Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
¿Es posible la reconciliación después de las elecciones del 13 de marzo? En mi columna anterior decía que sí era posible dar un salto hacia la reconciliación. Sin embargo, el balance hoy es agridulce, como siempre lo son en estos procesos complejos que toman décadas.
Hay elementos muy positivos que surgen de la jornada electoral. Una buena participación de votantes, la selección de un número importante de nuevos congresistas que se estrenan por primera vez en el Congreso y representan diversos sectores sociales y la elección de las 16 curules de paz. También sobresale la votación récord que obtuvo la coalición de izquierda, lo cual muestra que se va desmontando la estigmatización de este espectro ideológico, que esta vez tendrá que mostrar con hechos que es posible legislar para las mayorías.
Pero también hay elementos muy negativos. Por ejemplo, que clanes políticos tradicionales mantengan la mayoría de las sillas en el Congreso, que políticos que se oponen al Acuerdo de Paz sigan obteniendo una alta votación, que la participación en las zonas de conflicto siga siendo sustancialmente baja por la falta de garantías, tanto de seguridad como de igualdad de condiciones frente a los partidos tradicionales.
Sin embargo, lo cierto es que aún hoy, casi un mes después, no tenemos los resultados exactos de cómo quedó conformado el Congreso. Todo debido al desempeño mediocre del registrador nacional, pues su entidad cambió a muchos de los jurados de votación, no entrenó competentemente a los nuevos jurados, diseñó un formulario de preconteo al que no se le hicieron modificaciones sugeridas por la Misión de Observación Electoral para evitar errores en el registro de votos del Pacto Histórico y compró un software que técnicamente colapsó.
La sensación de fraude que dejaron las elecciones del 13 de marzo no contribuye a la reconciliación. Todo lo contrario, ayuda a reforzar la desconfianza entre sectores de colombianos que perciben al país divido entre izquierda y derecha, propaz y antipaz, populistas y demócratas, neoliberales y comunistas, tecnócratas y charlatanes.
Ahora a esta lista se suma la división entre quienes consideran la elección de la bancada más grande en la historia de Colombia de izquierda como legal frente a los que la consideran producto de un fraude.
Para un país con un historial de violencia política esta división es muy peligrosa porque aviva el fuego de recurrir a la violencia en la eventualidad de que los resultados en las elecciones presidenciales de mayo sean a favor de la izquierda, arguyendo que dichos resultados son producto de un fraude.
Lo que ha ocurrido en Colombia en los últimos años revela que la página del escalamiento de la violencia política no es cosa del pasado. El regreso a la guerra siempre es un escenario posible en sociedades que caminan hacia la reconciliación a través de procesos de construcción de paz. La paz es política, porque “la guerra”, como sugiere el general prusiano Carl von Clausewitz, “es la continuación de la política por otros medios”.
Por eso, los constructores de paz debemos esforzarnos a fondo para tejer alianzas multisectoriales que hagan más difícil el regreso a la guerra. Un sector clave son los congresistas. Es con ellos que se construyen procesos de interlocución con la sociedad y las regiones, para que una vez en el cargo legislen en pro de agendas de paz que recojan el sentir de la sociedad y aseguren su participación activa.
Los colombianos eligieron un amplio espectro de congresistas que están inclinados a la construcción de paz, pero aún no son mayoría. Seguramente en el proceso político lograrán construir alianzas con sectores de los partidos tradicionales que usualmente se acomodan a las circunstancias para sobrevivir del erario público. Pero estas alianzas no son duraderas, ya que en las siguientes elecciones muchos se venden al mejor postor.
Sin embargo, los próximos cuatro años, los senadores que apoyan la construcción de paz serán al parecer cerca de 40 y tendrán más fuerza para seguir creciendo, como lo han venido haciendo desde 2018, cuando fue elegido el primer Congreso encargado de legislar para hacer realidad el Acuerdo de Paz. Estos cuatro años pueden oxigenar el proceso de reconciliación.
Pero las consultas para elegir candidatos presidenciales plantean retos para la reconciliación en la coyuntura actual. El centro comprometido con la implementación del Acuerdo quedó de tercero, la derecha comprometida con implementar el Acuerdo a regañadientes debido a la presión de la comunidad internacional y la sociedad civil quedó de segunda, y la izquierda comprometida con una “paz grande” quedó de primera.
Los resultados han desatado una pugnaz campaña política divida en tres estrategias que acrecientan las divisiones entre los colombianos. La primera, anti-Petro; la segunda, antiextremos; y la tercera, anti-“Fico” (-Uribe, -Duque).
Dentro de los sectores que están atrapados en estas estrategias cualquiera que intenta moverse por fuera es visto como un traidor. Las tensiones al interior de las alianzas políticas son inmensas: en la izquierda, entre quienes promueven el pragmatismo contra quienes promueven el dogmatismo; en la derecha, entre quienes quieren el autoritarismo y los que se mueven hacia el centrismo; y en el centro, entre los puristas y los flexibles.
Hoy las encuestas dicen que, a pesar del antipetrismo, Petro sigue creciendo y que la derecha se afianza en el segundo lugar a pesar del antiuribismo. La unión entre sectores comprometidos con la construcción de paz parece tan lejana como hace cuatro años, cuando ganó Duque. La polarización se siente a flor de piel y este parece ser un muro en el camino de la reconciliación.
Sin embargo, la historia de la humanidad muestra que hay saltos quánticos, que hay eventos inesperados que cambian para siempre los procesos sociales. El escritor americano-libanés Nassim Taleb llama estos eventos “cisnes negros”, para resumir que una vez lo impensable ocurre se integra rápidamente en el sentido común sin una reflexión o comprensión profunda al respecto.
Taleb recurre al hecho que en Europa se pensaba que todos los cisnes eran blancos hasta 1697 cuando Willem de Vlamingh vio el primer cisne negro en Australia; cuando este evento impredecible hasta entonces cambió una supuesta ley universal y los supuestos de los europeos sobre el mundo. El reto, según Taleb, es que los eventos extremadamente raros que él llama “cisnes negros” no se pueden predecir y, por tanto, tienen efectos impredecibles, por ejemplo, el ataque a las Torres Gemelas.
Hasta hace 10 años era impensable que el Gobierno de Colombia pudiera firmar un acuerdo de paz con las Farc, pero ese cisne negro ocurrió en 2016. Hasta hoy muchos consideran que es improbable que Colombia tenga un gobierno de izquierda. Que esto ocurra, así como sus efectos, son tan impredecibles como el Acuerdo de Paz con las Farc y los impactos incalculables de su implementación.
Ya veremos si un cisne negro emerge tras las elecciones presidenciales, basado en las decisiones impredecibles que puede tomar un amplio sector de la sociedad colombiana que nunca participa en política y otro que está cansando del uribismo que ha gobernado el país durante los últimos años.
Si esto ocurre, con este cisne negro tendremos que trabajar quienes creemos en la reconciliación para seguir construyendo paz.