A Sun Tzu, filósofo y general de la China antigua, se le atribuye el haber escrito El arte de la guerra, libro que algunos expertos consideran el más completo, pero a la vez sencillo tratado de estrategia militar jamás ideado por el hombre. Las enseñanzas de Sun Wu, su verdadero nombre, trascienden incluso hasta nuestros días, máxime cuando se asume la difícil y escabrosa tarea de analizar el presente del sector Defensa en Colombia.

Si bien Sun Tzu hizo muy pocas alusiones sobre el rol de quien detenta el poder político en un Estado, hay dos frases que le caerían como anillo al dedo al presidente Gustavo Petro y, por extensión, a los integrantes de su alto mando militar y policial. “[…] Un líder lidera con el ejemplo, no por la fuerza”, sentencia el maestro Sun, quien párrafos más adelante escribió: “[…] El gobernante iluminado es atento y el buen general está lleno de cautela”.

Quise traer a valor presente estas dos máximas de la obra de Sun Tzu, como quiera que las señales que está enviando el presidente Gustavo Petro al conjunto de la Fuerza Pública son contradictorias, por una parte, y de apatía y menosprecio, por la otra.

Contradictorias y confusas, porque mientras responsabiliza a los comandantes de la ocurrencia futura de masacres y atentados contra la vida e integridad de líderes sociales y demás integrantes de la población civil, simultáneamente les dice que en su gobierno el uso de las armas de la República no es una opción.

“[…] La comisión de masacres y su impunidad en jurisdicciones de mandos militares y policiales afectará la hoja de vida de los mandos” fueron las palabras en tono de amenaza que publicó en su cuenta oficial de Twitter el mandatario de los colombianos y que luego repitió a viva voz a los generales y almirantes que le acompañarán en el primer ciclo de su gobierno.

Sinceramente no quisiera estar en el pellejo de ninguno de ellos, pues bajo este imaginario no me explico cómo van a contrarrestar ellos y los hombres y mujeres bajo su mando el accionar de los Grupos Armados Organizados (GAO) y los Grupos Delincuenciales Organizados (GDO). Para mayor claridad, GAO debe leerse como ELN y disidencias de las Farc, en tanto que GDO como Clan del Golfo, Rastrojos y toda suerte de bandas de delincuencia con estructura de comando y control.

En este orden de ideas, que cualquier experto me explique cómo será posible la construcción de la paz grande o Paz Total de la que tanto habla el estadista de la Colombia Humana, si bien su logro y consolidación está demarcado bajos dos conceptos etéreos, vagos y muy generales: seguridad para la vida y defensa para la paz.

Es lógica la ignorancia del presidente y de su ministro de Defensa en asuntos relacionados con la seguridad pública y la defensa nacional. Recordemos que si bien Petro hizo parte de un grupo alzado en armas contra el Estado como el M-19, su rol se concentró en tareas ideológicas y políticas, mas muy poco en el terreno del combate, en tanto que Velásquez Gómez ha hecho carrera en la rama judicial y la diplomacia.

Ahora bien, la apatía y el menosprecio del Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas de la República a sus subalternos ‒investidura que otorga al presidente el artículo 189, numeral tercero, de la Constitución Política‒ ha tenido dos capítulos o episodios recientes. El primero, cuando la semana pasada, en desarrollo de un remedo de consejo de seguridad, él, su minDefensa y algunas autoridades civiles de Chocó permanecieron sentados y la cúpula saliente estuvo parada detrás de ellos durante no menos de 16 minutos.

El segundo desaire ocurrió ayer ‒al mejor estilo de la silla vacía en los tiempos del Caguán de Pastrana‒ cuando Petro dejó metidos a los mandos que le habían preparado la ceremonia de transmisión de mando y de reconocimiento de las tropas en la Escuela Militar de Cadetes General José María Córdova. El quid del asunto es que este desplante, que algunos sectores calificaron de “mayor”, tiene más de fondo que de forma o de modales, en especial si a la ecuación se le adiciona el tufillo amenazante de sus órdenes e instrucciones.

Estamos en presencia de otra señal errática del presidente Petro, quien, como han estilado históricamente los gobernantes de este país sin importar su orilla ideológica, siempre se lava las manos al descargar en los uniformados la responsabilidad exclusiva de lo que antes se conocía como orden público. En otras palabras, las victorias y los éxitos operacionales son del gobernante, y las debacles y crisis en la seguridad y la defensa de los militares y los policías en su condición de fusibles del Estado.

Esta escisión entre el poder político y la fuerza pública jamás dará buenos dividendos. ¿Dónde queda la responsabilidad del Ejecutivo? ¿Los gobernadores, alcaldes y secretarios de Gobierno de los entes territoriales seguirán pasando de agache? ¿Qué responsabilidad se desprende de la formulación y ejecución de los Planes Integrales de Convivencia y Seguridad (Pics) en los ámbitos local, regional y nacional? Muchas dudas, pocas respuestas.

Finalmente, muchos se preguntan hasta cuándo durará el desdén natural del presidente para con los integrantes de la Fuerza Pública. Para mí, la respuesta es obvia: cuando el tiempo decante a las generaciones que comandan las Fuerzas Militares y la Policía Nacional del hoy, dando paso a la generación de la seguridad humana en el mañana.

Es coronel retirado del ejército, donde ingresó en 1992. Estudió comunicación social y periodismo en la Universidad Central y una especialización en derecho internacional de conflictos armados en la Universidad Externado de Colombia.