Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
En la sexagésima sexta edición de los afamados premios Oscar a las mejores cintas de 1994, el filme estadounidense cómico-dramático “Forrest Gump”, basado en la novela homónima del escritor Winston Groom, ganó en seis de las 13 nominaciones que recibió, incluidas la de mejor película, mejor actor (Tom Hanks como “Forrest”) y mejor director (Robert Zemeckis).
Este éxito taquillero de la Paramount significó un gran logro para el estudio hollywoodense y para las actrices y actores que coestelarizaron la película, en especial para Robin Wright (“Jenny”) y Sally Field (la mamá de Forrest), pero sobre todo para Gary Sinise (el “teniente Dan Taylor”), quien fuera nominado como mejor actor de reparto.
Si bien Sinise no ganó una estatuilla dorada, la vida lo recompensó en agosto de ese mismo año cuando fue invitado de honor a la convención nacional y gala anual de la organización que reúne a los veteranos estadounidenses discapacitados o Disabled American Veterans (DVA por su sigla en inglés), con más de un millón cuatrocientos mil miembros.
Allí, estos militares en retiro premiaron al actor nacido en Blue Island, Illinois, tras reconocer que en su rol como el “teniente Dan” supo interpretar el dolor físico y emocional que acompañan la vida de los veteranos de guerra, máxime si su cuerpo exhibe las cicatrices de la guerra.
Desde un primer momento, las imágenes que vio Sinise en el salón de convenciones lo impactaron para siempre. Centenares de hombres y mujeres con toda suerte de amputaciones, laceraciones en sus rostros y cuerpos y muchos de ellos postrados en sillas de ruedas, pero orgullosos de haber servido a su patria en suelo extranjero.
Dada su formación actoral, su escala de valores y su bagaje social y cultural, hasta ese día Sinise era un objetor de la participación de tropas estadounidenses en campañas de ultramar, muchas de ellas ilegítimas a la luz de su razón y de sus principios.
Pero esa idea cambió en un cerrar y abrir de ojos. Al día siguiente de la velada, constituyó una fundación que lleva su mismo nombre y cuyo mandato es apoyar moral y solidariamente a los veteranos de guerra estadounidenses, brindándoles seguridad económica, jurídica, médica y sicológica.
Quise traer a valor presente este hecho anecdótico del país del norte por dos circunstancias de nuestra coyuntura. En primer lugar, un trino rastrero y desafortunado del actor Julián Román con ocasión de la operación conjunta y coordinada de las Fuerzas Militares y la Policía Nacional que permitió la captura de alias “Otoniel”. En segundo lugar, la conmemoración del Día del veterano el pasado 10 de octubre.
Sobre el primer punto diré que no son de extrañar los pronunciamientos erráticos y desobligantes del actor bogotano, un acérrimo crítico del actual Gobierno y de la institucionalidad.
Es claro que las palabras en la cuenta oficial de Twitter de Román lesionan no sólo la honra del intendente Edwin Guillermo Blanco ‒integrante de la Policía Nacional que perdiera la vida en el desarrollo de esta operación y otro héroe para el olvido‒ sino del conjunto de la Fuerza Pública.
La explicación a su censurable proceder hace parte de la lógica. Él navega desde hace tiempo en orillas ideológicas muy íntimas a la corriente que se autodenomina progresista, vertiente de la izquierda criolla con influencia de los regímenes cubano, venezolano, nicaragüense y argentino.
Sus afirmaciones son fruto de su paupérrima formación académica. Recordemos que, en 2019, gracias a la Ley del Actor aprobada en el Congreso de la República, se graduó, junto con más de 35 de sus colegas, como maestro en arte dramático de la Universidad de Antioquia, en alianza con la academia de artes Guerrero.
Todo parece indicar que la mente de Román no ha logrado superar las líneas que se aprendió en los guiones de aquellas narco-producciones de televisión en las que ha tomado parte, bien en los formatos de novela o de seriado. Me refiero, por su puesto, a sus roles en “Las muñecas de la mafia” (2009), “Tres Caínes“ (2013), “El general Naranjo“ (2019) y “El señor de los cielos” (2020).
En algunas redes sociales he leído comentarios de todo tipo, fruto del dolor de patria que produjo el tuit de este paria. Algunos exigen que se entable una demanda penal, recurso que considero improcedente e inoficioso. Me explico: el único tipo penal que se ajusta al contenido del trino (“mafiosos capturando mafiosos”) sería el de calumnia, pero como no se especifica un sujeto de derecho susceptible de tutela (persona natural y jurídica), pues estamos en presencia de la libertad que asiste a todo ciudadano de expresar ideas. Entonces, la condena debe ser en los planos moral y social.
¡Como hacen falta en Colombia más actores como Sinise y menos como Román o Margarita Rosa de Francisco! ¡Cómo les hace falta a los veteranos colombianos más personajes como el “teniente Dan” y menos como “Erick González” ‒el “lavaperros” de “Las muñecas de la mafia”‒ o la “niña Mencha”!
Este lamento con todo de llamada de auxilio me permite introducirme en el segundo tema grueso de este escrito. Me refiero a la triste conmemoración en Colombia del Día del veterano, fruto de la recién aprobada Ley 1979 de 2019 o Ley del veterano.
Y digo triste, porque la remembranza no tuvo mayor trascendencia, más allá del cumplimiento de los puntos de una ley que sólo atañe al rubro de la Defensa, en una sociedad que, en su mayoría, mira con desdén y desprecio a sus hijos que abrazan la carrera de las armas, bien en las Fuerzas Militares o en la institución policial.
De hecho, la cartera de Defensa sacó a la luz un lánguido y poco creativo comercial con el sello de la Autoridad Nacional de Televisión (ANT), eso sí varios días después del domingo 10 de octubre. Esta pieza, que aún se está emitiendo en la franja “prime” de nuestra televisión privada y pública, denota tanta pobreza en su narrativa que está lejos de enviar un mensaje claro al grueso de los colombianos.
Como decían los abuelos, “desde el desayuno se sabe cómo será el almuerzo o la comida”, de ahí que los actos de 2021 jamás estuvieron a la altura del sacrificio, de la entrega y de las calidades de los veteranos de las Fuerzas Militares y la Policía Nacional. Quién sabe cómo serán en los años venideros. Con todo, resulta oportuno agradecer a todos aquellos patriotas que impulsaron la Ley del Veterano y hoy luchan para que su articulado no sea letra muerta.
Ocasión propicia para reconocer los precursores de iniciativas de esta naturaleza, como el actor de cine y televisión Rodrigo Obregón (q.e.p.d.). A él debemos la existencia del Día del Héroe de la Nación y sus Familias (cada 19 de julio), otra efeméride que muy pocos colombianos conocen, incluso en el seno de nuestras instituciones castrenses y policiales. Podría decirse que Rodrigo fue una especie de “teniente Dan”, pero alguien más debería heredar su causa.