Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Si hoy pudiera, estaría en la marcha en el Bajo Cauca acompañando a las 3 mil mujeres de la Ruta Pacífica que caminan en estos días por un territorio aún habitado por el miedo en Colombia.
Cuando conocí a estas mujeres era 1996 y ellas estaban preparando una loca marcha imposible en Urabá. Entonces el territorio del país donde el mucho-mucho miedo tenía a tanta gente asesinada, encerrada o huyendo. Tiempo después, la primera vez que estuve en Urabá me sorprendí al salir del bus con vidrios oscurecidos, donde el paisaje se veía del mismo color pajizo que tenían los recuerdos de tantos testimonios que había escuchado y que a la vez imaginaba, porque el verde lo inundaba todo. Iba a trabajar con una mujer que se llamaba Ángela Salazar, que andaba en otro loco proyecto de apoyo psicosocial a las mujeres viudas de todos los lados de la guerra.
La clorofila es la mensajera de la vida. Como esta clorofila, ese verde de la Ruta camina por carreteras y veredas no solo para denunciar sino para reivindicar a tantas mujeres haciendo miles de tareas imposibles para defender la vida, en medio del abandono del Estado, del narcotráfico y la violencia de varios grupos armados. Y al caminar, reivindicar una historia compartida y su compromiso por la paz que no solo demandan, sino que muestran con esos surcos invisibles que dejan las marcas de su caminar una al lado de la otra. Trabajando con la Ruta, y con otras organizaciones de mujeres, he tenido siempre la sensación de una corriente que me hace parte y que me lleva.
La Marcha por la Libertad en 1976 fue un viento fresco en los inicios de la transición política española. La Marcha de la sal, en 1930, hizo ver al colonialismo británico que la suerte estaba echada y había caído, esta vez del lado de los colonizados, que le quitaban al poder su capacidad de controlar sus vidas y sus impuestos, tomando la sal entre sus manos.
La Marcha del profe Gustavo, en 2007, fue en Colombia un acontecimiento en el que un solo hombre, que luchaba por la liberación de su hijo, soldado secuestrado por las Farc-EP y la reivindicación de un acuerdo humanitario para todos los secuestrados y sus familias, caminó por todo el país hasta Caracas, donde se le iban juntando solidaridades y víctimas. La calle, la carretera, el camino son espacios sociales de dialogo y conquista. Una especie de ágora, de plaza pública andante, de una ruptura del papel tradicionalmente asignado a las mujeres.
En los tiempos en que fui objetor de conciencia al servicio militar hacíamos marchas a cada rato como una forma de hacernos ver, de explicar a la gente nuestra postura, de hacer pedagogía de la no violencia, explicando por qué el militarismo era una escuela de violencia.
El Movimiento por la Paz con Justicia y Libertad que nació en plena guerra contra el narcotráfico en México en 2010, junto a Javier Sicilia y otros poquitos, al principio caminando por las carreteras del país, fue juntando a miles y miles en cada marcha e hizo visible un dolor íntimo masivo pero individual, convirtiéndolo en un hecho social, enlazando la reivindicación de la verdad, la paz y la búsqueda de los desaparecidos. Las mujeres tuvieron un enorme protagonismo en esa movilización que puso la violencia de México en un mapa internacional frente al espejo en el mundo, una imagen más potente y movilizadora que el terror de los cuerpos que a cada rato trataban de extender el espanto.
Más que aeróbico, y que solo político, marchar es un ejercicio emocional colectivo que nos lleva de la mano no al lugar de llegada sino a los aprendizajes de un viaje. Las mujeres feministas nos han enseñado a todos y todas una libertad de verse a sí mismas que deconstruye viejos sistemas, por más de que quieran imponerse para estar de vuelta. El espíritu de la Marcha de la sal no era solo tenerla entre las manos desde el mar hasta cualquier pueblito; era deconstruir la obediencia.
María Zambrano, filósofa lúcida y exiliada del franquismo, dice que los abismos no solo se salvan, sino que pueden ser salvadores cuando de ellos sale una verdad. Ánimo, Ruta.