Para Lucrecia.

Hace años, en 1997, cuando el terror paramilitar andaba sembrándose en tantas partes de Colombia, ayudaba a algunos equipos de religiosos que acompañaban a comunidades donde imperaba el miedo.

Tie o Punta de Piedra, en el norte de Urabá, eran lugares que solo nombrarlos te dejaban en silencio. Justicia y Paz acompañaba a esas y otras comunidades, visitaba, escuchaba, acogía, se quedaba todo el tiempo que era posible. Los equipos iban y venían cuidando siempre el límite del tiempo donde el filo de la navaja no avisa.

Hay veces que el espacio social se cierra y no te deja respirar, a veces llega hasta el límite en que lo imposible deja incluso de ser la referencia de la esperanza.

Cuando evaluábamos las posibilidades de seguir, en unos días de pensar en Bogotá, ese tiempo parecía que ya había llegado inamovible. La última vez que el equipo entró, en el retén paramilitar les dijeron: “qué bueno que ustedes vienen a acompañar a la gente. Nosotros vinimos a matar y ustedes vienen a aliviar, pasen”.

El silencio también está habitado por gritos que no se pueden escuchar.

– ¿Y qué dice la gente?

– Que no les dejemos solos.

– ¿Y qué hace?

El cura Tarsicio que contaba las distancias en cigarros, amigo de mi segunda mamá Fabiola Lalinde, andaba en esas veredas. Él contó que cuando iba a ser una conmemoración en la comunidad, la gente sabía que los paras, que habían llegado a matar a la gente, iban a venir el día señalado con una vaca que matar para comer.

Las mujeres se levantaron a las dos de la mañana a preparar el almuerzo. Cuando a las ocho de la mañana llegaron los paramilitares a llevarles la vaca, la gente ya había hecho lo que tenía que hacer, pero le puso palabras:

– Ya tenemos preparado el almuerzo, llévense la vaca.

A veces hay fuego debajo de la ceniza. Cuando parece que nada ya se puede hacer, que todo está controlado, la vida, la gente, la resistencia nos sorprende.

En ese tiempo estábamos preparando ya el informe Guatemala Nunca Más. Cuando un par de años antes habíamos empezado a trabajar formando entrevistadores, estábamos en Cotzal. 

Era el primer encuentro donde empezaba a caminar esa historia de escuchar lo que luego fue ese informe. La gente seleccionada por la diócesis de Quiché para ser entrevistadora estaba hablando en un corrillo, había un debate sobre si invitar a un catequista de hacía años o no. 

El catequista, que había trabajado con la diócesis cuando monseñor Gerardi era el obispo del Quiché en los años 80, después de las masacres de la tierra arrasada, se volvió evangélico. 

Y se hizo de una secta de esas que prescribían la culpa a las comunidades: “eso les pasó por meterse en babosadas, cuanto más pobre se es en la tierra más rico en el cielo, y recuerden que las autoridades están puestas por Dios, eso no se puede cambiar”.

Los mantras de las sectas son también de estos tiempos, andan prescribiéndose a diestro y siniestro en este mundo de la posverdad.

Una de las entrevistadoras les dijo a los demás:

-Se puso evangélico, pero no es.

Para quienes llevamos a Guate en el corazón, la resistencia pasa por esos gestos de desobediencia cuando parece que todo está perdido. Los y las jóvenes en Guatemala se alían con la época más digna del país, cuando Guatemala era la “punta de lanza” de la democracia en América Latina en 1944.

Y otro Arévalo y Arbenz luego empujaba la salida del régimen feudal de quienes se creían dueños de la tierra, de la gente y del futuro. Quienes mataron a monseñor Gerardi, el 26 de abril de 1998, también lo creyeron, y quienes les siguieron han tratado de imponer sus creencias y su poder como verdad.

En las elecciones en Guatemala hay un nuevo aire que nadie se esperaba, no estaba en las encuestas que el Muro de Berlín se cayera a pedazos. 

La primera vez que escuché hablar del movimiento Semilla, hace unos años, fue a Lucrecia Hernández Mack. Ayer la gente contó la suya. Un fuego debajo de la ceniza viene con su esperanza, tan nuestra.

Fue comisionado de la Verdad. Tiene más de 30 años de experiencia en atención psicosocial a víctimas de la violencia. Ha asesorado a varias comisiones de la Verdad en Perú, Paraguay y Ecuador. Fue coordinador del informe Guatemala Nunca más. Es médico y doctor en psicología.