Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
A todos les encanta (nos encanta) hablar de “Paz”; y como nunca se nos explicó de qué se trataba y en qué consistía, cada quien la administra como quiere. Sin embargo, con la más alta deuda pública de la historia y un desalentador panorama social y económico (por no añadirle el político), cabe preguntarse: ¿cómo pagaremos la “Paz”?
Por nominación del Presidente George Washington y por unanimidad del Senado, Alexander Hamilton fue elegido director del Departamento del Tesoro en 1789 en la naciente nación Americana.
En tal condición y por solicitud del congreso de la unión entregó el primer gran informe sobre “el estado del crédito público de la Unión” el cual, según los entendidos, “se ha considerado durante mucho tiempo como uno de los documentos de estado maestros de la historia americana”.
Hamilton no solamente fue uno de los padres fundadores al inspirar en buena medida la Constitución de Filadelfia a través de los papeles del Federalista y ser un celoso defensor de la Unión, sino que fue el que realmente le dio alas y vocación de realidad a tan espléndido sueño político, al sanear las finanzas públicas y al colocarlas en el primer lugar de importancia en la conciencia de los habitantes de Norte América.
Su éxito residió en que señaló, como ninguno otro, la relevancia del crédito y de la hacienda pública “para el volumen y las ganancias de los negocios privados”.
En ese informe declaró, entre otras cosas que por espacio no reproducimos, lo siguiente: “Dado que, por un lado, no puede negarse la necesidad de pedir prestado en emergencias concretas, por el otro resulta igualmente evidente que para poder pedir un préstamo en buenas condiciones, es indispensable que el crédito de una nación esté bien consolidado. Pues, cuando el crédito de un país resulta cuestionable en la medida que sea, ello resulta siempre en una prima extraordinaria, de una forma u otra, sobre todos los préstamos que tiene ocasión de solicitar. El mal ni siquiera acaba ahí; la misma desventaja debe soportar cualquier producto que pretenda comprarse a plazos. Con esta necesidad constante de pedir prestado y comprar caro, es fácil concebir lo mucho que se incrementarán los gastos de una nación, al cabo del tiempo, a causa de una situación endeble del crédito público”.
Después explicaba cómo unas débiles finanzas desincentivaban la agricultura, el comercio y la industria, es decir, las riquezas de las naciones. Y, lo más interesante de todo es que ese informe no solamente caló en los miembros del Congreso (sus primeros destinatarios) sino en los empresarios, comerciantes y generadores de riqueza. De ese modo logró prender las alarmas sobre la relevancia del crédito público porque era una cuestión práctica que atañe a todos los individuos, sin excepción.
Pues bien, este informe me llamó poderosamente la atención en estos días porque me da la impresión que, excepción hecha de unos pocos entendidos, a nadie parece angustiarle la noticia según la cual la deuda pública ha llegado a su máximo histórico; que nos hemos endeudado más en el gobierno Santos que como nunca antes en los 200 años de vida republicana y que según la condición objetiva de la nación (comunidad desesperanzada y dividida, sin objetivo común y ánimo colectivo; estado precario frente a las calificadoras de riesgo; pésimos resultados macroeconómicos y un largo etc..) la probabilidad de pago es mínima.
En palabras sencillas: nos endeudamos como nunca por culpa de un concepto de “Paz” que nadie puede explicar con suficiencia y que no tendremos con que pagar. Ello, naturalmente, generará inconmensurables afujías para el gobierno que viene independientemente de su origen y unas consecuencias prácticas, en los colombianos de a pie, probablemente de colosales magnitudes.
No hay que ser experto en economía, -de hecho, hay que dudar de los Ministros de Hacienda y de los servidores públicos que en el sector privado no han hecho ningún mérito para merecer su propio salario-, para saber que el panorama es aterrador. Hamilton era más un versado y sensato hombre de negocios antes que un economista de excepción.
Líbranos señor de nuestro destino pues éste se construyó sobre la base de mentiras gubernamentales como el que se dijo en Cartagena, por allá en el año 2016, según el cual “cesó la horrible noche” o en el seno de la asamblea general de las naciones unidas, según el cual, “en Colombia terminó la Guerra”
Todos sabemos que esas mentiras son buenas para ganar premios internacionales, pero no para calmar los estómagos de las gentes. Todos sabemos que en busca de una “Paz” que nadie ha podido definir, nos hemos gastado todo y algo más y endeudado a varias generaciones futuras de compatriotas quienes se preguntarán a causa de qué inexistente razón dilapidamos los recursos públicos.
Todos sabemos que nos veremos a gatas para pagar una larga lista de egresos excesivos representada en multimillonarios contratos, gigantescas nóminas, una publicidad estatal incontrolable y un desaforado e inservible gasto público. Todo por cuenta de una “Paz” que no se entiende y que cada cual la administra a su antojo.
Al fin de cuentas, tal y como lo decía Chesterton, “las aventuras pueden ser locas pero los aventureros deben ser cuerdos”. La loca aventura de “La Paz” contó, en ocasiones, con buenas almas, en ocasiones con un buen espíritu, pero nunca con la cordura necesaria. Y, ahora, las cuentas públicas nos pasarán la factura sin que a casi nadie pareciese importarle.