Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
La participación es el punto central de los diálogos entre el Gobierno y el ELN. Entre el 7 y el 9 de noviembre se llevó a cabo una audiencia preparatoria con el objeto de socializar experiencias y propuestas desde la sociedad para definir los mecanismos y las formas de participar en el proceso. Comparto esta reflexión presentada en dicho espacio.
Presentación a cargo de Carlos Alberto Mejía Walker*
Tocancipá, miércoles 8 de noviembre de 2017
Una reflexión preliminar
Al instalar la primera jornada de trabajo el día de ayer, el señor Juan Sebastián Betancur enfatizó en la necesidad de escucharnos, dejando de lado nuestros ya arraigados mapas mentales, para vernos reflejados en algo –o en mucho– en esa interlocución con los otros. Por su parte, el señor Pablo Beltrán instó a darles la voz a quienes no la tienen, a través de un proceso ascendente de sistematización y síntesis, “de abajo hacia arriba”. Ambas intervenciones se refieren a la participación, aunque con énfasis distintos. La primera más por el sentido y el propósito de dialogar: el para qué lo hacemos. La segunda, por la forma y la metodología, así como por quiénes deben estar en esa conversación: el cómo. Las dos interpretaciones, que se mueven entre el fondo y la forma, son muy importantes y, según se priorice, conducen a instancias y mecanismos diferentes.
Aunque se trata de dos caras de la misma moneda, debe tenerse muy presente qué es qué y qué se puede y no en cada caso. Así por ejemplo, asignarle a una discusión sobre lo procedimental la tarea de resolver los problemas estructurales sobre la participación sería como pretender que con el simple silenciamiento de los fusiles haya lugar a una paz que transforme las realidades locales. En igual medida, discutir sobre la paz en su sentido transformador en medio de las balas hace inocua cualquier demanda o transformación. Es decir, el silenciamiento de los fusiles en el caso de la paz es insuficiente pero imprescindible, y la discusión sobre los procedimientos de participación es importante pero no conducen necesariamente a mayor democracia.
Como lo permite evidenciar la literatura y las experiencias en procesos de paz, la participación de la sociedad civil es un aspecto de gran relevancia, tanto para dotar de legitimidad el procedimiento, como para garantizar el éxito del Acuerdo a que haya lugar. Sin embargo, hay que precisar muy bien qué se entiende por participación, cómo se entiende su materialización, quiénes se espera que participen y, sobretodo, para qué se quiere participar.
En los procesos de negociación de la paz, la participación de la sociedad puede darse a través de muchos y diversos mecanismos, con muchos y diversos propósitos. Y, en cada caso, los llamados no son todos, al menos no de manera directa ni a través de las mismas instancias ni en los mismos momentos. Esto es así porque no puede perderse de vista que un proceso de paz no se agota en las conversaciones sino que se extiende hasta la implementación misma del Acuerdo, por lo que la participación de la sociedad puede darse antes, durante y después de la negociación, bien como facilitadores, voceros o veedores.
Así, la participación puede –y debe ser– un proceso gradual y escalonado. Habrá fases y momentos del proceso de paz en los que se requiera una participación masiva y otros en los que sencillamente no resulte conveniente. Habrá asuntos cuya discusión deba ser exclusivamente entre las partes y otros en los que se deba acudir a la sociedad de manera directa o indirecta, bien para encontrar solución frente a un tema del que subsista desacuerdo, bien para retroalimentar o refrendar lo acordado o bien para posicionar temas dejados de lado.
Las propuestas
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Desde la Maestría en Construcción de Paz de la Universidad de los Andes se considera importante mantener el mismo sistema que se desarrolló en las negociaciones con las FARC-EP, a través de mecanismos de participación directa e indirecta, pero sin repetir los mismos errores que allí tuvieron lugar y que ya se han venido señalando en este espacio. No obstante, creemos que así como se deben enmendar los errores de esa negociación, también debe haber lugar a que no se repitan los caminos ya andados ni las discusiones ya dadas. Pensamos sobre todo en lo concerniente al tema de víctimas y mecanismos de justicia transicional como algo ya dado, y en lo del sector hidrocarburos y minero energético como algo por dar.
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Creemos que la participación de la sociedad puede presentarse a través de: (1) la realización de foros temáticos sobre los puntos de la agenda y/o discusión de las propuestas que definan los negociadores; (2) la recepción de propuestas realizadas por ciudadanos y organizaciones (bien sea por medios físicos o electrónicos); (3) consultas directas para recibir propuestas activadas desde la mesa de negociación; y (5) la participación directa y delimitada de delegados por sector o actor en la mesa de conversaciones según se requiera.
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En todo caso, estos procesos deben permitir un debate regional y no sólo centrarse en la participación de las ciudades capitales, ni mucho menos de intermediarios, sino escuchar directamente a las comunidades rurales, así como permitir que la participación de la sociedad civil pueda incidir directamente y no sólo de forma consultiva.
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Se sugiere revisar la agenda de La Habana con el objeto de no duplicar información y esfuerzos, toda vez que ya hay propuestas y acuerdos que se pueden recoger de dicho proceso. No obstante, debe haber lugar a subsanar los errores y a no crear mesas de discusión sobre asuntos que ya se discutieron. Hoy el debate central debe estar sobre lo pendiente y sobre las formas de garantizar la implementación y la no repetición.
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Los foros deben adquirir otra connotación. Se debe dar fuerza a la realización de unos “núcleos primarios de discusión sectorial” que permita a las poblaciones primero debatir abiertamente sobre sus posturas y luego encontrar ciertos consensos que son los que se llevarán a las mesas de discusión y a los foros.
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En cuanto al papel de las universidades, éste debe ser protagónico, pero como academia y no como voceros o representantes de otros actores y sectores. En primera medida porque es la llamada a convertir lo complejo de los temas de los acuerdos de paz en algo de más fácil entendimiento para que las personas comprendan todo el proceso y puedan participar activamente en el debate. La academia puesta al servicio de estos espacios puede aportar en la elaboración de las relatorías, la moderación de los eventos, la sistematización de los aportes resultantes de las iniciativas de participación, la construcción, análisis y validación de los resultados. Así también, puede contribuir en la retroalimentación de lo encontrado.
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Se sugiere dar prioridad a la participación de las zonas y territorios con mayor influencia del ELN.
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Así como la guerra en Colombia no fue una sola y cada territorio ha vivido guerras distintas y tiene, a su vez, prioridades diferentes, creemos que las discusiones sobre algunos puntos del Acuerdo deben darse con más énfasis en unos territorios y no en otros, y en esa medida la participación debe ser también diferenciada. Así por ejemplo, el tema de hidrocarburos puede ser prioritario en Arauca, no así en las comunas de Medellín.
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Así como ayer se señalaba que la intervención estatal en los territorios ha conducido en algunos casos a la división y fraccionamiento de las comunidades, las especificidades de las luchas y de las demandas alrededor de la participación tampoco las deben fraccionar.
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El reto sigue siendo cómo rodear el proceso de negociación en un contexto en el que la Colombia urbana ya no ve la paz como una prioridad y en el que la Colombia rural está presenciando el incumplimiento de lo acordado con las FARC.
Una reflexión final
Finalmente, el tiempo no es un asunto menor y en este momento apremia, por lo que el proceso entre el Gobierno y el ELN no debe preocuparse tanto por la metodología para alcanzar un “gran proceso” sino por lograr un Acuerdo, y ahí el papel de las comunidades es fundamental. Las comparaciones con lo logrado en La Habana no deben darse tanto sobre las fallas metodológicas sino sobre los vacíos en la implementación y en las garantías de no repetición. Concentrarse en lo procedimental me recuerda a un profesor de la Universidad de Antioquia que, en mi época de estudiante, repetía incansablemente que el movimiento estudiantil se la pasaba preparando reuniones como antesala, no de la gran revolución, sino de la gran reunión. Esto como crítica a las recurrentes discusiones sobre la forma y al poco acuerdo sobre el punto de llegada.
* Este texto fue presentado a nombre de los estudiantes de la Maestría en Construcción de Paz de la Universidad de los Andes. Las propuestas fueron elaboradas conjuntamente con Liset Pimienta Amaya y Rafael Quishpe Contreras, estudiantes de dicho programa académico.