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A una semana de las elecciones es imposible desconocer el Efecto Petro. Nada impide que termine dando una sorpresa el próximo domingo.
En marzo, cuando pensaba publicar esta reflexión, empezaba diciendo: “hay una clara tendencia que no sale en las encuestas, pero empiezo a notar en varias ciudades de Colombia: el efecto Petro.” Hoy, después de cuatro días de cierres de campaña con plazas públicas a reventar, como ha sido la tendencia desde abril, dicho efecto lo confirma la última encuesta de Revista Semana.
Estas reflexiones eran producto de mis viajes a Medellín, Pasto y Cali. En cada uno de mis recorridos en taxi iba entonces descubriendo el efecto Petro.
En Medellín, un joven taxista me daba sus razones para perder su “virgnidad política” votando por Petro: “estamos cansados de los mismos políticos de siempre; queremos alguien comprometido con hacer las reformas estructurales que nos saquen de la pobreza.”
En Pasto, todos los taxistas me dieron razones para votar por “el” Petro: “queremos alguien que además de encarcelar a los corruptos les obligue a devolver la plata que robaron, queremos a alguien que haga el mismo milagro que ocurrió en Ecuador: que construya vías y desarrolle el país.”
En Cali, también encontré apoyo a las propuesta de Petro. El taxista que me llevó al aeropuerto expresó su deseo que la educación deje de ser un negocio, para que sus hijos tengan igualdad de oportunidades; “queremos ir más allá de la seguridad física y recuperar el derecho a la salud que nos arrebataron con la ley 100,” dijo.
Argumentos similares he escuchado desde entonces en visitas que he realizado a: Guaviare, Risaralda, Vichada y San Andrés. De igual forma ocurre con la mayoría de taxistas con los que habló en Bogotá, en mis trayectos entre la casa y el aeropuerto. ¿Podría ser una coincidencia? No lo sé. No pretendo sugerir que estos datos reemplazen las encuestas.
Sin embargo, durante la campaña del plebiscito el 90 % de los taxistas me decían que votarían por el No. La mayoría habían quedado atrapados en el “castrochavismo”, la “paz sin impunidad”, la idea que “Santos entregaba el país a las FARC”, el “No + Santos”, la “resistencia civil”, y la “ideología de género.” Hoy, ninguno de los taxistas con los que he hablado se come el cuento del petrochavismo, que lo caricaturiza como un dictador que va a convertir a Colombia en Venezuela. Por el contrario, están decididos a votar por Petro.
Que paradoja que sean ahora las clases medias educadas las que estén asustadas con el efecto Petro. Independientemente de por quien vayan a votar, ojalá que antes de que sea demasiado tarde, este sector de la sociedad entienda el mensaje claro de Humberto de la Calle y María Jimena Duzán: “no hay que estigmatizar a Petro;” no sólo es contraproducente para los anhelos de paz, sino contradictorio con el ideal de abrir la democracia y fortalecer el debate de ideas que ayudará a tranformar este país.