Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Tras los comicios parlamentarios y las grandes consultas partidistas del domingo, era de suponer que los diálogos entre el Gobierno y el ELN se reanudaran en Quito. ¿Qué podemos esperar los colombianos?
El mapa político se reacomodó. La polarización es un hecho sin discusión, tal como reflejaron las urnas. La pelea es entre los petristas y los anti petristas.
En este maremagnum, un hecho pasó de agache: los ‘elenos’ cumplieron con la prometida tregua durante las elecciones del pasado domingo.
En este escenario poselectoral, el Gobierno anunció la reanudación de los diálogos en Quito con el Comando Central del ELN. La premisa no ha cambiado: negociar la paz en medio de la guerra.
Pero no es de extrañar que sea así. Pasó con las extintas Farc. Ha sucedido en conflictos similares al nuestro y otros que no se le parecen en nada. Lo hicieron en Irlanda, en Palestina, en El Salvador y lo han hecho en otras tantas conflagraciones armadas a lo largo y ancho del planeta.
Mientras los plenipotenciarios de ambos lados conversan en Quito, ni el Gobierno ni el ELN dejarán el pulso que mantienen. El Estado, a través de las fuerzas del orden, no descansarán en su iniciativa operacional, como tampoco lo harán las huestes guerrilleras apelando especialmente al terror.
Las partes acordaron negociar bajo estos términos. Suena terrible, pero es la realidad de este proceso, si bien ya son varios los episodios han creado tensión entre los negociadores. Es el tire y afloje propio de un diálogo que se pactó incialmente sobre esta regla monástica.
A ningún colombiano debería sorprenderle la lógica de una negociación que se hace en medio de la guerra. Bajo esta premisa, resulta natural que ambas partes quieran mostrar fortaleza en la mesa a la hora de abordar asuntos cruciales para el país y para sus particulares intereses.
Al fin y al cabo de eso se trata cualquier proceso de paz. Llegar a acuerdos en los que ambas partes se sientan satisfechas y en los que los sectores que representan estén plenamente identificados.
Por una parte, un Estado que representa la voluntad y los intereses de un buen número de sectores de la sociedad colombiana que no comulgan con la ideología y la idea de país que tienen el ELN. Por otra parte, un movimiento armado de línea más dura que las Farc, que, en primer lugar, se debe a los hombres y mujeres que militan en sus filas y redes de apoyo, pero que también representa el sentir de algunas comunidades, especialmente rurales, en las que históricamente han estado presentes.
Podría afirmarse entonces que hoy la estrategia de ambas partes es ganar ganar. De ahí que la mejor manera de fortalecer la posición en la mesa esté matizada por la ejecución de acciones de fuerza (léase terrorismo para el caso del ELN), con alto impacto estratégico, pero también mediático. Esto nos lleva necesariamente a estar preparados para acciones de fuerza del ELN en los próximos días.
En este panorama posapocalíptico, la pelota está ahora en el terreno del ELN. De sus acciones futuras dependerá que los colombianos crean o no en este proceso de paz, que será caballito de batalla para los candidatos a la presidencia. En este intrincado ajedrez, en el que es imposible dar jaque mate a la contraparte, las próximadas jugadas serán decisivas.