parece continuar con el pobre desempeño del actual gobierno, del cual es mentor y artífice.

El 2 de octubre de 2016 es así el día de la consagración del antiuribismo, el día en que un sector del país, particularmente en Antioquia, empezó a repudiar una forma de poder que restringe la democracia y la paz con tal de lograr sus propios intereses. Sin embargo, el antiuribismo, como casi todos los antis, corre el riesgo de sufrir algo que justamente se le critica al uribismo: fanatismo y virulencia. Dos aspectos que retan la construcción de paz en el país. 

Es investigador y docente en el Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia en Medellín. Allí coordina la línea de investigación en gobernabilidad, fuentes de riqueza y territorios. Es profesional en trabajo social, estudió una maestría en ciencia politíca y se doctoró en...