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Aprendamos de estas mujeres sobrevivientes que han decidido unilateralmente crear capital social del que en últimas todos nos beneficiaremos
He venido siguiendo sistemáticamente las noticias de algunos medios nacionales relacionadas con la paz que más comparten los colombianos en las redes sociales.
Puedo afirmar que en el último mes y quizás meses no se ha compartido una sola noticia sobre la amplia labor que muchas mujeres sobrevivientes del conflicto armado hacen por la construcción de paz en muchos rincones de Colombia.
Sé que escribir sobre temas de mujeres no es muy popular y muchos menos si se trata de víctimas.
Pero no me cansaré nunca de admirar a un grupo de mujeres a quienes tuve el privilegio de conocer cuando me acerqué, hace un par de años, para tratar de entender sus vidas durante el conflicto. Hoy, lo único que queda de esa época oscura son mis recuerdos. Para la mayoría, no hay tiempo para la tristeza. Además no se consideran víctimas, sino sobrevivientes.
Hace unos días fui a conocer la Sede de Afromupaz que es liderada por María Eugenia Urrutia. Es una organización de mujeres sobrevivientes de tortura y violencia sexual.
María Eugenia es líder y sobreviviente de muchas violencias. Además de sanar decenas de mujeres con prácticas ancestrales chocoanas como la Huerta del Perejil ha decidido trasladar la cultura del Pacífico colombiano a Bogotá para alegrarnos con sus bailes, música y tradiciones.
Esta tarea le ha permito traer un pedazo de su cultura a una ciudad racista y muchas veces excluyente.
Ella, como muchas otras mujeres, construyen capital social a diario. No solo sobrepasaron violencias impensables sino que son hacedoras de paz sin que nadie se los haya pedido.
Ellas hacen su trabajo sin muchos recursos. Bien porque no los tienen, o porque los que usan son parte de su propia reparación colectiva. Por ello, y sin el ánimo de desacreditarlas, estas sobrevivientes son capital social barato e invaluable. ¿Qué tal si les diéramos una mano?
María Eugenia, como muchas otras mujeres que han padecido la guerra, me enseñó que las personas que más han sufrido las violencias del conflicto y de la calle son, muchas veces, las que más rápido y más eficientemente extienden la mano a quienes más lo necesitan.
Ellas, quienes iniciaron su asociación para ayudar a mujeres Afrocolombianas victimas del conflicto, hoy admiten mujeres de cualquier parte y hasta hombres que muchas veces las violentaron.
Hay muchas lecciones sobre-simplificadas para quienes no hemos vivido, ni visto esas violencias de primera mano.
Primero, darse cuenta cómo los ciudadanos tenemos mucho por hacer según nuestras propias capacidades (perdonar, dar trabajo digno y bien remunerado a una victima o excombatiente; ayudar económicamente a una organización.
Segundo, es claro, como lo muestran muchos estudios, que interactuar con quienes han sufrido adversidades es tremendamente enriquecedor: atrevámonos.
Finalmente, gústenos o no, Colombia entró en una nueva etapa de postconflicto y por eso podemos concentrarnos en temas más graves donde el populismo político de izquierda o derecha son mala compañía.
Aprendamos de estas mujeres sobrevivientes que han decidido unilateralmente crear capital social del que en últimas todos nos beneficiaremos. Estoy segura de que un par de clics en el internet nos mostraran una organización u obra que pueda ser mutuamente beneficiosa.
Nota: Para empezar, y en honor a Ximena Peña a quien no tuve el privilegio de conocer, ¿por qué no regalarle una lavadora de ropa a una madre con pocos recursos? Miren lo que significa eso en términos de capital social.