Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Los ataques contra el nombramiento del general Mejía Ferrero como nuevo Comandante General de las Fuerzas Militares, no están dirigidos exclusivamente contra él, sino contra el proceso de paz en Colombia.
Los militares colombianos son objeto de continuos señalamientos y estigmas. No en pocos círculos se afirma, sin ton ni son, que todos los miembros de la corporación centenaria son agentes violadores de derechos humanos, empleados públicos corruptos, cabecillas de mafias de poder local o regional y lacayos al servicio del statu quo. Un error común en una sociedad que se acostumbró a condenar a toda una institución cuando uno o varios de sus miembros desvían el camino. Victoria de una izquierda que ha hecho de la calumnia y la mentira una verdad de a peso.
Claro, no pretendo tapar el sol con un dedo y, mucho menos, desconocer de plano la existencia de las manzanas podridas que hay en el interior del barril. ¡No!
Pero si les puedo asegurar que en ninguna de las escuelas de formación y capacitación de las Fuerzas Militares se enseñan prácticas indecorosas y contrarias al imperio de la ley. Todo lo contrario, las materias sobre ética, honor y principios y valores, son temas recurrentes en las mallas curriculares de los claustros castrenses.
Una de esas enseñanzas es el honor militar. Esa rara constumbre milenaria que inspiró el relato que ustedes leyeron en mi anterior columna. ¡Su honor se lo exigía!
Ahora mismo, con el natural relevo en la llamada cúpula militar, algunos intentan pescar en río revuelto haciendo eco de acusaciones penales contra el general Alberto José Mejía Ferrero, nuevo Comandante General de las Fuerzas Militares. Creánme, señores, que si existiesen las pruebas irrefutables de alguna conducta dolosa, el general Mejía sería el primero en dimitir de su cargo y lo haría por honor. La justicia tendrá la última palabra.
Triste ver que el país no reconoce como debiera este proceder honorable de sus soldados. Un ejemplo para funcionarios públicos y políticos de todos los órdenes que se aferran a sus puestos y curules, mientras nadan en mares de corrupción estiercol.
Las alcaldías y concejos municipales, varias gobernaciones y ministerios, las altas cortes y hasta nuestro honorable Congreso de la República, por citar unos cuantos ejemplos, tienen enquistados individuos carentes de honor y de principios. Ojalá en estas corporaciones hicieran suyo este buen ejemplo que se cultiva en nuestros cuarteles y que en el resto del país parece en desuso.
Pero, ¿por qué pasa esto? La llegada del general Mejía Ferrero al solio de las Fuerzas Militares refresca los aires de paz en Colombia. Él es un visionario. Atacar su designación es otro intento de los enemigos de la paz para que Colombia de marcha atrás. La paz en Colombia no es perfecta, pero siembra esperanza. Seguiremos tragando sapos, pero lo haremos con gusto si ello contribuye a que menos colombianos mueran, incluidos los héroes multimisión. Bienvenida la paloma blanca con sus imperfecciones.