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La entrevista a Amanda Suárez, activista del Salón, hace parte del documental Granada: Relato de un perdón, una producción audiovisual realizada por Armadillo: New Media & Films y el CrossmediaLab de la Universidad Jorge Tadeo Lozano con el apoyo de la Unidad Policial para la Edificación de la Paz (UNIPEP). El documental fue exhibido el pasado 25 de junio de 2019 en la obra Fragmentos de la artista Doris Salcedo.

Entre noviembre y diciembre de 2000 la población de Granada (Antioquia) vivió uno de los episodios más intensos de la violencia en Colombia. El 3 de noviembre, las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) ejecutaron una masacre en la que 19 personas fueron asesinadas. El 6 de diciembre del mismo año las antiguas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) asaltaron el pueblo e hicieron detonar un carro bomba con 400 kg de explosivos que dejaron 20 personas muertas, 32 viviendas, 82 locales destruidos y 313 casas averiadas, según registros oficiales.

En total, entre 1998 y 2004, 400 personas fueron asesinadas y 128 desaparecidas. Estos hechos provocaron el desplazamiento del 60 por ciento de su población.

En el artículo Memoria, arte y duelo: el caso del Salón del Nunca Más, escrito por el investigador Elkin Rubiano, se reseña que“después del periodo más crudo de violencia experimentado en el municipio, la comunidad conformó en 2004 un comité de reconciliación que articuló experiencias que se estaban gestando en otros municipios del Oriente antioqueño, particularmente redes de apoyo psicosocial, que mediante talleres zonales de reconciliación, trabajaban con las víctimas tanto en la dimensión psicosocial (apoyo a los duelos y construcción de memoria), como en la sociopolítica (exigencia de verdad, justicia, reparación y garantía de no repetición). De estos talleres surgió la idea de crear El Salón del Nunca Más”.

Según la crónica titulada: Desde el Salón del Nunca Más: Crónicas de desplazamiento, desaparición y muerte, escrita por Hugo de Jesús Tamayo, “el Salón del Nunca Más está conformado principalmente por imágenes: un mural de fotografías de personas asesinadas y desaparecidas, unos álbumes conocidos como bitácoras, fotografías de los talleres realizados por la comunidad, fotografía documental e infografías del conflicto armado en la región. Sin embargo, el Salón es más que la suma de sus imágenes. Si bien la exposición de éstas en la pared, o en algún escaparate, se asemeja a las formas de exposición museísticas, el lugar no es, propiamente, un museo: la relación de los visitantes con las imágenes allí expuestas no es ni distanciada ni desinteresada, es decir, no hay allí un tipo de disposición contemplativa con respecto a la “colección”; en lugar de distancia, proximidad con las imágenes: una suerte de “des-distanciamiento” que quiebra las reglas de la recepción museística y galerística, pues los visitantes no conforman un público sino una comunidad unida por la pérdida, el dolor y los duelos no resueltos”.

Más que un museo, el Salón del Nunca Más es la simbolización de un cementerio. Los familiares de las personas desaparecidas y asesinadas visitan el lugar de manera ritual: se comunican con sus muertos y se manifiesta públicamente el dolor.

Amanda del Socorro Suárez Quintero lleva toda la vida viviendo en Granada. Todas las mañanas abre el Salón que queda a uno de los costados de la Parroquia Santa Bárbara en Granada. Esta es su versión de la violencia, el perdón y la reconciliación:

Si tuviese que hacer una pequeña línea de tiempo sobre tres periodos significativos en Granada ¿Cómo la podría describir?

Antes de la guerra vivíamos en paz, éramos felices y luchábamos por sacar las familias adelante. Al llegar la guerra nos cambió la vida, muchos tuvieron que dejarlo todo y emigrar con hijos o solos. Cuando se recrudeció el conflicto uno queda, como se dice “por el piso”. En el año 2000, cuando estábamos en plena guerra, parecía que la vida se había acabado. ¿Qué íbamos a hacer? Nadie está preparado para algo así, nunca lo imaginamos. Oíamos las noticias y decíamos –Menos mal eso no es por acá– con total indiferencia hacia lo que nos pasara, pero cuando nos tocó, fue otro cuento. No se lo deseamos ni al peor enemigo.

Granada antes era una zona de mucha agricultura, salían todos los días camionados de comida para otras partes. Como Granada tiene clima templado, frío y caliente, cosechaban café, panela, papa… en tierra fría, ese era el producto de los campesinos. La gente era muy trabajadora, aún lo es. Aunque tengamos mucha nostalgia al volver a los campos, las personas regresan con ese ahínco a salir adelante y sacar sus productos para sobrevivir, porque ahora sólo sobrevivimos.

¿En qué momento el granadino empezó a sentir miedo?

Comenzamos a sentir miedo cuando surgieron los desplazamientos, desapariciones y masacres ¿A quién no le da miedo? Cuando ocurrieron esas cosas las personas comenzaron a desplazarse, aunque no queríamos salir de nuestro territorio, nos daba mucha tristeza dejar lo que tenemos para emigrar y comenzar de cero. Dijo un campesino: “En 40 años levanté mi finca y ahora tengo que dejar una casa buena y una finca productiva ¿Cuán vuelven a pasar esos 40 años?”, 10 años después regresó y encontró una finca caída y una casa acabada, decía “¿Cuándo vuelvo a levantar una finca como la que tenía? Ya no tengo alientos, mis hijos están en otra ciudad trabajando y no me van a acompañar a cultivar la tierra”, eso es difícil.

El año más duro de Granada fue el 2000 ¿Qué recuerdos tiene?

Del año 2000 recuerdo cuando comenzaron los desplazamientos, las desapariciones y el 3 de noviembre, es inolvidable la masacre de 19 personas, por más que quiera olvidar esos episodios, nunca se podrán borrar. A partir de ese momento fue lo más duro, al mes siguiente volvieron a atacar el pueblo y ya no fueron los paramilitares sino la guerrilla.

¿Qué estaba haciendo el día que la guerrilla se tomó el pueblo?

Yo tenía cuatro hijos en el colegio y estaba preparando el almuerzo para esperarlos, cuando a las 11 de la mañana fue el primer bombazo, eso fue un terremoto, creía que Granada se iba a hundir. Siguieron estallando pipetas desde las 11:30 de la mañana hasta las 5 de la mañana del siguiente día. Fue un bombardeo de más de 18 horas.

¿Sus hijos llegaron a su casa?

Llegaron a la casa, pero retrasados, porque muchos de ellos estuvieron resguardados en el colegio. Vinieron descompuestos, más blancos que un papel. Eso fue terrible.

¿Qué hacía mientras escuchaba los estallidos?

Rezar, no nos quedaba de otra. Sólo Dios nos dio fortaleza y valor para levantarnos y salir adelante.

Eso fue el miércoles, y al siguiente día fuimos a la variante, vimos a la gente salir y sentarse a llorar sobre los escombros buscando a sus familiares. Muchos estaban bajo los escombros, no hay palabras para describir eso.

¿Pensó alguna vez en irse?

Claro que sí. Yo quedé con 7 hijos, mi esposo murió en la masacre del 3 de noviembre con 19 personas. Con la situación del 6 de diciembre que destruyeron Granada, no nos quedó de otra que irme para Medellín; en esos días todo el mundo vivía encerrado y no podíamos pensar en llevar los muchachos al colegio porque muchos de los trabajos que dejaban eran por fuera de casa ¿Y cómo?

El 19 de diciembre del 2000 nos fuimos a Medellín, y comenzamos de cero, pensando en cómo el gobierno nos podía ayudar. Me fui con la familia, mi papá, mamá, mi hermana que casi muere por la bomba que pusieron, ella tenía un negocio en la variante y se salvó de milagro, si hubiera permanecido ahí 5 minutos más no estaría contando el cuento.

¿Cuándo regresó?

Estuve tres años y medio en Medellín. Todo el mundo es indiferente con uno como desplazado, en una ciudad no se sabe quién vive al lado, nadie se da cuenta si ese día tuvo un agua panela para tomar. Yo añoraba mucho el pueblo, donde sabía que no necesitaba plata para salir, en una ciudad desde que se abre la puerta salga con plata, sino, ni se asome. (Risas)

Tres años después decide regresar ¿Cómo encontró Granada?

Cuando volví a Granada, después de tres años y medio, me sentía granadera desolada, sin embargo, en el pueblo nos conocemos todos y nos encontramos con conocidos, y era una felicidad increíble, incluso si nos encontrábamos a un granadino en la ciudad, era como encontrar un hermano – ¿Cuándo vino?, ¿Cómo le está yendo? –. Siempre se añora su pueblo, nunca se olvida el pedacito de tierra donde nació, creció y donde vio crecer la familia. No se cambia el pueblo por nada. Es como cuando lo invitan a dormir a otra parte, uno siempre extraña su cama, por muy buena que sea no hay como la cama de uno. (Risas)

Personalmente ¿Cómo ha servido esta iniciativa de no olvidar y recordar? ¿Siente que sus heridas han sanado con este proceso?

Claro que sí, ha servido mucho, y no solo a mí sino a todas las víctimas; es donde nosotros podemos venir y valorar esas personas que ya no están con nosotros, porque es ahí donde se ve cómo los apreciaban. No se muere hasta cuando se olvida, cuando seamos capaces de olvidar podemos decir que esas personas murieron para nosotros, de resto, siempre vivirán en el recuerdo.

Esa persona que tiene el hijo desaparecido cuando va a desayunar piensa ¿Ya habrá desayunado? ¿Estará alentado o enfermo? Vive con angustia esperando que quien toque la puerta sea la persona que por tantos años ha estado esperando y no, no aparece. Esa es la esperanza y es lo último que se pierde.

El año 2000, desafortunadamente, es un año negro para la historia de Granada, 19 años después ¿Cómo está su corazón?

Todavía en Granada se siente mucho dolor, no es fácil, uno puede perdonar, pero no olvidar, y el perdón se entrega de manera personal. No es que estemos esperando el momento en que vengan a pedirnos perdón, no, la cuestión es ¿cuánto estamos dispuestos nosotros a perdonar? El que perdona se libera de muchas cargas, se cura de muchas enfermedades, el odio enferma. Cuando se pueda recordar, sin mucho dolor, se puede decir que hay perdón. Soy de las personas que dice –Que mi Dios se haga cargo de ellos, (victimarios) y nos ayude a nosotros–, no somos nadie para juzgar. Dios es el único que nos da la vida y la puede quitar.

El año 2017, el 23 de septiembre, vinieron las Farc a pedir perdón, y muchos tenían heridas abiertas porque algunos tuvieron una guerra muy dura, y la persona que menos sufrió fue por la muerte de un amigo, el dolor por un amigo que se fue sin deber nada, sin tener que haber pagado eso. Para mí el perdón se da de manera personal, si se está dispuesto a perdonar se libera de muchas ataduras y estrés. Se deja todo en manos de Dios, y Él nos ayuda a salir adelante.

¿De qué está hecho un granadino?

Un granadino está hecho de mucha fortaleza, de mucho amor por su pueblo y su tierra. Está hecho de amor por el semejante. A los granadinos nos duele lo que otro esté sufriendo, cuando comenzamos a levantarnos y volver al pueblito nos sentíamos contentos porque volvía la gente a Granada, yo sentía alegría, como sentimos tristeza al ver los carros llenos de equipaje saliendo. Muchas veces llorando nos decían lo difícil que era dejar su finca y sus animalitos por el miedo, porque ellos (ELN, Farc y Autodefensas) sembraron terror acá, y al miedo no hay nada que le sirva.

Aquí tenemos un empoderamiento muy bueno. Con este Salón no podemos hacer lo que queramos, no podemos mover nada de lo que hay allá porque ahí mismo vienen las víctimas, hemos tenido que bajar algunas fotos para hacer arreglos, y es difícil volver a ubicar cada foto en su lugar, cuando vienen y no encuentran la foto, qué encarte con esa gente “¿Dónde está mi hijo? ¿Dónde lo pusieron? Lo botaron” y yo les digo –No, búsquelo bien, por ahí tiene que estar– y muchas veces está frente a ellos y no lo alcanzan a ver.

De todo este espacio ¿Cuál es el rincón que más le gusta, que más la conmueve?

Ese paredón que está atrás, porque es donde se ven tanto niño y jovencita que murieron por haberse relacionado con algún soldado o policía, muchas veces ellas no creían que les podía pasar algo malo. Muchos padres lucharon para que sus hijos no se vieran involucrados.

Decía un papá “Más de lo que le dije a mi hija que no se relacionara con esa gente, y vea. Ella me decía: “Me gusta charlar mucho con ellos, recochamos muy bueno, pero no estoy haciendo nada malo papá. Yo estoy gozando la vida”, y por eso la mataron.

No hay perdón de Dios para eso…

Hay una muchacha que se relacionó con un policía, cuando la asesinaron tenía seis meses de embarazo. Murió porque ese niño era de un policía. Ese no es el hecho.

 

 

Es periodista y docente en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Ha trabajado para diversos medios e instituciones como periodista y gestor de comunicaciones. Estudió una maestría en educación en la Universidad del Norte.