Entre los asuntos llamativos de la contienda política actual está la discusión sobre el racismo en el país. Asunto avivado por la presencia de varias candidaturas a la Presidencia de la República cuyas fórmulas vicepresidenciales cuentan con personas negras. Se destaca entre ellas Francia Márquez, por ser una mujer negra y pobre quien, según las encuestas, es una de las más opcionadas para ganar la contienda electoral. Los ataques racistas hacia ella han hecho que incluso se emprendan acciones judiciales al respecto.

A pesar de ello, para algunos sectores de nuestro país el racismo no existe, eso ya fue superado hace rato, desde la abolición de la esclavitud y, por tanto, sostienen, el tal racismo solo es usado como una forma de hacer campaña política por unos candidatos que, al reconocerse como víctimas de un racismo inexistente, esperan sacar renta política en votos.

Paradójicamente, los defensores de esa postura evitan referirse a los negros como negros o afrodescendientes y utilizan eufemismos como “morenos”. Pero el asunto no para allí. Tras bambalinas y en el argot popular, los negacionistas del racismo siguen reproduciéndolo. De hecho, quienes nos consideramos antirracistas y simpatizantes de los derechos de la población negra también lo hacemos.

Estamos, unos más y otros menos, impregnados de la tradición cultural del racismo que nos conduce al trato peyorativo y excluyente de negros, raizales e indígenas, entre otros. En el caso concreto de la población negra, nuestro racismo “blando” conlleva los chistes persistentes y las comparaciones denigrantes.

Algunos humoristas consideran genial imitar el acento chocoano y caracterizar así un personaje negro que resulta inmerso en una serie de situaciones “chistosas” por su color de piel, como solíamos ver en el show de Sábados Felices, o al escuchar ciertos programas radiales de humor o cuando en reuniones sociales y familiares el chistoso tiene siempre en su repertorio un chiste sobre los negros.

Sin embargo, nuestro racismo blando no aparece solo en el humor, también en otras situaciones, por ejemplo, somos de asociar el negro con lo peligroso y sucio. De allí, que ante la inseguridad de la negra noche la solución sea la blanca luminosidad de las lámparas, y el blanqueador para sacar la negra tierra. El mal es lo negro (diablo) y lo blanco es el bien (Dios).

Cuando experimentamos estrés laboral, no falta la expresión “estoy trabajando como negro”; expresión que luego olvidamos a la hora de contratar a un negro porque los consideramos incapaces y perezosos, al creer desde nuestro prejuicio que solo les gusta la rumba. También marcamos diferencias con los gustos: “no compro carro color rojo porque ese es gusto de negros”, “no se ponga esa ropa con colores estrafalarios que parece negro”, “negro ni mi caballo”.

Ante la presión legal y social que nos ha hecho sentir que es políticamente incorrecto burlarse y discriminar a la población negra, estas formas blandas de racismo están acompañadas por las formas hipócritas y duras. En círculos de confianza aparece explícito el racismo: “no lo contraté porque no confío en los negros”, “con ese negro no estudio”, “cuidadito se enamora de esa negra”, “si se perdió algo fue porque ese negro se lo llevó”, etc.

Que en la actual contienda política sean varias las personas negras con opción para ocupar la Vicepresidencia de la República constituyen un indicio interesante de cambio en el país respecto al racismo históricamente reinante. El mensaje a la sociedad colombiana es simbólicamente importante, no obstante, esperaríamos que en el eventual caso de ser elegida alguna de ellas, en realidad pueda ejercer una actividad de incidencia en el país, más allá de representar un símbolo de inclusión y diversidad.

En ese eventual escenario, las tareas son enormes para lograr mejorar las condiciones de vida de miles de personas negras que padecen la pobreza extrema, distintas formas de violencia y la exclusión por raza. Es una labor que sin duda supera el periodo de tiempo de un Gobierno. Asimismo, esta titánica acción supone una mayor: continuar avanzando con la transformación de nuestra sociedad impregnada de racismo blando, hipócrita y duro. Racismo, al fin y al cabo.

Para ello, requerimos del compromiso de los gobiernos de turno, del Estado y, especialmente, de los ciudadanos que conformamos la sociedad colombiana. Seguir en esa senda permitiría consolidar los enunciados constitucionales de inclusión y diversidad para tener efectivamente una sociedad pluralista y democrática que supere las taras raciales asentadas en nuestras prácticas políticas y cotidianas desde hace varios siglos. 

Es investigador y docente en el Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia en Medellín. Allí coordina la línea de investigación en gobernabilidad, fuentes de riqueza y territorios. Es profesional en trabajo social, estudió una maestría en ciencia politíca y se doctoró en...