Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
En 2002, las casas de El Congal fueron quemadas por grupos paramilitares, que querían borrar a la gente y las huellas de lo vivido. Después de los años, en medio del miedo y la desconfianza, David fue organizando a las familias para ir volviendo. Un retorno colectivo exitoso, de esos que escasean en Colombia, donde el desplazamiento se ha visto más como una multitud de soledades.
Pero el retorno venía con su demanda de la tierra. 8 millones de hectáreas de los campesinos se perdieron en manos de otros que fueron amenazando o comprando en la huida, pasando de mano en mano o en otros casos tomando posesión de lo que no les pertenecía. Su demanda de recobrar la propiedad de la tierra pasó por un juez decente, que por ello tuvo que salir al exilio. Aun así, lo lograron.
El líder que ocupó el lugar de David fue asesinado. Para entonces David y su familia habían pasado un largo tiempo de convencer a las autoridades de que necesitaban protección. Este fue un tiempo de chaleco antibalas y explicaciones a su hijo de por qué llevaba una coraza. La tierra es objeto de codicia para explotaciones mineras y los descendientes paramilitares ven en el liderazgo un peligro para sus planes.
El informe de la Unidad de Protección (Undp) decía que tenía riesgo extraordinario. Uno no sabe cuál es el sistema para clasificar eso, porque no sé lo que en Colombia se considera ordinario, pero ya solo la palabra asusta. Pero eso no sirvió de mucho aquí.
El servicio escandinavo de migración llamó a las autoridades colombianas para preguntar por su caso. Quienes tienen el deber de proteger allí no deberían ser los que definen si lo hacen otros aquí. También hay una alerta 021 de 2019 de la Defensoría del Pueblo sobre ese caso, por la presencia armada del Cartel del Golfo tras el retiro del Ejército que estaba a cargo del desminado de la zona y las amenazas a líderes, entre ellos, él.
El asesinato de líderes en Colombia es una de las violencias de la guerra que no ha disminuido con el Acuerdo de Paz con las Farc-EP, porque pedazos de la guerra siguen y los líderes se han quedado más solos defendiendo sus comunidades y territorios. Debajo del pico de muertes hay otro iceberg que llegó hasta aquí.
David y su compañera y su hijo pequeño han estado dos veces a un tris de ser embarcados en un vuelo de vuelta. Sin derecho al asilo, tras tres denegaciones. En un campamento de refugiados esperaron a ser subidos al avión. La maleta hecha y los nervios encendidos. Después de los tiempos de calma de nuevo volver a la zozobra. El último viaje era ese día. A las 11 de la mañana pasaban a buscarlos para llevarlos al aeropuerto. A las 10 de la mañana la orden se paró. Las redes de apoyo, los recursos de la abogada y las llamadas SOS pudieron con la insensibilidad de la burocracia. SOS significa “Save Our Souls”, salvad nuestras almas. Eso recuerda al corredor de la muerte.
Ahora David tiene otra historia para contar al otro servicio de migración del nuevo país que le ha concedido el asilo. Te preguntas por los desafíos de las políticas de refugiados, a la baja en Europa. Nadie mandaría aquí, con razón, a un solicitante de refugio de Ucrania a su país con un chaleco antibalas. Te preguntas por la política y el sinsentido.
La Comisión de la Verdad propuso una conferencia internacional sobre refugiados, exilio y migración forzada para Colombia porque estas situaciones necesitan una respuesta a varias bandas. Hay que seguir examinando las necesidades de protección internacional y considerarlas no contrarias, sino también como parte del apoyo a la paz.