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El ataque de Hamás contra Israel el pasado 7 de octubre, en el que más de 1.400 personas fueron asesinadas y más de 200 secuestradas, y los bombardeos del ejército israelí sobre la Franja de Gaza, en los que han muerto más de 10.000 palestinos, han causado la expulsión forzosa de una gran parte de la población y una vasta destrucción de ese territorio.
A partir de estos hechos se plantean acusaciones mutuas de haber cometido crímenes de guerra. Hamás es considerada una organización terrorista por varios países, incluyendo Israel, Estados Unidos y algunos miembros de la Unión Europea.
Esta designación se basa en su historial de actos violentos, su objetivo declarado de destruir al Estado de Israel y en que en este ataque Hamás se ensañó con los civiles. Según las autoridades israelíes, lo ocurrido el 7 de octubre es un crimen de guerra.
Las acusaciones de los palestinos contra Israel se basan en que incumple las obligaciones establecidas en el Derecho Internacional Humanitario (DIH) durante una guerra, y en que sus bombardeos son indiscriminados y desproporcionados. Asesinan a civiles indefensos, a mujeres y a niños, eso es un crimen de guerra.
La guerra es la más terrible y destructiva forma de violencia, y produce una gran injusticia a muchas personas, es un crimen grave. Sin embargo, en el DIH se considera que no todas las guerras son criminales. Por ejemplo, cuando un Estado es atacado injustamente, tiene el derecho de defenderse.
El teórico contemporáneo de la guerra, Michael Walzer, autor del libro “Guerras justas e injustas”, aseveró en una reciente entrevista “que la guerra contra el terrorismo es siempre justa y que el asesinato deliberado de civiles inocentes para algún tipo de propósito político siempre es injusto, así que las respuestas a ese terrorismo están justificadas. Otra cosa es la calidad de la respuesta armada”
Pero después de más de un mes de bombardeos y destrucción masiva, la comunidad internacional y la sociedad civil global no pueden hablar más de una guerra justa, sino de una desenfrenada acción de venganza.
En esa política de la venganza adoptada por Benjamín Netanyahu, quien representa a un gobierno derechista, ultranacionalista y fanático religioso, la venganza exige otra venganza, el mal engendra el mal y las injusticias se suman unas a otras sin destruirse.
Hasta ahora, su gobierno no se ha planteado la posibilidad de abandonar la estrategia retributiva de la ley del talión, el “ojo por ojo diente por diente”, ni ha mostrado ningún interés en adoptar la visión alterna que ofrece la justicia del derecho, en la que la venganza y la violencia quedan atrás, y se exige a los adversarios reconocer una solución basada el derecho de cada pueblo a tener su propio Estado.
“En la guerra es necesario articular el ‘jus ad bellum’ (el derecho a hacer la guerra) y el ‘jus in bello’ (la forma de hacerla). De lo contrario, la forma de llevar a cabo una lucha justa compromete la justicia de esa lucha”, dice Walzer.
Netanyahu ha transformado la respuesta al ataque en una guerra de retribución sin más propósito que aniquilar al adversario.
El ataque militar ha sido dirigido contra millones de personas en Gaza, que son potenciales objetivos militares y están sometidas a un asedio en el cual les han cortado la electricidad, el agua y el suministro de alimentos. “Gaza no volverá a ser lo que era antes. Lo eliminaremos todo”, afirmó el 9 de octubre el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant.
Este es el ataque más feroz y mortífero emprendido por el gobierno israelí contra Palestina. Israel tenía una razón justa para atacar a Hamás (defender a las personas atacadas por un grupo terrorista dentro de su territorio), pero hay que recordar y poner en contexto el proceso histórico de este conflicto, que ha conducido a la consolidación de una política de apartheid y genocidio (como expresa Richard Falk en “Palestine’s Horizon Toward a Just Peace”)
Este proceso se inició con la Declaración Balfour de 1917, en la cual el gobierno británico, por medio de su secretario de asuntos exteriores, Lord Alfred Balfour, apoyó la aspiración del sionismo de tener una “patria” judía en Palestina.
Aunque esto último fue aceptado, no se hacía referencia alguna a la creación de un Estado, menos aún de un Estado judío. Por eso se produjo un profundo desconcierto en el mundo árabe, lo que sucedió en 1948 con el establecimiento del Estado de Israel, decisión que fue más allá de la Declaración Balfour, preparó el camino para el avance expansionista de este gobierno, que persiste hasta el presente.
En 1947, la ONU respaldó la partición de Palestina en dos comunidades políticas, una para judíos y otra para árabes. Esta partición se plasmó en la Resolución 181 de la Asamblea General, y aparentemente era una posible solución al conflicto.
De todas formas, la idea de la partición dejó de ser una posibilidad práctica en vista de la escala y la amplitud geográfica del movimiento de colonos, que desde entonces han estado invadiendo el territorio palestino.
Según han denunciado en repetidas ocasiones la ONU y algunas ONG, la construcción de los asentamientos israelíes, en su mayoría, se ha hecho a través del desplazamiento de palestinos, y de la demolición y expropiación de sus viviendas sin ningún tipo de indemnización (Destino: Ocupación).
Pero a partir de la guerra de 1967, la situación de la partición en dos comunidades políticas se convirtió en una forma de dominio de Israel hacia toda Palestina, especialmente debido a la ocupación beligerante y el control efectivo sobre Cisjordania, Jerusalén Este y Gaza.
Sin embargo, la comunidad internacional insistió en que Israel se retirara de los territorios que había ocupado en esta guerra y retomara las fronteras establecidas antes del 67. Esto se plasmó en la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, adoptada por unanimidad y bajo la idea de que la paz dependía de que se restablecieran las perspectivas de una partición acordada legalmente, que le permitiera a Palestina tener un Estado soberano e independiente.
Pero el proyecto de 1947 acordado en la ONU, que buscaba la construcción de dos comunidades políticas, se hunde hoy en las crecientes montañas de cadáveres y en las ruinas de una Palestina destruida.
Israel, que mantiene el control sobre toda Palestina en virtud del apoyo geopolítico incondicional de Estados Unidos, ha implementado una política discriminativa de destrucción, violencia y uso excesivo y vengativo de la fuerza (Falk, Richard).
En el Reporte de la ONU “Las prácticas de Israel con el pueblo palestino y la cuestión del Apartheid”, de 2017, así como en diferentes investigaciones académicas, se plantea esta pregunta: ¿las políticas y prácticas israelíes en el territorio palestino ocupado, corresponden a una práctica genocida de exterminio físico masivo, y, revelan la existencia de un régimen de apartheid?
En el reporte se plantea que, así como sucedió en Sudáfrica, Israel ha instaurado un régimen de apartheid en el que se asesina sistemáticamente a miembros de otros grupos raciales, se les imponen lesiones corporales o mentales graves, se los somete a torturas, penas, tratos crueles, inhumanos o degradantes, se les detiene y encarcela de forma arbitraria y se les aplican penas excesivas.
Pero con la escalada de violencia, las matanzas, las inhumanas condiciones de vida y la destrucción de comunidades palestinas enteras en Cisjordania, Jerusalén y Gaza, es decir, con todo lo que se ha venido produciendo desde el 7 de octubre, hay indicios de que los ataques israelíes tienen una intención potencialmente genocida.
Como sociedad civil vemos que frente a nosotros se despliega, después de la salvaje destrucción de Ucrania por parte de los rusos, otra gran catástrofe humana.
Es importante destacar las masivas manifestaciones que se han dado en muchas ciudades del mundo para apoyar a Palestina, pues traen esperanza histórica.
También, vale recordar el éxito de la lucha no violenta por la independencia de la India del Imperio Británico, de la campaña antiapartheid contra el poder de la élite racista que controlaba el Estado sudafricano y la victoria de los vietnamitas contra Estados Unidos. En todos estos grandes enfrentamientos, el vencedor fue el bando más débil en términos de poder militar.