Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
En los últimos tiempos he asistido a diferentes espacios académicos en calidad de conferencista para dialogar sobre la correlación que hay entre las ciencias de la comunicación aplicadas y algunas temáticas de la agenda transicional como son las de justicia restaurativa, verdad, memoria y contexto.
En este obligado marco de referencia, por demás coyuntural en universidades privadas, espacios de formación castrense (como el Curso de Altos Estudios Militares, Caem, y el Curso Integral de Defensa Nacional, Cidenal, entre otros), podcast, Facebook Live y foros de distinta naturaleza, he señalado con vehemencia que, quizás, el único momento real y auténtico de conexión entre nosotros los integrantes de las Fuerzas Militares y el pueblo que juramos defender ante la enseña tricolor de la patria es el tradicional desfile militar del Día de la Independencia.
Aquí y en Cafarnaúm, el alma de los soldados de tierra, río, mar y aire, siempre se henchirá de orgullo al marchar en medio de una calle de honor espontánea y natural, en la que destacan los rostros afables, con sonrisas pletóricas y con indiscutibles dejos de admiración de sus gentes. Es un momento religioso que conecta a quien porta el uniforme de fatiga de las Fuerzas Militares con aquella mixtura de colombianos venidos de las entrañas de esta gran tierra, orgullosos todos de pertenecer a un pueblo pluriétnico y pluricultural como el nuestro. Tal vez una vivencia solo comparable con las emociones y sentimientos que experimentan los ciclistas de élite cuando la mancha humana los acompaña con cantores y vítores en los míticos ascensos de grandes vueltas como el Tour de Francia.
Este instante, espiritual y místico como ningún otro, merece la mayor atención de quienes cumplen la función de comando en sociedades como la nuestra, donde la comunidad militar ha edificado guetos en su derredor, como suele suceder en otros lugares del planeta. En actividad, los militares vivimos entre cuarteles: vestimos uniforme 24/7, habitamos casinos o casas al interior de las unidades, tenemos un subsistema de salud propio, nuestros hijos se educan en liceos militares y participamos de ceremoniales a puerta cerrada o con protocolos de seguridad estrictos que impiden el acceso del pueblo, entre otras muchas costumbres. Esta conducta no es reprochable, toda vez que hace parte de la cultura castrense, pero la apertura es vital en esta aldea global que vaticinó en los años sesenta McLuhan.
Entonces, el desfile militar del 20 de julio es per se un complejo proceso de comunicación y no un simple ritual. La costumbre de salir a observar el paso acompasado de las tropas por importantes arterias capitalinas (como las emblemáticas Carrera Séptima o Avenida 68) es de rancia tradición en muchas familias colombianas y se remonta a nuestra génesis como nación libre, independiente y democrática. Lo propio sucede en otras ciudades y pueblos en los cuatro puntos cardinales de nuestra geografía. La Ley 60 de 1873 oficializó la conmemoración del Día de la Independencia, pero sólo fue hasta el 20 de julio de 1907 cuando cadetes de la recién fundada Escuela Militar desfilaron alrededor de la Plaza de Bolívar. Tres años después, el entonces presidente Rafael Reyes Prieto presidió el primer gran desfile del 20 de julio como lo conocíamos hasta el martes.
Los desfiles de tropas victoriosas devienen de sociedades como la romana. En la edad Antigua, eran realizados para exaltar las grandes campañas de líderes militares como Julio Cesar, en las Galias, o Druso y Marco Vinicio, en Germania. En el fondo, el centro de gravedad estratégico era el vulgo o la masa, razón y ser del imperio y de sus instituciones. De alguna forma, nuestro desfile militar, muy a la usanza romana, históricamente suscitó tal conexión ente los soldados victoriosos y su pueblo que, hasta hace un par de años, el conjunto de nuestra sociedad graduaba de héroes, si bien ya no es así.
Este extenso abrebocas me permite abordar el quid de mi escrito: creo que este será el último desfile militar del Día de la Independencia como lo hemos conocido en nuestros últimos 112 años de vida republicana. Los vientos de cambio que soplan en Colombia impactarán el decurso de las paradas ulteriores. Creo, además, que esta fue una de las tantas oportunidades pérdidas del mando institucional saliente que, a mi juicio, fue miope al escoger el tramo por donde desfilaron las tropas. Si bien hubo una muy nutrida presencia de ciudadanos de diversa procedencia, este hecho que jamás se hizo evidente en la transmisión de Señal Colombia.
El hecho de que se estén ejecutando obras para TransMilenio por la Avenida 68 no justifica la selección del sector por donde pasó el desfile (el exclusivo sector de Colina). El tramo norte de la Avenida Boyacá privó a los bogotanos de muchos sectores populares de conectarse nuevamente con sus soldados luego de dos años de pandemia. Quienes en el pasado hicimos parte de la organización del desfile sabemos que tanto a la Carrera Séptima como a la Avenida 68 asistían personas de las localidades de Mártires, Candelaria, Barrios Unidos, Santa Fe, Teusaquillo, Chapinero, Puente Aranda, Kennedy, Engativá, Fontibón, Ciudad Bolívar y San Cristóbal, entre otras.
La capital colombiana tiene tantas vías en sus zonas sur, oriente y occidente con la capacidad de recibir un desfile militar de tal trascendencia en esta coyuntura: la NQS, la carrera décima, la Caracas, las Américas, la Primera de Mayo, la Ciudad de Cali, etcétera. Ahora bien, si era prácticamente imposible realizar esta parada en Bogotá, entonces por qué no se estudiaron opciones en la periferia de Colombia. Las experiencias de San Andrés (2007 y 2013) Leticia (2008) y Tame (2009), enviaron un mensaje de inclusión y de país que bien valdría la pena haber repetido, verbo y gracia, en ciudades como Tibú, Tumaco, Buenaventura, Quibdó o Puerto Asís.
Un error cuando la institución está en la picota pública por cuenta de las sesiones de la JEP sobre “falsos positivos” en Ocaña, Norte de Santander, y en Valledupar, Cesar. Un nuevo paso en falso cuando el capítulo de hallazgos y recomendaciones del Informe Final de la Comisión de la Verdad promueve la reforma de las Fuerzas Militares, según la entidad por sus notorios excesos, connivencia con el paramilitarismo y configuración de aparatos criminales en su interior.
Una desconexión con el pueblo que habita el sur de Bogotá y que recientemente se volcó a las calles en un estallido social que duró meses, si bien este estuvo signado por episodios vandálicos y de terrorismo urbano. Un despropósito cuando el presidente electo dice que se acabaron las fuerzas de la muerte para dar lugar a las fuerzas de la vida. Con esta realidad y estos imaginarios, ¿ustedes creen que el próximo año el desfile militar del Día de la Independencia será igual? ¡Realmente, me reservo mis dudas!
Colofón: Los invito a ver el filme Invictus, basado en una historia real sobre Sudáfrica, Mandela y el apartheid. Quizás así entiendan el mensaje que encierra mis palabras, que no buscan destruir a las instituciones que amo y que me dieron todo, sino sensibilizar a mis hermanos en armas para que no sigamos cometiendo errores recurrentes como hasta ahora.