Omar N’Dour era uno de los 200 saharauis encargados de la seguridad del campamento civil de Gdem Izik, que significa “dignidad” en hassenia, que los jóvenes empezaron a instalar en medio del desierto a diez kilómetros de El Aaiún en 2010, como manera de protesta pacífica por las condiciones sociales en las que les obligaba a vivir la ocupación marroquí, sin oportunidades de trabajo ni futuro.

El campamento empezó siendo de unas pocas jaimas, y fue concentrando poco a poco la indignación y el encuentro en un espacio propio, el desierto al que pertenecen. Cuando las fuerzas de seguridad atacaron el lugar, el campamento habría crecido hasta 16 mil personas acampadas. Esa madrugada cuando aún era de noche, él no estaba allí. Llegó al amanecer y se llevó a varios heridos a una casa, lejos de todo. Allí fue detenido y llevado a un lugar donde le hicieron cavar una fosa, lo desnudaron, lo golpearon, lo violaron con una botella. Los detalles del horror me pusieron los pelos de punta cuando tomé su testimonio hace diez años. Después le obligaron a firmar una declaración escrita por sus captores.

En 2011, en una casa vigilada por los servicios de seguridad marroquíes, vestido con su darrá, el traje tradicional de los saharauis, tomé su testimonio. Hablaba pausado, incluyendo los silencios. 

Brahim, el traductor, tenía que hacer los suyos también. El testimonio fue, en la dictadura de Chile, no solo una terapia que se hacía en la consulta de psicología de terapeutas comprometidos con los derechos humanos, sino que también cumplía una función social, de ser un pequeño marco compartido donde lo negado se podía expresar y ser. Además, el testimonio podía ser luego una denuncia.

La verdad cumple a veces esa función. Los amigos chilenos hablaron entonces de que no hay neutralidad posible frente a la víctima, sino un vínculo comprometido. El testimonio de Omar fue parte del Oasis de la Memoria, un informe de dos tomos basado en 271 testimonios tomados en condiciones muy difíciles. 

Tiempo después, y luego de intentarlo todo, Omar y su abogada pusieron una demanda ante el Comité de derechos humanos de Naciones Unidas. La ONU queda muy lejos del Sahara Occidental, porque los saharauis no han tenido siquiera derecho a poder decidir si quieren tener su propio país, a pesar de contar desde 1991 con una misión que tiene el nombre y la misión de facilitar las condiciones para la realización de un referéndum (Minurso).

Si hablamos de exilios, la mitad de ese pequeño pueblo saharaui está en campamentos de refugiados en Argelia desde 1976. Otra parte está en otro exilio de la diáspora apátrida en Europa, donde muchos jóvenes han buscado otro futuro para ayudar a sus familias y romper el cerco. Otra parte vive exiliada en su propia tierra, ocupada desde 1975 por Marruecos. En esa zona, donde vive Omar, no ha habido ni un médico saharaui en 40 años, porque no hay donde estudiar ni condiciones para ejercer.

Para documentar la demanda, además del testimonio, un informe psicológico daba cuenta de lo que había escuchado. El concepto del tiempo es otro allí. Con la paciencia de quien tiene la verdad en su cuerpo, Omar llevó su caso por los vericuetos de la búsqueda de justicia en Ginebra. El Comité de derechos humanos publicó ayer su resolución en la que reconoce la verdad de Omar N’Dour y condena al Estado de Marruecos a proporcionarle una compensación justa y adecuada, incluidos los medios para la rehabilitación más completa posible, a iniciar una investigación exhaustiva e imparcial de los incidentes en cuestión, de plena conformidad con las directrices del Protocolo de Estambul para la investigación de la tortura, con miras a llevar ante la justicia a los responsables del trato a la víctima. 

También ordena a Marruecos que se abstenga de toda forma de presión, intimidación o represalia que pueda dañar la integridad física y moral de él y su familia.

Es la primera vez que desde ese territorio ocupado se logra un reconocimiento así. Tomé otros muchos testimonios de víctimas de la represión de ese campamento, que hoy ven su verdad reconocida. Las consecuencias del profundo exilio saharaui en su propia tierra se juntan en este caso que es ahora un reconocimiento colectivo. 

Cuando empezábamos a tomar esos testimonios, nada de eso parecía posible. El Oasis de la Memoria hoy nos da de deber, gracias al valor de Omar, de Brahim, de Elghalia, de Gabriela. En varias de esas entrevistas, cuando pregunté a esos jóvenes po rqué se empezaron a juntar en medio del desierto, dijeron:

– El campamento, era la única forma de sentirnos libres, crear nuestro propio mundo. Ahí sentíamos por primera vez la libertad frente a la ocupación, y nos sentíamos dueños de nuestro propio destino.

O sea, un tipo de desexilio. Los saharauis que son nómadas del desierto, tienen hoy una verdad que llegó hasta las salas de otro mundo que queremos. La verdad se empeña si hay quien la empuje.

Fue comisionado de la Verdad. Tiene más de 30 años de experiencia en atención psicosocial a víctimas de la violencia. Ha asesorado a varias comisiones de la Verdad en Perú, Paraguay y Ecuador. Fue coordinador del informe Guatemala Nunca más. Es médico y doctor en psicología.