Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Desde cualquier punto de vista, sea analítico, jurídico o social, es innegable que Colombia ya se encuentra en el tercer ciclo de guerra que advirtió Francisco Gutiérrez en su más reciente libro. Gracias a los reportes de distintos centros de pensamiento y análisis de expertos, conocemos algunas causas, características y dinámicas de este nuevo momento que aún son objeto de debate.
Tenemos, pues, varias piezas del rompecabezas de este nuevo ciclo de la guerra en Colombia que, no obstante, aún falta por completar. Que las dinámicas violentas y las lógicas territoriales del posacuerdo no tengan un relato nacional no significa que no podamos entenderlo desde un marco interpretativo compartido y de conjunto.
Aquí describimos los elementos básicos que este nuevo foco debería incorporar con el ánimo de contribuir a un debate abierto sobre sus causas, dinámicas, consecuencias y futura trayectoria.
Transiciones territoriales
Al igual que ocurrió en la coyuntura de la desmovilización paramilitar, en la lectura del ciclo actual no logramos comprender con precisión las dinámicas de cambio y continuidad que alimentan las nuevas violencias y la importancia de tener en cuenta que las causas que conducen a una guerra no son las mismas que explican su recaída y ontología.
Una mirada subnacional a la forma en que se desarrolla este nuevo ciclo muestra que la respuesta a cómo caímos en una nueva coyuntura violenta debe buscarse en el nivel territorial.
¿Por qué la violencia y las disputas estallaron en unos lugares y no en otros? Ahí donde se detonaron: ¿las disputas son del mismo tipo o están dinamizadas por diferentes factores, motivaciones y lógicas? Donde no las hay, ¿qué tenemos? ¿Continuidad de un orden ilegal previo? ¿Tierra liberada? ¿Recuperación efectiva del Estado?
La tesis del vacío de poder dejado por las Farc es insuficiente para responder estos interrogantes y comprender las dinámicas de las zonas que dominaba la extinta guerrilla. ¿Acaso podemos meter en el mismo saco al norte de Caquetá, Catatumbo, sur de Córdoba o al Pacifico nariñense? Nuestra realidad social, a veces, admite vacíos y estos no son del mismo tipo. En efecto, estos varían según la presencia previa que tenían las Farc y el tipo de orden social que logró construir o no durante el momento de la guerra contrainsurgente dejó de existir en 2016.
Con todo y las simplificaciones que acarrea esta tipología, las guerras locales que alimentan este tercer ciclo pueden clasificarse en dos grandes categorías que dan lugar a cuatro escenarios si, como parámetro de comparación, establecemos el tipo de presencia previa de las Farc.

Guerras estables
Por una parte, hay territorios en los que la guerra continúa, pero con bajos niveles de violencia pues un grupo armado mantuvo el control en la transición o bien porque conservó el que ya tenía o bien porque hubo un relevo organizacional sin contratiempos. En ambos, podemos hablar de una guerra estable configurada por dos escenarios posibles.
Relevo organizacional. En cuanto al escenario de relevo organizacional, éste corresponde a aquellos territorios donde las Farc fueron un actor hegemónico: controlaron de manera estable tanto territorio como población y economías territoriales. Un control que, rápidamente, fue copado en medio de un relevo organizacional liderado por un grupo (endógeno) que conoce el territorio, mantiene redes de apoyo y, muchas veces, “protegen” a la población civil frente a los abusos que ha traído una presencia del Estado que apenas se lee desde una perspectiva militar mediante operativos de erradicación forzada, detenciones arbitrarias, planes militares y bombardeos indiscriminados.
La región del sur de Meta y del norte de Caquetá ilustra esta situación. De manera temprana, se tuvo noticia de la disidencia del frente primero de las Farc que se marginó del proceso de negociación al considerar que no existían las garantías suficientes. Conservó tropas en la región y mantuvo varias de las dinámicas de control social y territorial que habían tenido durante décadas.
Con su presencia en los cascos urbanos y espacios rurales controla y da orden a amplios ámbitos de la vida de los pobladores: sigue arreglando problemas de la vida cotidiana, define linderos, da orden a las puntas de colonización y clarifica y establece reglas de juego en torno a las actividades económicas (coca, ganadería, agricultura), e incluso mantiene los trabajos colectivos (mingas) para el mantenimiento de la infraestructura comunitaria (vías, acueductos, entre otros). Además, tiene una importante capacidad de reclutamiento dentro de los habitantes locales.
Continuidad organizacional
Un segundo escenario de guerra estable se configuró en aquellos territorios donde las Farc estaba, pero apenas si se notaba pues su presencial era marginal. En estos lugares, su salida de del conflicto armado no alteró drásticamente el equilibrio de poder de modo que otras organizaciones conservaron el control que ya tenían evitando que se incrementara la violencia, sin que ello quisiera decir que no había presencia ni ciertos reacomodos en los dominios territoriales.
Una parte del sur de Córdoba, ejemplifica este desenlace, donde el Clan del Golfo había logrado consolidar su control y marginar a las Farc hacia las partes más altas del Nudo de Paramillo con quien, por cierto, suscribió un acuerdo en 2013. Desaparecidas las Farc, el Clan continuó ejerciendo un control importante en la zona, incluso lo ha ampliado y en este proceso en poco o nada ha sido cuestionado por otro actor armado.
En efecto, en esta convivencia pacífica, pero también como legado de los antiguos combatientes del EPL, este grupo muestra una cara “guerrillera” en sus relaciones con los civiles: en algunas ocasiones delega el trámite de los problemas comunitarios en las organizaciones de base y sus líderes, a la vez que definen linderos, convocan a los habitantes para trabajos comunitarios, controlan el hurto, el consumo de estupefacientes, e incluso durante la coyuntura de pandemia se erigió como autoridad sanitaria.
Además, a este control social le suman un importante componente militar y una amplia y extensa regulación sobre las economías territoriales. En la coca definen zonas de cultivos, establecen reglas de juego en torno a la compra de la hoja y el funcionamiento de los laboratorios, entre otras cosas. En efecto, esta ascendencia y capacidad de darle ordenamiento a la vida local les representa una gran legitimidad dentro de los pobladores que, incluso se traduce en una importante capacidad de reclutamiento que se ve reforzada por su oferta remunerada de acuerdo a la capacidad y destrezas guerreras.
Para evidenciar que este no es un caso aislado. Algo similar sucede, guardando las proporciones, con el frente Domingo Laín en Arauca. Acá este ELN se erige como un actor estructurante del territorio con amplias facultades y capacidades de ordenar e incidir en aspectos políticos, sociales y económicos.
Guerra por disputas
Por otra parte, se identifican territorios donde la guerra reportó un incremento notable de múltiples formas de violencia después de 2016, como resultado de la confrontación entre diferentes organizaciones armadas. Se trata de guerras por disputas que, no obstante, varían según el mecanismo específico que dinamiza la competencia armada: por implosión violenta en un escenario o por competencia abierta en otro. La diferencia entre uno y otro es que en el primer escenario la disputa se dio “hacia adentro” de lo que eran las Farc y en el segundo se orientó “hacia afuera” entre otras organizaciones diferentes.
Implosión violenta. El primer escenario de este segundo tipo de guerra, se configuró en aquellos lugares donde las Farc si bien lograron establecer un monopolio militar al expulsar o restringir la influencia de otros competidores, no pudo traducir su capacidad bélica en control político y social porque no encontró las condiciones territoriales. Aquí, lo que se configuró después de la desmovilización de esta insurgencia, una disputa violenta dinamizada por unos mecanismos de implosión violenta: la estructura organizacional de las Farc se fragmentó en una gran multiplicidad de pequeñas organizaciones que se han enfrentado entre sí y que no han permitido la entrada de actores armados externos manteniendo una confrontación permanente.
Una porción del andén pacífico encaja en esta caracterización. Si bien las Farc se impusieron a otros grupos armados ilegales como Los Rastrojos en el marco de su Plan Renacer, no pudieron insertarse en las comunidades afrodescendientes y mantuvo una base organizacional débilmente cohesionada. Luego de su desmovilización se desató de forma inmediata un nuevo ciclo violento, en parte por el no reconocimiento de las Farc de ciertas estructuras, que buscaban entrar en el proceso de paz, así como por la emergencia de expresiones rearmadas, de tiempo atrás criminalizadas, que buscaron controlar las poblaciones, espacios y actividades vinculadas a la economía cocalera.
A diferencia de las Farc que estaba más inclinada a incidir en dimensiones variadas de la vida local (aspectos organizativos, políticos y sociales), el FOS, las GUP y otras estructuras no lo hacen en la actualidad, bien sea porque no tienen la capacidad o exponen un desinterés. Sus pretensiones y posibilidades de regulación y control se limitan a ámbitos puntuales, que casi siempre se muestran en función de la economía cocalera y nada más: limitan la movilidad en corredores y zonas de laboratorios, establecen reglas de juego en torno al negocio, buscan poca visibilidad de sus actividades y evitar todo flujo de información hacia sus oponentes y la fuerza pública.
Estos caracteres hacen que sus dominios territoriales sean bastante inestables y difusos, pues se muestran más en clave de las disputas armadas, las alianzas y los pactos de repartición territorial para controlar regular actividades económicas como la coca. El resultado son unos anclajes sociales bastante débiles, muchas veces coaccionados, con reglas de juego poco claras y unos grados de letalidad importante para hacerlas cumplir.
Competencia abierta. El segundo escenario de esta guerra por disputa ha tenido lugar en regiones donde las Farc, si bien tenía una presencia importante, compartía el territorio con otras organizaciones ilegales según arreglos más o menos estables que habían reducido los niveles de la confrontación. De modo que, con la salida de las Farc, los grupos armados establecido se disputaron el territorio dejado por esta insurgencia limitando la entrada con fuerza de organizaciones externas.
Una muestra esta dinámica le encontramos en el Cauca o Catatumbo. Tanto en el primer como segundo lugar los acuerdos de repartición territorial preexistentes perdieron vigencia con la desmovilización fariana desatando una nueva ola violenta de acuerdo a los balances y percepciones de poder. En el caso concreto del Catatumbo, el ELN y el EPL buscaron expandirse a las zonas de dominio fariano con el objeto de influir y regular las actividades económicas que había ordenado las extintas Farc, gracias a los acumulados y experiencias que desarrollaron durante años de convivencia pacífica.
El resultado fue una interacción armada entre estas dos guerrillas que dejó como ganador al primer grupo. Sin embargo, su dominio ha estado en entredicho por recientes incursiones de las AGC y su unión de fuerzas con los Rastrojos (2018-2021), a quien el ELN ha logrado mantener a raya, pero todo parece indicar que los ánimos se están crispando aún más con la emergencia y consolidación de la disidencia del Frente 33 de las Farc en zonas de Tibú, El Tarra y San Calixto.
¿Hacia un nueva agenda y foco?
A pesar del carácter esquemático de nuestra clasificación, esta nos permite cuatro cosas:
- Entender cómo se relacionan la vieja guerra con este nuevo ciclo violento, al tiempo que contamos con mejores herramientas para identificar tanto los cambios como las continuidades, para así evitar una explicación bajo el marco del camino de la dependencia.
- Evitamos caer en un particularismo extremo donde cada guerra local tiene sus dinámicas propias y factores idiosincráticos, que deben ser atendidos uno a uno a modo de recetario.
- Interpela la narrativa del vacío de poder y el narcotráfico como causalidad.
- Muestra el carácter local y fragmentado que tiene este ciclo violento, que responde cada vez más a dinámicas concretas y locales, por cuenta de la falta de un mecanismo de compensación que ofrecía las organizaciones armadas nacionales al perder una guerra en un territorio: ahora el que pierde una guerra lo pierde todo: bases, recursos y armas.
Para cerrar sobre el nuevo carácter de este ciclo violento, donde nos topamos con guerras estables y por disputas, y los cuatros escenarios que implican, podemos señalar que hay un amplísimo elenco de actores cuya caracterización organizacional, lógicas violentas, capacidades de control territorial e interacciones debemos entender mejor.
En efecto, de eso nos ocuparemos en una siguiente entrega.
Esta columna fue escrita en coautoría con Víctor Barrera.