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¿Por qué la historia de la usuaria de Uber que fue contactada por uno de sus conductores generó tanto revuelo? ¿Por qué siquiera se planteó como un supuesto caso de acoso sexual?
Le he estado echando cabeza a la situación del supuesto acoso sexual de un conductor de Uber a una usuaria y quisiera analizar los hechos sin pasar una sentencia sobre las actuaciones de las personas involucradas. Con eso quiero decir que usaré lo que conozco de lo sucedido para preguntarme porqué un caso como estos genera revuelo y no para decir quién de los implicados tiene la razón. En particular me intriga identificar qué llevó a que una comunicación de un conductor de Uber con una de sus usuarias que se salió de la relación comercial terminó etiquetada como posible “acoso sexual” en la conversación que se dio en los medios.
Los hechos de los que tengo noticia son los siguientes: una mujer hace uso del servicio de Uber. Un conductor hombre la recoge. El servicio termina, exitosamente al parecer. Al día siguiente el conductor de Uber contacta a la usuaria por medio de Whatsapp y le manifiesta que como le pareció una mujer “agradable, además de hermosa” le gustaría “conocer[la] un poco más”. El mensaje no tiene ninguna referencia sexual explícita y comienza y termina con una disculpa por adelantado, pues el conductor no quiere ser imprudente.
Para mí esto no hubiera pasado de una anécdota más que se da en una ciudad en la cual tenemos muchos encuentros ocasionales con personas que nos prestan o a las cuales les prestamos un servicio, los cuales son potencialmente efímeros en su mayoría pero que siempre tienen la capacidad de convertirse en algo más. Por supuesto, el “algo más” puede ser bueno o malo, agradable o desagradable, desde una buena conversación hasta un robo.
Sin embargo, este encuentro social ocasional entre extraños rebasó el límite de las historias personales debido a las nuevas maneras que hemos adoptado gradualmente para entender las interacciones entre hombres y mujeres. Con ello me refiero a que, si bien años de estudio y activismo feminista nos han permitido decir que la violencia sexual en el conflicto armado no es un efecto colateral, estos nos han traído como costo el adoptar un enfoque de “pánico” frente a los avances románticos de hombres hacia mujeres.
A mi modo de ver esto se debe a que hemos aceptado explícita o implícitamente que la discriminación y violencia en contra de las mujeres tiene como origen la sexualidad. Así, hemos puesto el acento en la relación erótica para demostrar que este es el lugar en el que se estructura y consolida la discriminación de las mujeres. Hemos apropiado un discurso en el que los hombres son primordialmente máquinas sexuales depredadoras y en el que las mujeres son básicamente sus víctimas. En pocas palabras, partimos de la presunción de que las relaciones erótico-románticas heterosexuales (hoy no hay espacio para hablar de las homosexuales) no pueden comprenderse por fuera de este marco teórico.
Esta aproximación a la discriminación y violencia en contra de las mujeres tiene su explicación histórica. Quizá no hubiera sido posible tener ningún progreso en lo atinente a los derechos de las mujeres sin una postura así de radical en una sociedad en la que era permisible cualquier avance sexual de los hombres frente a las mujeres. Para tener al menos una idea de lo chocante que podía y puede ser esa realidad, basta ver Mad Men. Ahora, la sociedad no es estática y el posicionamiento hombre-mujer ha cambiado significativamente en las últimas décadas. Eso implica revisar la teoría, ver si el lente que nos sirve para leer el conflicto armado es el mismo que debemos usar para interpretar lo que nos acontece como hombres y mujeres en las urbes.
Una de las cosas que me han quedado claras en todos estos años de estudiar feminismo, de querer ser feminista, y a veces de querer dejar serlo, es que necesitamos interrogar constantemente lo que creemos y, sobre todo, las bases de nuestras creencias. Esto es de suma importancia, porque allí se asientan nuestros juicios. Noticias como estas me convencen aún más de que es esencial seguir el consejo de la académica Janet Halley: hay que tomarse un descanso del feminismo de vez en cuando para poderlo ver de lejos y con perspectivas distintas. De otra manera, es imposible ver cómo sus bondades vienen muchas veces aparejadas de altos costos.
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