Jonathan Tamayo y Gustavo Bolívar.

El 21 de noviembre es una oportunidad para unir al país alrededor de la construcción de paz. Sin embargo, los pasos en falso del gobierno contribuyen a la continuación de la guerra.

En 1914, Hermann Hesse, preocupado por el inicio de la primera guerra mundial, empezó a escribir ensayos que expresaban sus temores sobre cómo la continuación de la guerra hacía que cada día se profundizara la barbaridad humana, dando paso a grados incalculables de deshumanización. 

Su magnifico libro Y si la guerra continúa  —que debería leerse en los colegios de Colombia, recoge estos escritos y cierra con su discurso de media noche para festejar el inicio de 1946. Dice Hesse:

“estos últimos años no han sido años humanos ordinarios para nosotros; una vez mas nos acostumbramos a vivir una vida no humana.” 

La triste historia de la humanidad parece repetirse en Colombia. Desde 2012, cuando se abrió la posibilidad de cerrar la guerra, muchos escritores han dedicado sus páginas a reflexionar sobre la importancia de construir la paz entre todos. Pese a estos esfuerzos, la propaganda contra la posibilidad de acabar la guerra por vía de la negociación política persiste. 

En vez de resultar en la unidad de las mayorías, la búsqueda de la paz con las FARC-EP y el ELN dividió al país. Los resultados electorales desde 2014, así lo demuestran. Colombia está dividida en tres grandes pedazos. Los “incrédulos” que no participan (50%), los que defienden la “paz posible” (25%) y los que predican “paz sí pero no así” (25%). No ha habido mayorías absolutas, solo triunfos marginales, de un lado y del otro.

Sin embargo, las últimas semanas ha empezado a sentirse en el ambiente un aire de cambio. El cual, ha sido complementado por un sentimiento de indignación frente al recrudecimiento de la guerra sucia, en la que mueren niños y civiles en manos de todos los actores armados, incluido el Estado colombiano. Por circunstancias no calculadas, este aire de cambio y la indignación han convergido en la posibilidad real de una marcha multitudinaria en defensa del anhelo de vivir dignamente en paz. 

El paro del 21 de noviembre parece unir a muchos incrédulos, defensores de la paz, e incluso a quienes quieren un paz distinta. Sin embargo, un sector minoritario ha estigmatizado a quienes se han unido libremente al paro. Incluso, se ha promovido la paranoia que el paro estará infiltrado por actores que van a promover la violencia —como en Ecuador, Chile y Bolivia.

Así, esta jornada que podría unir al país para reflexionar profundamente sobre cómo asegurar la posibilidad de vivir en paz dignamente, se ha convertido en un nuevo escenario de división. La decisión del Comandante General de las Fuerzas Militares, General Luis Fernando Navarro Jiménez, de ordenar el acuartelamiento de primer grado desde las 6 am del 18 de noviembre, es una demostración más de una lectura equívoca por parte del gobierno de lo que significa la protesta pacífica.

Este paso en falso, como muchos otros, desde 2016 contribuyen a que la guerra continue. Un gobierno que predica el diálogo, mientras al mismo tiempo se prepara para enfrentar militarmente la protesta, corre el riesgo de perder toda legitimidad y aumentar la indignación. Muchos escritores han invitado al presidente Duque a la sensatez, pero parece no escuchar. 

Por tanto, al igual que Hesse, “para desafiar el horror y promover mi fé en la humanidad” comparto las líneas finales de su poema, que leyó cuando parecía brillar una nueva oportunidad de paz para la humanidad:  

“entonces, a nosotros, hermanos que erramos 

el amor es posible, aún en discordia.

No juicio u odio

pero el amor paciente

y la amada paciencia

nos acercan a nuestro objetivo.”

Es el cofundador de Rodeemos el Diálogo (ReD), profesor investigador en el Centro de Religión, Reconciliación y Paz de la Universidad de Winchester e investigador asociado de PostiveNegatives en Soas, Universidad de Londres. Se doctoró en relaciones internacionales en la Universidad de Sussex. Sus...