¿Cómo hacer que el tercer ciclo de negociaciones con el ELN produzca resultados palpables?

El 2 de mayo se inicia en La Habana el tercer ciclo de negociaciones con el ELN. Las expectativas son altas: después de dos ciclos, aún no se han tocado los temas de la agenda y el capital político y social de la paz total va disminuyendo aceleradamente.

Entonces, es necesario que la mesa produzca resultados palpables lo antes posible. Sin embargo, el ELN parece haber entendido pronto que el afán del gobierno incrementa su poder de negociación y ha venido manejando los ritmos de la negociación según sus intereses.

El propósito central de la delegación del gobierno parece ser alcanzar un cese al fuego y de hostilidades bilateral, así como avanzar en el punto de la participación ciudadana. Aquí esbozamos algunas ideas sobre cómo hacerlo funcionar.

¿Un cese al fuego y de hostilidades bilateral para qué?

La delegación del gobierno ha sido clara con respecto a que el cese al fuego busca desescalar la confrontación armada y producir alivios humanitarios en las comunidades más afectadas por el conflicto.

Por el contrario, aún no son claras las motivaciones del ELN y tampoco es claro si coincide con el gobierno en que deben cesar las acciones contra las fuerzas militares y policiales, pero también contra la población civil (hostilidades).

Para lograr un cese al fuego y de hostilidades, el gobierno debe tener claro cómo se financian las estructuras guerrilleras. Solo entendiendo eso se podrá considerar si los atentados contra la infraestructura petrolera, las extorsiones y los secuestros van a detenerse.

Por tanto, la primera pregunta que debería resolver el gobierno en La Habana es si el ELN puede, quiere y tiene las capacidades financieras para cesar todas las hostilidades. En este punto, es preferible ser honestos con las acciones que van a detenerse y no generar expectativas irreales que pronto se incumplan y lleven a la ciudadanía a creer (todavía más) que el ELN no tiene disposición para desmovilizarse.

Si esto se supera, el segundo punto que debe quedar claro es cómo se va a verificar el cumplimiento. En principio, parece que es relativamente fácil entender cuándo el ELN o el ejército incumplen el cese al fuego en su relación bilateral.

No obstante, lo problemático será verificar cumplimiento en los territorios que el ELN comparte o se disputa con otros grupos armados. El gobierno necesita hacerle preguntas incómodas a la guerrilla:

  • ¿están dispuestos a detener combates (que pueden causar desplazamiento forzado) con otros grupos armados?
  • ¿están dispuestos a concentrar a sus unidades y comprometerse a no expandirse territorialmente durante las negociaciones?
  • ¿estarían dispuestos a hacer treguas en territorios en los que se encuentran combatiendo a otros grupos, como las AGC o algunas disidencias de las Farc-EP?

Dependiendo de las respuestas, lo más probable es que no podamos hablar de un gran cese al fuego y de hostilidades a nivel nacional, sino de múltiples configuraciones. En los territorios en los que solo hay presencia del ELN, quizá ese sea el resultado: el fin de prácticamente todas las hostilidades.

En los territorios en los que hay más de un actor armado, quizá el gobierno necesitará reducir sus objetivos y pactar temporalmente con los grupos armados treguas informales que impidan que quienes se queden por fuera de la negociación aprovechen esa situación para ampliar su control territorial.

Es cierto que esto es más complicado, pero es la única forma de evitar (nuevamente) crear la expectativa del fin de la violencia en un contexto que parece no permitirlo en el corto plazo.

Particularmente, el gobierno debería priorizar una estrategia multilateral para el Chocó, el bajo Cauca y el sur de Bolívar, en donde el ELN comparte territorios con las AGC (y en algunos están en plena disputa).

Dado que este grupo armado está, hasta ahora, por fuera de las negociaciones, existe el riesgo de que pueda aprovechar su posición militar para presionar al gobierno. En las regiones en las que el ELN comparte territorios con disidencias (como en las zonas de frontera en Arauca y Norte de Santander o algunos municipios del Cauca), posiblemente la mejor estrategia será vincular parcialmente ambas negociaciones para un cese al fuego multilateral. La fórmula dependerá de la disposición de todos los actores, pero el gobierno necesita tomar la iniciativa al respecto.

La participación ciudadana

El segundo elemento en el que se espera avanzar en este ciclo es el primer punto de la agenda: la participación ciudadana. Este es un punto complicado de operacionalizar. Lo básico debería ser que la convocatoria ciudadana sea amplia y se garantice la participación activa de organizaciones y gremios que incomoden y tensionen a la insurgencia.

Por supuesto, se necesitan movimientos sociales que crean en la negociación y la puedan dinamizar cuando se necesite, pero también sectores amplios del espectro político-ideológico que hagan de ese punto no solo un requisito sin valor, sino una forma de lograr un verdadero diálogo entre improbables.

Justamente por ello, hay una pregunta cuya respuesta debería quedar clara y es: ¿participación de qué sociedad civil y para hablar de qué? Es necesario que, antes de llevar a la sociedad civil a la mesa, sea claro cuál sera su rol.

De lo contrario, se corre el riesgo de que esa participación barnice la negociación sin aportar nada novedoso al proceso. Aun más cuando hay un punto de víctimas (Punto 4) que, presumiblemente, llevará a las organizaciones de víctimas a discutir mecanismos de reparación.

Dado que la agenda parece ser amplia y va desde el régimen político hasta el modelo económico, la participación de la sociedad civil debe tener limites temáticos y temporales para que no termine diluyendose en eternas conversaciones que podrían tenerse en muchos otros escenarios, pero no en un proceso de paz.

Al respecto, también sería importante que el gobierno entienda que no puede desgastar un mecanismo tan importante como la participación ciudadana. Por ejemplo, la ciudadanía en zonas golpeadas por la violencia participó en la formulación de los Planes de Desarrollo con Enfoque Territorial (Pdet).

Aunque esto fue muy valioso, algunos de los participantes sintieron que sus opiniones finalmente no fueron canalizadas en los planes adoptados a nivel subregional o que fue solo una forma de legitimar políticas que ya venían pensadas previamente desde otras instancias. Los diálogos con el denominado Estado Mayor Central también parecen querer incluir a las comunidades.

Entonces, la inclusión de la sociedad civil no solo debería ser útil para legitimar esas instancias, sino que debería incluir protocolos claros sobre cómo involucrarlos en las discusiones. De lo contrario, se corre el riesgo de que, al no resolver las inquietudes y solicitudes de los convocados, estos llamados de participación pierdan legitimidad en el futuro.

El ELN puede hundir o fortalecer a la izquierda democrática

Un punto problemático de plantear, pero no por eso menos cierto es que, en el contexto actual, el ELN tiene en sus manos gran parte del éxito o fracaso de este gobierno. La paz con el ELN fue una de las principales banderas con las que la izquierda democrática llegó al poder.

Luego, la paz total se convirtió en la política central del gobierno, pero rápidamente ese barco naufragó y hoy el gobierno probablemente tiene que concentrarse en una paz menos ambiciosa: con el ELN (o una parte) y, quizá, algunas de las disidencias.

Si el ELN se mantiene empecinado en ofrecer muy pocas muestras de buena voluntad, sigue realizando declaraciones que rayan en la provocación constante a la opinión pública y mostrando abiertamente su disposición de diluir la negociación, posiblemente no tiene sentido que sigamos hablando si quiera de paz total.

Si el ELN, por el contrario, decide cambiar el rumbo y mostrar públicamente un compromiso real de finalizar su conflicto armado, quizá todavía estamos a tiempo de mitigar la violencia en el país.

El corolario de todo esto seria un fracaso estrepitoso de la paz total sin el ELN, que era en principio el actor protagónico de la misma.

Implicaría una victoria política para los sectores políticos que se han opuesto historicamente a la solución negociada del conflico. Será muy difícil defender una salida política a la guerra en el corto plazo si los actores armados mostraron poca disposición cuando hubo un gobierno tan dispuesto a (casi) todo para lograrlo.

Y como ya nos mostraron el plebiscito del 2016 y las elecciones del 2018, la derecha está muy bien equipada para absorber las decepciones que estos procesos fallidos le generan a la población civil. La frustración de la paz total puede representar también la demostración, para algunos, de la ineficiencia de la izquierda democrática para cumplir con lo que prometen en campaña.

Las partes deben manejar mejor sus comunicaciones

Para concluir, consideramos que es muy valioso que este gobierno esté dispuesto a involucrar a la sociedad civil en los diálogos y compartir los avances y retrocesos en tiempo real. No obstante, si hay una lección que nos dio la negociación con las Farc-EP es que el secreto en ocasiones puede salvar las negociaciones.

Los anuncios apresurados de Gustavo Petro por Twitter, las declaraciones tendenciosas de Antonio García y las entrevistas con opiniones equivocadas y revictimizantes de miembros del equipo negociador (como Otty Patiño afirmando que no sabía si el ELN había reclutado a menores de edad forzosamente) tienen que detenerse.

Es absurdo que ambas partes estén malgastando el poco capital político que le queda a la paz de formas tan básicas. La mesa tiene que concretar cosas en privado y comunicar ordenadamente en público.

De lo contrario, quizá la paz se consiga, pero la población civil no esté dispuesta a sacarla adelante. Y, como estamos viendo con las antiguas Farc-EP, la implementación es tan (o quizá más) importante que la negociación.

Además, ambas partes deben, más pronto que tarde, reconocer que aunque negocia el gobierno nacional, luego lo pactado necesita de muchos apoyos políticos para ingresar al ordenamiento jurídico e implementarse.

Puede que el gobierno esté discutiendo grandes reformas en la mesa, pero que luego en el Congreso, con una coalición cada vez más pequeña y debil, no haya cómo ejecutarlas. La solución entonces no es culpar al Congreso de guerrerista, sino coordinar todos esos elementos para no estar discutiendo lo inviable. Para hacer la paz, lograr cosas con expectativas razonables tiene mucho más valor que crear falsas esperanzas como sucedió con el acuerdo del Teatro Colón.

Es profesor en la Universidad del Norte. Se doctoró en estudios americanos con mención en estudios internacionales en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile. Sus áreas de interés son negociaciones de paz, conflicto armado y seguridad ciudadana.

Es investigador adscrito al centro de pensamiento UNCaribe de la Universidad del Norte. Estudió relaciones internacionales en la Universidad el Norte.