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La paz con el ELN es posible. No es un camino fácil pero en medio de la adversidad la unidad sobre lo fundamental puede encarrilar el tren de la paz
El 29 de marzo de 2020, después de desacertadas decisiones a lo largo de los dos últimos años, Miguel Ceballos, el Comisionado de Paz, leyó una declaración pública en la que el gobierno del presidente Duque nombraba de nuevo a los excomandantes del Ejército de Liberación Nacional (ELN) Carlos Velandía y Francisco Galán como gestores de paz. La suspención de sus cargos ocurrió de manera equivocada después del ataque del ELN a la Escuela de Policia General Santander, en la que ellos no tenían nada que ver.
Un día después, el 30 de marzo, el ELN tras un largo accionar violento injustificable durante los últimos años, decidió declarar un cese al fuego unilateral entre el 1 y el 30 de abril en medio de la crisis desatada por la pandemia del Coronavirus en el mundo.
Algunos analistas especulan que estas dos decisiones no son coincidencia y que está en marcha un diálogo secreto entre las partes. Analizando desde lejos la relación gobierno Duque-ELN, considero que dicha afirmación es aventurada. Por el contrario, creo que estas dos decisiones unilaterales convergen hoy para abrir una pequeña oportunidad de seguir pavimentando el camino de la paz.
Pero, aún si fuera cierto que estamos ante el mejor de los escenarios, la instalación de una mesa de negociación, no es ni siquiera el principio del fin del conflicto armado. Es quizás, siendo optimistas, el principio del principio de una discusión del serio ajuste social que debemos hacer para desactivar la guerra en Colombia, que, como he expresado en otras ocasiones, está transformándose, integrando redes sociales con campos de batalla e internacionalizándose, creando crisis humanitarias más allá de las varias fronteras de Colombia.
No vale la pena volver sobre los problemas de la sociedad colombiana. El Coronavirus los ha hecho más visibles. Ha mostrado nuestra vulnerabilidad. Quizás ésta sea la crisis de todas las crisis que necesitamos para ponernos de acuerdo en lo fundamental: la necesidad de superar las divisiones que hemos reciclado a lo largo de nuestra historia republicana para construir cohesión social.
Hace unos, años algunos pensamos que la paz era la bandera que traería la unidad, pero la verdad sea dicha, ésta se convirtió en una excusa más para perpetuar nuestras divisiones. Llevamos ocho años ahondado en ellas, y en vez de resolverlos, los problemas sociales están en aumento. Indefectiblemente vamos repitiendo casi al pie de la letra escenas de post-acuerdos pasados (1960s, 1980s), en los que las esperanzas de paz fueron ahogadas en sangre mientras se abrían nuevas guerras, más violentas, más indiscriminadas.
Parar esta caravana de la muerte antes de volver de nuevo a una confrontación degradada violenta requiere de la voluntad de todos. Empresarios, académicos, políticos y organizaciones sociales. La comunidad internacional ha estado acompañando todo el tiempo a Colombia, pero no puede hacer la tarea por nosotros.
Que sean estos dos gestos, de parte del gobierno y el ELN, una oportunidad para construir una agenda de paz nacional, que nos permita proteger los logros del acuerdo de paz con las FARC, pero ir mucho más allá, y poder tener un país con bienestar social.
No me cabe la menor duda que con las contribuciones de Carlos Velandía, a quien admiro profundamente por su compromiso irrestricto de paz, los colombianos encontraremos nuevas luces para iluminar este camino.