Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Sí, se argumentan muchas cosas, se citan cifras (ciertas o falsas), se frunce el ceño, se sube la voz, hasta que todo termina en un: -mejor no hablemos de estas cosas porque vamos a terminar peleando-. Entonces ¿cuál es el llamado a la acción?, ¿no argumentar?
Sí, se argumentan muchas cosas, se citan cifras (ciertas o falsas), se frunce el ceño, se sube la voz, hasta que todo termina en un: -mejor no hablemos de estas cosas porque vamos a terminar peleando-.
Los argumentos van y vienen: cara a cara, en video, por chat, por Facebook, muchas veces sin lograr cambiar ninguna opinión.
Frente a eso, alguien me preguntaba, entonces ¿cuál es el llamado a la acción?, ¿no argumentar?
Sí. Más bien empecemos a tomarnos las emociones y las narrativas en serio, menuda tarea en un país con bajas competencias emocionales (como ya lo han señalado otros bien ver). Por eso me di a la tarea de describir algunas de las diferencias profundas que dan forma a las posiciones del sí y del no, que no son los años de pena, ni el salario de los excombatientes, sino cosas más viscerales e irracionales.
Recurriendo a los datos de una investigación realizada por Corpovisionarios con el apoyo de la Embajada Británica en Colombia[1] en febrero de este año con base en una muestra representativa nacional urbana, voy a señalar tres factores que caracterizan radicalmente los grupos opositores y promotores del acuerdo de paz.
1. ¿El país va a estar mejor o peor?
Tanto los entusiastas (convencidos por el sí) como los expectantes (indecisos por el sí) creen que el país va a estar mejor después de la firma del acuerdo, que sus familias, los campesinos y las víctimas van a estar mejor. Por el contrario, los escépticos (indecisos por el no o defensores de la abstención) creen que el país va a estar igual y los reticentes (convencidos por el no) aseguran que el país va a estar peor tras la firma. De un lado citan las oportunidades que tendrán las regiones que más han sufrido el conflicto y la disponibilidad de presupuesto para construir un nuevo país; del otro lado citan con firmeza cómo tras la firma Colombia se va a convertir en Venezuela. Es evidente que ni unos ni otros tienen una bola de cristal para conocer el futuro y que, más que predicciones justificadas, tienen formas completamente opuestas de enfrentar la incertidumbre: optimismo o pesimismo.
2. ¿A qué se debe ese pesimismo u optimismo frente al futuro?
La investigación mostró un aspecto novedoso en la comprensión de estas actitudes. Los entusiastas se sienten muy responsables de la consecución de la paz en Colombia, han participado efectivamente en distintos escenarios, principalmente organizaciones voluntarias, están muy dispuestos a participar activamente en la construcción de paz después de la firma de los acuerdos (incluso fuera de su ciudad) y creen que es muy importante que la ciudadanía participe en la construcción de la paz en el país.
Por el contrario, los apáticos y los reticentes se consideran poco o nada responsables en la consecución de la paz en Colombia, creen que el proceso no ha sido participativo, consideran poco o nada importante la participación ciudadana, consideran nada importantes los asuntos públicos en sus vidas, no se han vinculado en el último año a espacios de participación en general y están nada dispuestos a participar de acciones de construcción de paz luego de la firma de los acuerdos.
El punto es claro, ¿cómo sentirse optimista frente a un futuro que creo responsabilidad de otros y en cuya construcción no estoy dispuesto a participar? Por supuesto, al no participar, al no considerar importantes los asuntos públicos, se genera una distancia percibida y real con los escenarios de toma de decisiones. Así, se da lugar a un sentimiento de impotencia frente al destino del país que degenera en frustración y en crítica sistemática a todas las iniciativas, ya sean públicas, privadas o comunitarias. Como quien dice, “es más fácil ver los toros desde la barrera (y criticar al torero)”. Una consecuencia grave de este distanciamiento de los espacios de agencia y toma de decisiones es que se profundiza una narrativa de ilegitimidad de las decisiones, del gobierno y sus políticas.
Ahora bien, ¿por qué no participan? Sin pretender generalizar, se identifica una tendencia de parte de los reticentes (defensores del NO) quienes manifiestan ninguna disposición a generar espacios de convivencia en un escenario posterior a los acuerdos: no están dispuestos a compartir ninguna clase de espacios con desmovilizados, personas en proceso de reintegración y tampoco con personas con una ideología distinta a la suya. También manifiestan desconfianza hacia las organizaciones de víctimas y las organizaciones no gubernamentales: una de cada dos personas reticentes afirmaron tener ninguna confianza en estos colectivos.
3. De la impotencia a la rabia
Quizás el punto más grave de la falta de participación, no sólo política sino comunitaria, de amplios sectores es que la consolidación de tal sentimiento de impotencia es el uso que hacen de ella ciertos actores políticos que movilizan a la ciudadanía desde la rabia. Bien decía Martha Nussbaum en una entrevista para la revista The Atlantic, en la que podría parecer que se refería a Colombia y no a Estados Unidos, que actores como Trump (o Uribe) capitalizan la impotencia y la frustración de millones de personas haciéndoles creer que si convierten su impotencia en rabia, lograrán algo, que la rabia es un camino legítimo para salir de la impotencia. Pero es una mentira. Bien dice Nussbaum, “ellos sólo lograrán algo teniendo buenas ideas en materia de gobierno y políticas públicas. La violencia que está siendo fomentada no está ayudando a formular políticas económicas inteligentes. Sólo está desencadenando una rabia peligrosa de un modo que puede hacer mucho daño a la sociedad en el largo plazo”[2].
¿Cómo superar entonces la impotencia y la rabia?
Fortaleciendo la participación ciudadana y comunitaria y dando incentivos y garantías para la participación política, especialmente a quienes históricamente no han participado en la construcción de una visión de futuro y en el renacimiento de un sentimiento de esperanza.
Las narrativas mediáticas de los defensores del no, de los opositores del gobierno actual, contrastan con muchas iniciativas locales que en varias regiones del país han empezado a reconstruir el tejido social y a empoderarse de su territorio, con independencia ideológica y económica del gobierno de turno.
Por supuesto, transformar la cultura de la participación podrá tomar varios años, quizás generaciones, pero es un aspecto tan crítico y fundamental, que precisamente por eso, el acuerdo con las FARC establece principios, metas y mecanismos en este sentido, no sólo en el punto de participación política, sino al interior de los demás puntos.
Así, el acuerdo de paz con las FARC no sólo está otorgando facilidades para su propia participación política, sino para los reticentes, los indignados, y los impotentes, mediante elementos como el Estatuto de Oposición, acceso a medios de comunicación, medidas para la promoción de la transparencia y garantías para la protesta. Quizás este punto no sea perfecto, quizás sea aún muy dificil de implementar, pero es un primer paso fundamental en la construcción de una democracia.
En resumen, para salir del pesimismo necesitamos empezar a participar, responsable y organizadamente. Lo cual suena simple pero requerirá de muchas transformaciones culturales e institucionales para ocurrir y arrojar efectos. Así, la próxima vez que se siente a discutir con un defensor del NO, por favor no intente convencerlo, más bien invítelo a participar en la construcción de este país.