Ante este escenario desolador, ¿qué podemos hacer nosotros? Personalmente no creo que todo esté perdido. Como colombianos tenemos la paz como un derecho constitucional, ¡exijámoslo!

Después de tanta discusión, que si el 26 de septiembre o si el 3 de octubre, la verdad es que ya en Colombia no tendremos día D, como en Normandía.

Más bien, el día D se ha convertido en un día después, pesadilla para muchos, donde tampoco habrá píldora que valga. Con la mayoría de votos escrutados, un puñado de ellos ha decidido NO aprobar el plebiscito por una paz estable y duradera. Como en Los Heraldos Negros los acuerdos fueron el pan que “en la puerta del horno se nos quema”.

Algunos dirán que fue un error político del Presidente Santos, quien fiel a sus principios democráticos y liberales, decidió jugársela por un plebiscito que, como Cameron en Inglaterra, terminó perdiendo.

Otros dirán que fue fruto del huracán Matthew, que afectó en especial la Costa Caribe del país, probablemente la región más pro paz del mismo. Muchos, quizás con razón, le atribuirán el fracaso del sí y el triunfo del no a las medio verdades o mentiras completas de Uribe y su Centro Democrático.

Pero la verdad es que el mismo gobierno estaba dividido en bandos de Vargas Llleristas y Gaviristas, con miras a las elecciones presidenciales del 2018. Estarán también entre los culpables el no haber abierto las inscripciones electorales, las firmas encuestadoras, que otra vez no dieron ni una, y finalmente los casi 70 por ciento de personas que se abstuvieron de votar en este plebiscito histórico –el primero desde aquel de 1957 que aprobó el Frente Nacional y donde las mujeres pudieron votar por vez primera.

Pero sea quien fuere el culpable de la debacle, la verdad de a puño es que con este resultado tan estrecho  como sorprendente quedan truncados muchos anhelos. En primera medida el de casi seis y medio millones de personas que optaron por el sí. Y dentro de este recuento geográfico de la guerra, el de municipios como Caloto, Cajibío, Macarena, Miraflores, Mitú, Tumaco y sobre todo Bojayá, que apoyaron abrumadoramente el sí después de sufrir tanto en esta guerra absurda de más de medio siglo.

Departamentos enteros afectados por la violencia como Chocó, Vaupés, Cauca, Nariño y La Guajira también dijeron mayoritariamente sí, así como casi todas las grandes capitales, con la excepción notable de Medellín. Quedan truncados así los sueños de paz de las víctimas junto con los anhelos de tantos jóvenes, que quisimos de una vez por todas dejar atrás el capítulo de una guerra injusta que deja ya casi 250,000 muertos y millones de desplazados.

Los responsables de lidiar ahora con estas esperanzas fallidas serán los miembros de la auto denominada oposición. En ellos recae la responsabilidad histórica de cumplir con lo prometido, es decir de renegociar en mejores términos un nuevo acuerdo. Esperemos que estén a la altura de la situación.

Que salgan con propuestas concretas como las del gobierno, que respondan a la comunidad internacional que tanto nos acompañó durante este arduo proceso y, por qué no decirlo, a un grupo guerrillero que dice seguir comprometido con la paz.

Ojalá no queden como Trump ahora o los líderes del Brexit, armados con mucha crítica, pero sin un plan real incluso varios meses después de las elecciones. Que pongan, por fin, la patria por encima de los partidos. Porque quizás lo que más le convienen a Uribe y al Centro Democrático es seguir dilatando el proceso, buscando no sólo las presidenciales del 2018 sino también una Constituyente conjunta con las Farc, para ahí sí, acabar de una vez por todas con la Carta Magna del 91, y volver al poder en una tercera reelección, ahora prohibida.

Y es que los riesgos, tanto políticos como económicos son graves. El gobierno del Presidente Santos se queda prácticamente sin piso, después de haberse jugado, y perdido, el todo por el todo por la paz.

Internacionalmente no pudimos quedar peor, después de la ceremonia en Cartagena donde fuimos momentáneamente centro de atención con el Secretario General de la ONU, presidentes y cancilleres del mundo entero. El mismo Papa Francisco, expresó que Colombia no aguantaría otra desilusión con la paz. Pero como dijo Gabo, tan en boga por estos días, “La paz es como la felicidad, no se tiene sino por momentitos. Uno no sabe que la tuvo sino cuando ya pasó.”

En términos económicos, como era de esperarse, ya subió el dólar y bajaron las acciones. Pero también, ¿qué inversionista extranjero o qué turista internacional querrá venir ahora a un país que escogió de manera fehaciente seguir en guerra? Ahora en Colombia reina la incertidumbre, enemiga de los mercados, y no sorprendería una recesión en el corto plazo. Es probable que perdamos nuestro tan estimado grado de inversión, pues pasar una reforma tributaria –por demás necesaria con el actual déficit en cuenta corriente—en estos momentos de convulsión política será prácticamente imposible.

Ante este escenario desolador, ¿qué podemos hacer nosotros? Personalmente no creo que todo esté perdido. Como colombianos tenemos la paz como un derecho constitucional, ¡exijámoslo! Ejerzamos presión y hagamos veeduría ciudadana sobre los nuevos pactos y acuerdos políticos.

Salgamos a expresar nuestros deseos de paz, pues será finalmente la misma sociedad civil –no Juan Manuel Santos o Álvaro Uribe– la que tendrá la palabra final sobre el conflicto que sufre. Construyamos sobre lo construido y no botemos por la borda cuatro años de negociaciones serias y juiciosas, unámonos los partidarios del sí y los del no para pedir un nuevo acuerdo. No dejemos que este proceso de paz se quede en otra Historia de un Entusiasmo. Pero para esto, más que en las urnas, tendremos que expresar con acciones concretas nuestros deseos de construcción de paz en el día a día. 

Profesor de economía de la Vancouver School of Economics en la Universidad de British Columbia.