Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
En Colombia existe una “pasión por silenciar” en especial, a aquellas voces que se encargan de visibilizar las violencias, el olvido y la indiferencia. En general, se ha hablado mucho sobre el tema de la censura y el silencio.
Por ejemplo, en 1996, el nobel sudafricano J. M. Coetzee publicó uno de sus libros más populares: “Contra la Censura. Ensayos sobre la Pasión por Silenciar”. En esta obra se muestra como los escritores en diferentes momentos históricos han sido juzgados por quienes decidieron por mucho tiempo la suerte de sus obras. Es un tipo de censura de la que el mismo Coetzee fue víctima.
A comienzos de este 2023, en Colombia nos despertamos con el reporte de la Defensoría del Pueblo sobre la cifra de homicidios a líderes y lideresas sociales en el país durante el 2022: fueron 215 voces silenciadas por el fuego en una sociedad violenta y violentada en la que aún no ha podido profundizarse la democracia después de la firma de los acuerdos de paz con las Farc.
Entre los años 2016 y 2022 fueron asesinados al menos 1.113 líderes sociales. Los más afectados han sido los líderes comunales, indígenas, comunitarios, campesinos, afrodescendientes, sindicales y activistas de derechos humanos.
De acuerdo con Indepaz a corte del 22 de abril de 2023, este año en Colombia han ocurrido 33 masacres que han dejado 109 víctimas en todo el territorio nacional. En el 2022, hubo una cifra de 300 víctimas en 94 masacres.
Sin embargo y a pesar de lo realmente alarmante que son dichas cifras, estas noticias no sorprenden en un país como Colombia, en el que silenciar por medio de la amenaza o la muerte ha sido naturalizado después de décadas de terror, en el marco de un conflicto que ha dejado más de nueve millones de víctimas.
Hace más de 6 años, desde la academia, comencé a abordar una de las temáticas investigativas más difíciles en el marco del conflicto armado: la violación de 201 niñas menores de 14 años por parte del mayor depredador sexual del paramilitarismo, Hernán Giraldo Serna.
En mi trabajo con la Red de Mujeres me había encontrado con relatos desgarradores que mostraban el modus operandi de este sujeto, quien, en uso de su poder como jefe de Bloque Resistencia Tayrona de las AUC, vulneró los derechos de decenas de víctimas en la región a través de la extorsión, el asesinato y la desaparición forzada, entre otros delitos.
Sin embargo, alrededor de las acciones criminales de Giraldo Serna hubo un silencio frente a la conducta sexual violenta y abusiva que cometió en contra de cientos de niñas menores de 14 años en la Sierra Nevada de Santa Marta.

Así fue como, por medio de una investigación académica, logramos identificar una sistematicidad en aspectos como las edades, el espacio geográfico, fenotipo y una aterradora condición: su virginidad.
A través de validación popular, se instauró la metáfora de “El taladro”; título que se autoproclamó Giraldo y que hizo del cuerpo de la mujer, un ejercicio de mediación simbólica que sirvió para fortalecer la imagen poderosa de un hombre al que aún continúan llamando como “el patrón de la Sierra Nevada”.
Luego de ser testigo de muchos momentos dolorosos con las víctimas e indagar sobre las cifras de las denuncias de violencia sexual en el marco del conflicto, encontramos que algunos casos no habían sido denunciados y solo 1.728 fueron reconocidos ante los tribunales de Justicia y Paz.
En el caso específico de Giraldo, él solo confesó 38 violaciones, mientras que en el territorio habían más de 200 relatos de víctimas que tenían 14 años en el momento de la ocurrencia de los hechos.
En este escenario muy poco favorable para la justicia, la verdad y la reparación, el regreso de este criminal representaba miedo para las víctimas y el territorio. Por eso, defensores de derechos humanos hemos seguido denunciado el accionar delictivo de los actores armados que hacen presencia en la Sierra Nevada a costa de nuestra propia vida.
Este ejercicio ha permitido demostrar que, incluso desde la cárcel y ya acogido al proceso de Justicia y Paz, Hernán Giraldo seguía violando niñas menores de 14 años. Seis años después de las denuncias interpuestas por tres menores, la Fiscalía General de la Nación dijo la verdad sobre los crímenes sexuales de Giraldo, retomó la investigación, dio orden de captura y en el año 2022 declaró sus delitos sexuales de lesa humanidad.
Ser una “piedra en el zapato” para una persona como Giraldo no es fácil. Desde entonces, los actores ilegales han intentado silenciarme, me han presionado a través de medidas judiciales interpuestas por miembros de la sociedad civil, sin lograr su objetivo. También, por medio de llamadas telefónicas y ahora, incluso han llegado a perseguirme, a pesar de contar yo con un hombre de protección.
Recientemente, en diciembre de 2022, Hernán Giraldo envió una carta a los medios de comunicación en la que pidió ser incluido en la paz total como facilitador en el proceso con las Autodefensas Conquistadoras de la Sierra Nevada (Acsn).
Inmediatamente, me pronuncié a través de mis redes sociales y medios de comunicación como la W radio, en donde di una entrevista en la que por 12:33 minutos expuse porqué Hernán Giraldo no debería ser reconocido como interlocutor o promotor de la paz total.
Estos argumentos que fueron presentados en mi columna de opinión en La Silla Llena y de manera formal ante el gobierno nacional mediante una carta al señor presidente de la República, Gustavo Petro Urrego.
En consecuencia, las amenazas, la persecución y el hostigamiento ha aumentado. Llegando a incluso a intimidar a mi madre, a quién un taxista le dijo: “es como la Norma Vera esa, cuando venga el patrón Hernán Giraldo la van a desaparecer y descuartizar” alegando que “el patrón” era inocente de los crímenes sexuales cometidos en la Sierra y que los padres habían entregado voluntariamente a sus hijas para ser violadas.
En nuestra sociedad, históricamente se han validado conductas misóginas y naturalizado las prácticas de terror de las AUC, las cuales formaron y entrenaron militarmente a adultos y menores de edad para descuartizar, desmembrar, silenciar y desaparecer. Por eso, continúan siendo parte de los repertorios cotidianos en nuestros territorios.
Padecer desde hace tiempo las amenazas de los herederos de Giraldo o de cualquiera de los actores criminales en el territorio no es fácil, pero es inadmisible que la debilidad institucional siga dejando en la impunidad los crímenes y que, ante la falta de gobernabilidad y autoridad, la ciudadanía espere la llegada de criminales para poner “orden” en el territorio, validando prácticas paramilitares.
Reivindicar el anhelo de justicia que, desde las profundidades de la impunidad, emerge para erigirse como voz de aliento para quienes han pagado con su cuerpo las consecuencias de la guerra y la violencia estructural no debería ser una proeza en un país en el que se defienden los derechos humanos.
Quienes sentimos la pasión legítima por la verdad y la justicia sabemos que, en los ojos de cada sobreviviente, nos vemos y encontramos resistiendo.
Es por eso que seguir haciendo de la memoria un ejercicio de reivindicación a través de las voces de quienes han vivido la guerra, la violencia y las inequidades es una tarea necesaria para profundizar la democracia en un país que no podrá reconciliarse sino se garantiza verdad, justicia, reparación y acceso a efectivo a los derechos de esa Colombia profunda, empobrecida por el olvido y la indiferencia.