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Los grados y las jerarquías que una vez fueron fortaleza durante nuestro servicio bajo banderas, hoy son la infranqueable muralla que nos impide conquistar causas comunes como parte de la reserva activa.

“Bgbe  jtenbuayenam jtakochbuacham bëngbe juabn” es la expresión que utiliza el pueblo kamëntsá biyá, del resguardo indígena del Valle del Sibundoy, Putumayo, cuando sus integrantes llegan a un acuerdo, ya sea entre ellos o con otro pueblo hermano o vecino.

“La lengua para sembrar la palabra en el corazón” traduce esta expresión de nuestros hermanos mayores del sur de Colombia, cuyo significante y significado podría caerle como anillo al dedo a la reserva activa de las Fuerzas Militares o a los retirados como se nos conoce en el argot popular.

 Para ponerlo en términos de la cultura occidental, creería que muy pocos leímos un clásico  de la literatura del siglo XVII, autoría del dramaturgo francés Alexander Dumas. Me refiero, claro está, a la novela histórica de aventuras Los tres mosqueteros.

 Trabajando en equipo para enfrentar al maquiavélico cardenal Richelieu, Athos, Porthos, Aramis y D’Artagnan, acuñaron una frase célebre que resume la quintaesencia de su cofradía: “Uno para todos y todos para uno”.

En número indeterminado, existen asociaciones, agremiaciones, fondos, cooperativas y toda suerte de organizaciones con razones sociales que permiten las leyes colombianas, que, bien o mal, aglutinan a soldados e infantes de marina y a suboficiales y oficiales del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea, pero ninguna integrada por retirados de estas tres fuerzas.

Porque si un sector o gremio de la sociedad colombiana representa la desunión, la reserva activa de las Fuerzas Militares se asoma cual arquetipo de tamaño despropósito. Algunos oficiales retirados no ven como iguales a los suboficiales en esta misma condición y estos a su vez miran de reojo a los soldados y viceversa, en una espiral sinfín.

 El asunto se ha venido complicando con la aparición de más de un Mesías. Estos redentores, que surgen cada cierto tiempo por generación espontánea, se consideran dueños absolutos de la verdad, lo que los lleva a pontificar sobre lo divino y lo humano, presentándose a sí mismos como los grandes protectores de las causas comunes de las reservas colombianas. Promueven guerras intestinas que no conducen a nada.

 Algunos de ellos ni siquiera colgaron el uniforme y se despojaron del grado militar cuando pasaron al retiro voluntario o bien cuando fueron llamados a calificar servicios por los motivos que fueren. Otros, por su parte, destilan hiel en sus corazones amargados, quizá fruto de la posición que ocuparon en estas instituciones de corte piramidal. Los hay que promueven el odio de clases, bien hacia los soldados, base y sostén de la pirámide, o hacia los generales y almirantes, que alcanzaron su cúspide; un verdadero contrasentido para quienes combatieron estos axiomas comunistas y socialistas.

 En estos extremos se olvidaron de la camaradería y el trabajo en equipo que les permitió sobrevivir en los campos de combate y derrotar juntos a los enemigos de nuestra amada patria. Comunión que sólo se respira en los cuarteles y que ha hecho grandes a estas Fuerzas Militares, pilares inmóviles sobre los que se soporta nuestra imberbe e imperfecta democracia.

 En este rifirrafe de egos y voluntades, donde prima lo visceral sobre la racionalidad, emergen avivatos de todos los pelambres, quienes, amparados en discursos demagógicos y grandilocuentes, buscan su provecho personal. Jamás comparten sus saberes y no escuchan a los demás porque se creen seres de luz superiores.

 Los más aventajados son poseídos por los demonios de la política, lo cual no estaría mal si al sumergirse en este submundo de nuestra coyuntura, tuvieran un profundo conocimiento de causa sobre los intríngulis de tales lides. Bien lo plantea SunTzu en El arte de la guerra o Clausewitz en De la guerra, libros de cuyas páginas nos ufanamos de haber extraído sus mejores enseñanzas.

 Además, hacen cuentas alegres con caudales electorales fantasiosos,  a los que suman el voto de los integrantes de los núcleos familiares de la reserva, desconociendo que, incluso en nuestros hogares, algunos parientes, especialmente los más jóvenes, ya fueron inoculados con el veneno demagógico y populista de la Colombia Humana. De hecho, este movimiento político ya ha reclutado en sus filas a muchos exmilitares descontentos.

 Vuelvo, entonces, a retomar las enseñanzas y la sabiduría natural de los pueblos ancestrales. Para parlamentar, estos pueblos ?aquí y en Cafarnaúm? se reúnen alrededor de un círculo, bien se trate de una fogata como en Australia o una maloca, bohío o tambo en Latinoamérica. Todos reunidos en un mismo plano físico y espiritual, en condición de igualdad y con voz y voto. Atrás dejan cargos, dignidades y gobierno.

 Sólo así es posible alcanzar consensos, al mejor estilo del mito artúrico o leyenda arturiana de los caballeros de la mesa redonda, en la Bretaña medieval. Paradójicamente, la representación en porcelana de esta leyenda es exhibida por más de un retirado en oficinas, despachos o salones de recuerdos de las casas.

 Quizás le lluevan críticas descarnadas y nada piadosas a estas humildes reflexiones, afirmando que, como tantos otros, apenas describo el problema, pero no planteó soluciones a la vista. ¡Tienen toda la razón! El asunto es de tal complejidad, que resolverlo nos debería convocar en una gran maloca, despojándonos en la entrada de nuestros egos y desconfianzas, para luego sentarnos en círculo y dialogar como hermanos en armas que somos y así usar nuestra “lengua para sembrar la palabra en el corazón”.

Es coronel retirado del ejército, donde ingresó en 1992. Estudió comunicación social y periodismo en la Universidad Central y una especialización en derecho internacional de conflictos armados en la Universidad Externado de Colombia.