En Gran Bretaña, Colombia y Venezuela, la fiera proselitista amenazada se defendió empleando sus últimos efectivos democráticos, para liquidar a sus enemigos.  Pero no han terminado de festejar este pírrico triunfo, cuando ya se dan cuenta de que han sufrido bajas irreparables, al deslegitimar el proceso. Tres ganadores políticos son ahora tres heridos de muerte.  

Cuando Pirro, Rey del Epiro, pasó de la euforia por el triunfo sobre los romanos a revisar sus bajas en el campo de batalla, donde yacían miles de sus hombres, exclamó: “otra victoria como esta y volveré solo a casa”. Desde entonces, y como lección para el mundo, se llaman ‘victorias pírricas’ a aquellas que se consiguen con demasiadas pérdidas en el bando ‘vencedor’.

En realidad Pirro venció tácticamente, solo en la batalla, pero no en la gran estrategia: la guerra contra Roma. Esta sucesión de victorias pírricas abriría el camino para el dominio romano sobre las ciudades-estados de Grecia. 

Pero las guerras inútiles no se libran solo en términos militares, sino también en las arenas políticas, donde abundan victorias pírricas. Este segundo semestre del año 2016, nos ha ofrecido tres ejemplos clásicos en el tema de las victorias pírricas en la política. Estos son, en orden cronológico: la batalla británica del Brexit, la contienda del plebiscito en Colombia y  la lucha revocatoria de Maduro en Venezuela.

En el caso de la Gran Bretaña, Boris Johnson fue el líder conservador que usó todas las armas para sembrar el miedo entre los votantes.  El uso de argumentos falaces, de medias verdades y exageraciones, fue tan contundente, que exacerbó el chauvinismo y las fobias de esos ciudadanos mayores considerados tan ‘flemáticos’. Cuando la batalla electoral concluyó, los aislacionistas habían logrado decapitar al Primer Ministro, David Cameron, y establecer un nuevo gobierno.

Pero, una vez que se disipó el humo de la confrontación, Johnson se dio cuenta del altísimo costo para su credibilidad y reputación que había pagado. Él mismo se hizo entonces al margen, con el mayor cinismo, asustado por el precio político que deberá pagar su partido. Quizás esto ocurra en un plazo más o menos corto, con el enorme costo del derrumbamiento de la quinta economía del mundo. Estratégicamente, los conservadores de Johnson se han perjudicado como opción de gobierno tras ese triunfo del Brexit.  Y quizás lo hayan hecho por mucho tiempo, al herir a toda una generación de jóvenes ciudadanos.  

En Colombia, la oposición de derecha trabajó arduamente durante casi cuatro años, para evitar que un proyecto de paz liderado por el Gobierno recibiera el beneplácito democrático. La propuesta consultaba si se debía tender o no un ramo de olivo a los debilitados enemigos de la sociedad, tras medio siglo de barbarie. Con estos antecedentes, el plebiscito tocaba las fibras más profundas de los colombianos, tanto de temor, representado en el ‘no’, como de  esperanza del ‘si’. Recién concluido el conteo de las urnas, todos los promotores del no sintieron que habían derrotado al establecimiento en una batalla épica. Santos y su paz se tambaleaban.

Pero, no había pasado ni una semana desde el plebiscito, cuando quienes impulsaron el no presintieron que habían pagado un precio político demasiado alto ante sus propios votantes. Ciertamente, solo una mínima parte de los votantes, proselitistas confesos, se regocijarían con el triunfo del no y la dolorosa derrota de sus vecinos y de algunos familiares. Las marchas estudiantiles que unieron al sí y al no, la confesión de estrategias sucias de campaña y las reacciones internacionales desnudaron el costo de esa pírrica victoria. Las posibilidades de alcanzar el poder en 2018 parecerían inversamente proporcionales al grado de responsabilidad que pudieren tener en un eventual hundimiento del acuerdo de paz.   

Y en el último caso, de Venezuela, el Gobierno se acababa de anotar la victoria final en la batalla por liquidar el referendo revocatorio. La fiera acorralada se defendió empleando sus últimos efectivos democráticos, para liquidar la oposición.  Pero no han dejado de festejar este pírrico triunfo de matar al referendo, cuando se han dado cuenta de que perdieron todos sus efectivos democráticos, al deslegitimar el proceso.

La guerra por la democracia socialista del Siglo XXI, está irremediablemente perdida, tras esa falsa victoria de Diosdado y su gente. Al matar el último recurso democrático, ha muerto para siempre la legitimidad de este régimen.  Solo falta ver si los militares apoyan ahora una dictadura infame. Esa sería una forma aberrante, pero no imposible de conservar el poder, que más temprano que tarde también habrá de caer.

Es consejero del Sena, periodista y ejecutivo gremial. Estudió derecho en la Universidad de Nariño y alta gerencia en la Pontificia Universidad Javeriana.