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El acuerdo de paz es un hito en la historia de Colombia y una oportunidad de transformar el país. El reto ahora es convencer a la gente sobre por qué vale la pena votar por el Sí.

Si solo dependiera del compromiso de la Comisión Negociadora del Gobierno, del presidente Santos y de las FARC EP, el fin del conflicto con esta guerrilla habría llegado a su fin, hoy 24 de agosto, luego de 4 años de negociaciones en La Habana. Es un hecho, llegó el tan esperado día D, el anuncio oficial de que la agenda pactada ha sido agotada y sobre cada uno de los puntos, las partes han llegado a un acuerdo.

Hecha esta tarea imprescindible, ahora deberemos ocuparnos no solo de conseguir al menos cuatro millones y medio de votos por el Sí, para ganar el plebiscito, sino que, entre tanto, habremos también de poner sobre la mesa algunas transformaciones culturales que requiere la sociedad colombiana, sin las cuales la construcción de la paz -como trabajo de todos- no será posible.

Sobre los desafíos que este nuevo estado de las cosas impone, creo que no hay duda, comenzará una nueva etapa para nuestro país que implica contar con una mirada diferente para abordar los temas vitales discutidos en la negociación, que dicho sea de paso están lejos de resolver toda la agenda nacional o todos los problemas del país y que no obstante significan un avance irrenunciable -con o sin proceso-.

Lo que hoy vivimos es un hito en la historia de Colombia (y del mundo) por varias razones,

  • Porque esta negociación con las FARC es producto de una decisión política, deliberada, planificada y pública.
  • Porque lo negociado en La Habana se aborda desde la perspectiva de los derechos de las víctimas quienes cobran un papel protagónico, tan importante que es la cuota inicial para transitar hacia la reconciliación;
  • Porque en esta, como en toda buena negociación, las partes han concedido en puntos que parecían irreconciliables. Y para los opositores bien vale reiterar que, el gobierno de Colombia, puso puntos de honor ante los cuales las FARC también cedieron. 
  • Porque este tratado tiene la perspectiva de una política de Estado, una vez sea aprobado por el Congreso y revisado en su constitucionalidad por la Corte, se elevará a Acuerdo Especial al ser presentado ante el Gobierno Federal en Berna y ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas;
  • Porque al contar con la legitimidad necesaria, la comunidad internacional en su conjunto lo avala, lo apoya y, en la medida de sus posibilidades, ayudará a financiarlo, y finalmente,
  • Porque este proceso se dio para poner fin a la confrontación armada con esta guerrilla y no para abordar la suma de las complejas conflictividades del país, dicho de otra manera, es un proceso acotado a temas pertinentes, medibles, monitoriables y, sobre todo, posibles.

Dicho lo anterior, muchas personas se preguntan, si en realidad esto es hito ¿qué va a cambiar hoy en el país? Es posible que, para un alto porcentaje de colombianos, sobre todo aquellos que vivimos en las ciudades grandes e intermedias (que somos mayoría y que al final de cuentas seremos quienes definamos el resultado del plebiscito), los cambios sean casi imperceptibles por la imposibilidad de comparar con un estado mejor,  porque no conocemos otra forma de vivir sino la del estado de guerra que a fuerza de persistencia ha logrado permearse como un estado natural.

Sin embargo, todos los que conocen la situación actual que viven los campesinos de esa otra Colombia, de la Colombia profunda, es posible que logren comprender con más claridad qué está cambiando y qué (ya) ha cambiado de manera tangible para ellos. En ese sentido, también cabe la responsabilidad de ser el altavoz de aquellas voces que tendrán pocas oportunidades de ser escuchadas.

En esencia lo que ha cambiado para ellos es la posibilidad de vivir sin que la muerte los ronde de manera permanente. Pero para explicar esta afirmación recurramos a datos producidos por centros de pensamiento y monitoreo, por ejemplo, veamos la información ofrecida por CERAC de la Universidad Javeriana, que se ha dado la tarea de hacer un monitoreo de los resultados de las medidas de desescalamiento, que ya cumple trece meses y que, como se lee en su página ha hecho un esfuerzo con la debida diligencia en la preparación y procesamiento de su recopilación, siguiendo metodologías de recopilación, inclusión, procesamiento y análisis de la información con estándares aplicables y reconocidos para el análisis de conflictos y el registro de todas las víctimas en contextos de conflicto.

El acumulado de esta información demuestra que el último año se ha logrado la máxima disminución de la intensidad del conflicto, en toda la historia de su existencia, lo que significa la reducción en el número de víctimas, de combatientes muertos y heridos y de acciones violentas; las Fuerzas Armadas han disminuido sus acciones militares en contra de esta guerrilla en un 53 por ciento; la Fuerza Pública ha desarrollado 412 acciones no violentas en contra de las FARC, básicamente incautaciones y destrucción de explosivos, pero ninguna corresponde a bombardeos.

Son 68 días en los que no se han podido documentar acciones ofensivas atribuibles a las FARC y 42 días sin que se registren combates. En ese sentido, ha habido un cumplimiento, de los compromisos bilaterales de desescalamiento. Los entendidos en la materia hablan de que ello le ha ahorrado al país más de tres mil muertes.

Por otra parte, acudiendo a la memoria inmediata del y la lectora, bien vale preguntar desde hace cuánto no se escuchan noticias que involucren directamente a las FARC, sobre nuevos desplazamientos masivos, sobre bombardeos a pueblos indefensos, sobre masacres cometidas a plena luz día, sobre pueblos enteros atacados o confinados, a quienes se les violaba hasta el más elemental derecho a la movilidad humana, entre muchos otros.

El acuerdo entre el gobierno y las Farc, abre un abanico de posibilidades al país, de manera irresponsablemente resumida podría subrayar: la posibilidad de sentar las bases para la construcción de la paz; establecer el proceso de construcción de esa paz sobre los derechos de las víctimas a la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición; abordar el problema de los cultivos ilícitos y el narcotráfico desde una perspectiva más apegada a las necesidades de la agenda propia que a los intereses internacionales; generar una institucionalidad capaz de ocuparse de una forma eficiente de reversar la contrareforma agraria generada por los narcotraficantes y paramilitares y de avanzar hacia una reforma agraria integral que asegure la productividad del campo y los campesinos; introducir un sistema de seguridad capaz de garantizar la plena participación política de todos los colombianos; poner fin al conflicto con mecanismos claros y precisos para que el Estado recupere el monopolio legítimo de la fuerza, y, refrendar los acuerdos por medio de un plebiscito con una sola pregunta.

Recordaba esta semana Andrei Gómez, en la primera minga de Ennaríñate por la paz, que hace 59 años los colombianos salieron a votar el plebiscito para instaurar el “Frente Nacional”.

En esa oportunidad, el 1 de diciembre de 1957, votó el 70 por ciento del censo electoral -por primera vez incluidas las mujeres-, de ese total, un 95.2 por ciento se expresó afirmativamente.

Yo me pregunto si no es esta nuestra más importante oportunidad para transformar nuestro país y comenzar juntos la construcción de la paz, donde las mujeres también, por qué no decirlo, jugaremos un papel protagónico en la defensa de la vida.

Administradora de Empresas con estudios en alta gerencia, desarrollo humano y derechos humanos. Especialista en Creación Narrativa y con maestría en Creación Literaria. He sido gerente de proyectos de desarrollo social a nivel nacional e internacional. Fui gerente del Informe de Desarrollo Humano...