Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
A pesar de ser la organización guerrillera más longeva del continente (57 años), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) nunca logró dar el salto a la guerra de movimientos o convertirse en un ejército irregular con capacidad de causar golpes estratégicos a sus enemigos. De hecho, hasta el momento de sus desmovilizaciones, el M-19, las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) habían desarrollado mayores capacidades operativas.
Esta constante, lejos de revertirse, se ha acentuado en los últimos cinco años, pues si bien el ELN es el grupo con mayor presencia territorial y capacidad de fuego, al lado de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), sigue exhibiendo un estancamiento militar. ¿A qué se debe y cómo explicar esta condición organizacional y militar?
Hay que aclarar que este estancamiento militar no ha significado su derrota táctica o confinamiento territorial, y más bien revela la adopción de la estrategia de resistencia armada, de un discurso que sigue resaltando las vías de las armas como una forma legítima para confrontar al bloque de poder, de la urbanización de su accionar armado, así como permite entender las disputas locales y transfronterizas en las que se encuentra involucrada esta guerrilla.
La pregunta que abre la parálisis militar elena radica en cómo y dónde situarla histórica y organizacionalmente. Además, qué refleja y qué nos dice de su capacidad de desestabilización en la actualidad y cómo esa capacidad de alterar la vida en las zonas donde tiene presencia refleja unos repertorios violentos que expresan el estancamiento militar en el que se encuentra esta guerrilla.
Algo de historia
Al igual que el Ejército Popular de Liberación (EPL) y las Farc, el ELN exhibió unas limitadas capacidades militares en sus primeros años. Esto, a raíz de una escasa posibilidad de extraer recursos materiales y humanos de las zonas donde tenía presencia. Esta situación se agravó con la derrota militar de Anorí y los grandes debates que se desarrollaron con el llamado proceso del “Replanteamiento”.
Literalmente, estos sucesos y las imposibilidades estructurales que enfrentaba la guerrilla en las localidades donde tenía presencia la disminuyeron enormemente y prácticamente le restaron más de una década de acumulados políticos y militares. Quedó en una situación de asimetría con respecto a otras organizaciones guerrilleras activas en ese momento.
Por otro lado, su federalización fracturó su estrategia militar, ya que no hubo una construcción nacional de la misma, sino planes regionales que solo se articulaban parcialmente en el marco de alguna campaña nacional.
A esto debe sumarse que, salvo Arauca (petróleo) y el sur de Bolívar (oro), los demás frentes de guerra debieron financiarse por medio del secuestro y la extorsión, en parte debido a postura moral inicial de no vincularse a la economía cocalera. Esto hizo muy inestables sus finanzas y generó grandes resistencias armadas en algunas regiones del país: el caso más emblemático es la costa Caribe.
En los años noventa, con el Plan Vuelo de Águila, el ELN hizo una tardía apuesta por su crecimiento militar poniendo énfasis en la creación de columnas, compañías y batallones (estructuras puramente militares) articulados bajo la dirección de los frentes de guerra y en función de planes regionales.
Los batallones solo se conformaron brevemente en Arauca y el norte de Antioquia, y muchos frentes de guerra, para cumplir con los lineamientos nacionales, crearon compañías que eran más nominales que reales (no contaban con los hombres, las armas ni la estructura que esa organización proyectaba para su funcionamiento).
En síntesis, esta estrategia que logró un incipiente crecimiento militar se estrelló de frente con tres cosas.
Primero, la agresiva expansión paramilitar, muchas veces producto de la resistencia armada generada en ciertas localidades donde se había expandido recientemente, así como en zonas de retaguardia histórica, como el Sur de Bolívar (centro de su eje de despliegue operacional en el corazón del país y la Serranía de San Lucas).
Segundo, con disputas locales y regionales armadas con las Farc-EP (como sucedió en Arauca, el Caribe y Cauca).
Y tercero, con la implementación de la Seguridad Democrática en el primer gobierno de Álvaro Uribe Vélez.
Estos factores y procesos pusieron en evidencia las serias limitaciones de su capacidad operativa, las imposibilidades y obstáculos para ampliar y diversificar sus repertorios violentos (nunca pasaron más allá de las emboscadas, hostigamientos, asaltos a unidades pequeñas y el ataque a la infraestructura petrolera, energética y vial). Más allá de alterar sustancialmente la correlación de fuerzas con el Estado, o siquiera poner en jaque la vida política nacional, lo que hicieron fue minar su imagen dentro de la opinión pública y sectores políticos y sociales.
Este proceso de desprestigio se acentuó particularmente cuando decidió complementar este tipo de acciones con los secuestros masivos de civiles (Ciénaga del Torno, Iglesia La María, avión Fokker, kilómetro 18 de la vía Cali-Buenaventura) y la tragedia de Machuca, al filo y los primeros años del milenio.
Desde entonces,el ELN ha exhibido una capacidad militar que se muestra en franco descenso que se expresa de forma importante en su repertorio armado predilecto: una dramática caída en el número de atentados a la infraestructura petrolera (en particular, al Caño Limón-Coveñas, como muestran algunos informes de la Fundación Ideas para la Paz (FIP)) y que en poco o nada se perfila como una amenaza real para la gobernabilidad o para las dinámicas sociales y económicas de la región(Puerto de Buenaventura, vía Medellín-Bogotá, la ruta del Sol, la Panamericana, entre otros).
¿Cómo entender, entonces, el accionar bélico y militar del ELN?
Entre la marginalidad y un escaso protagonismo militar
Un poco antes de la firma del Acuerdo de Paz con las Farc en 2016 empezó a circular en diversos medios de comunicación, centros de pensamiento y desde las instituciones gubernamentales la idea de un proceso expansivo del ELN que iba acompañado de una mayor capacidad de militar.
Las guerras del Chocó con las AGC, la disputa con el EPL por el Catatumbo, su llegada a zonas del norte del Cauca e intentos de incursión en la zona costera de Nariño y bajo Cauca eran las mejores evidencias para construir dicha narrativa.
Varias personas e instituciones sostuvieron que el ELN había resurgido como un ave fénix(algo que es parcialmente cierto) y se posicionaba en el teatro nacional de la guerra como la principal amenaza que enfrentaba el Estado colombiano en materia de orden público.
Sin embargo, observando las tendencias estadísticas disponibles en el Centro Nacional de Memoria Histórica, esta narrativa no solo se queda sin piso, sino que no logra explicar las particularidades de este supuesto repunte.
Lo que muestra la siguiente gráfica es que el proceso de expansión territorial del ELN y su copamiento de los espacios de dominio de las extintas Farc han requerido un despliegue de violencia menor al imaginado y que no representa un desafío real para el Estado colombiano.
Además, las disputas armadas que ya mencionamos pueden llevarnos a intuir que más que un proceso expansivo nacional, estamos frente a un proceso de parroquialización elena. Esta consistiría en dirigir su accionar militar más hacia las pretensiones y apuestas de los comandantes territoriales, que hacia las de la organización a nivel nacional. Sus apuestas de gobernar territorios y las economías presentes, junto a los sectores poblacionales ligados a ellas, son la brújula para proyectar violencia; la idea de desafiar al Estado, en el sentido que dictan los manuales revolucionarios clásicos, ya es obsoleta para el ELN.

Los dos paros armados recientes (uno en 2016 y otro en 2019), más que generar un traumatismo e impacto real sobre los intercambios comerciales del país integrado, implicaron una afectación únicamente en las zonas donde la guerrilla tiene presencia; afectación que hay ver de manera diferenciada.
En Arauca, particularmente en el Sarare, la vida se trastocó y paralizó; algo similar sucedió en el Catatumbo, donde el transporte, el comercio y la vida escolar se vieron cesados; en Cesar hubo un par de quemas de buses e intentos de afectar la infraestructura vial; en Nariño ni se sintió; en áreas de Chocó las cosas siguieron como si nada, salvo en el San Juan y alto Atrato; en Bajo Cauca no se registraron hechos considerables y en el sur de Bolívar tampoco hubo sucesos relevantes.
En efecto, estos contrastes regionales muestran que, al igual que en años anteriores, la capacidad militar de esta insurgencia está concentrada en el oriente colombiano, donde esta guerrilla tiene los anclajes sociales más sólidos, mayores capacidades de extracción de recursos y donde es un factor de orden y gobernanza.
No obstante, a pesar de estos acumulados, las capacidades y posibilidades no afectan al país integrado que observa a la distancia, de manera cómoda, las problemáticas y vicisitudes que atraviesan los habitantes de estos territorios. Además, más allá del bloqueo de una vía, instalación de artefactos explosivos, uso de francotiradores o pintadas de paredes, no sucede nada importante que impacte profundamente o ponga entredicho la institucionalidad y presencia estatal.
También creemos que la bipolaridad elena tiene un juego importante en esta condición. Para las estructuras afincadas en territorio venezolano el logro y objetivo militar está dado: defender la revolución y régimen bolivariano. Mientras que en suelo colombiano su debilitamiento es irreversible: la derrota estratégica es evidente, algo que refuerza la necesidad de acudir a la idea de resistencia armada. O, en otras palabras, este ELN no necesita enfrentar o disputar el territorio en Colombia porque disfruta un refugio total en el vecino país, donde las ideas de sociedad y Estado que rigen actualmente casan más con su plataforma ideológica.


Finalmente, a los elementos señalados atrás habría que sumarles la estrategia de urbanización de la guerra; como ya lo abordamos en columnas pasadas, es otro síntoma más de las limitaciones y el estancamiento militar en que se encuentra esta guerrilla.
La instalación de artefactos explosivos (como el del CAI de San José en Barranquilla, o los dos atentados en Bogotá -en la Escuela de Cadetes General Santander y en el barrio la Macarena) no solo no generan los cambios e impactos esperados, sino que han suscitado un rechazo generalizado. Para lo único que han servido es para darle alas al discurso de la amenaza narcoterrorista que supuestamente representa esta guerrilla.
Conclusiones
Las estrategias de seguridad deben tener en cuenta que estamos frente a una guerrilla que no solo no expone su pie de fuerza, sino que también sus repertorios violentos tienen lógicas más amplias que van más allá de desafiar a las fuerzas estatales.
Estamos frente a una insurgencia cada vez más parroquilizada que, en su mayoría, concentra su pie de fuerza y accionar armado en la frontera colombo-venezolana, pero que opera bajo lógicas distintas a lado y lado. El ELN, al ser una guerrilla federalizada y en función de las dinámicas territoriales y regionales, está más ocupado en garantizar el control de esos territorios que en producir desafíos institucionales de gran impacto. Esto también explica su comportamiento diferenciado en cada territorio, ya que mientras pactó una paz mafiosa con las AGC en el Sur de Bolívar, con esa misma organización libra una guerra a muerte en el Chocó.
Otro elemento interesante a resaltar es que esta insurgencia rompe con algunas premisas señaladas por recientes estudios y teorías.
Por ejemplo, algunos expertos tienden a señalar el papel que tiene la proyección de violencia para darle sentido organizacional y cohesión al grupo. El ELN desvirtúa esta premisa porque sigue unida y no se ha fragmentado.
Asimismo, se habla de que la deserción, entendida no desde un lente individual, sino organizacional, tiende a responder a dos dimensiones: al empeoramiento del desempeño militar y la disminución de la economía de recursos. El ELN cumple parcialmente esta premisa: tiene un pobre desempeño militar (que incide en las perspectivas revolucionarias, en la cohesión y unidad grupal, en las percepciones de seguridad de los integrantes, entre otros.), pero tiene unas fuentes de financiación cada vez más amplias.
De ahí la necesidad de abrir nuevos estudios sobre esta guerrilla en diálogo con otras experiencias del mundo para entender por qué una organización guerrillera como esta, que tiene todos los elementos para fragmentarse, no lo hace. Y, también, para entender por qué no ha entablado un proceso de paz que lleve su entrada al juego democrático.