2.800 likes y más de 1.000 retweets tuvo el trino que publiqué la semana pasada en el que relato un insuficiente y frío resumen de la realidad de diez niñas y adolescentes que están o estuvieron embarazadas en el Pueblo de Barú. 

S tiene 13 años, está en 8vo y embarazada, nadie sabe quién es el papá. D también tiene 13 y está en 8vo, ella ya “tiene marido” y está embarazada, ya su barriga no la deja usar el uniforme, DA tiene 15 años, aun en 8vo, una discapacidad cognitiva y está embarazada,

— Mariana Sanz de Santamaría (@marisanzdesa) November 8, 2022

Algunos de los comentarios a ese trino me hicieron caer en cuenta cómo este relato perpetúa la errada y dañina idea de que el problema es el embarazo adolescente en sí mismo.

En la historia reciente de Colombia se ha logrado reducir la tasa de embarazo (TEA) de 96,8 por cada mil adolescentes en 1990 hasta 74,98 en 2010, según la Encuesta Nacional de Demografía y Salud. Encuesta que, por cierto, dejaron de implementar desde el 2015, por aún desconocidas razones, seguramente políticas.

Esta disminución se ha logrado gracias a un esfuerzo mancomunado de una mayor distribución y oferta de anticonceptivos, a sus avances científicos y farmacéuticos, al activismo feminista por la posibilidad de decidir, al trabajo interinstitucional en salud sexual y reproductiva y a organizaciones como Profamilia y Oriéntame, entre otras. Desde el 2020 interrumpimos esta tendencia, disparando la TEA un 20%, y sigue subiendo.

Estos números tienen una directa relación con el desarrollo socioeconómico de las mujeres, de sus familias y, por tanto, de sus comunidades y tiene un impacto significativo a nivel nacional frente a brechas de desigualdad y género.

Los resultados de un informe de la Unfpa y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas evidencian que a más bajo el índice de fecundidad adolescente, mayor desarrollo de un país. Subraya que esa disminución en países como Suiza, Reino Unido, EE.UU., Australia, Francia, Finlandia: “No ha sido una natural tendencia al descenso sino al esfuerzo constante de los programas de salud pública que han puesto en primer plano el tema de la salud sexual de los adolescentes”.

Pues claro que prevenir el embarazo infantil y adolescente es una prioridad y es urgente. Sin embargo, hemos fallado en enfocar la problemática en este hecho aislado.

Proyectos, políticas, campañas e intervenciones para “prevenir el embarazo adolescente” tienen un alcance miope. Por un lado, enfocarlo así es, implícitamente, asignar una carga a las adolescentes y jóvenes injustamente. Es culpabilizarlas, estigmatizarlas, castigarlas y reprocharlas, estando ya ellas en una situación vulnerable y, en la mayoría de los casos, indeseada. Es tan fuerte esta equivocada acusación, que en muchísimas comunidades educativas aún es vigente la discusión de si se debiese o no “permitir” que las adolescentes embarazadas asistan al colegio, por ser “mala influencia” o un “mal ejemplo” para el resto del estudiantado.

Trasladar la culpa a la adolescente no solo es violento, discriminatorio, injusto y machista, sino que, de alguna manera, libera de responsabilidad a los niños, adolescentes y hombres de esos embarazos, justificando su desinterés e indiferencia generalizada por la protección y anticoncepción cuando tienen relaciones sexuales.

Para no ir muy lejos, esta ha sido la actitud de la industria farmacéutica hasta el sol de hoy pues la oferta anticonceptiva, con graves efectos secundarios, sigue siendo mayoritariamente femenina a pesar de que cada hombre podría fecundar 365 mujeres, mientras una mujer solo puede tener un embarazo al año. Por esto también existe la creencia de que la educación sexual para prevenir el embarazo “es para las niñas”, como si los niños no tuvieran nada que ver.

El embarazo en la adolescencia no es una enfermedad que se “prevenga” como, por ejemplo, el covid. Es una consecuencia de multiplicidad de factores, económicos, culturales, sociales, políticos. Muchos de estos factores son invisibles. Enfocarse solo en prevenir el embarazo adolescente es como darle un Noraver a un dolor de garganta para sanar a quien tiene covid, en lugar de investigar, pilotear y crear la vacuna. Si este es el enfoque, la distribución de anticonceptivos y el aborto legal y libre serían la solución inmediata.

Pues claro que lo anterior es primordial, pero no lo soluciona. Si fuese así, en Colombia ya no tendríamos este fenómeno ya que las EPS y el Sisbén tienen la obligación de entregar anticonceptivos como parte del POS. Además se redujo significativamente el valor de estos en farmacias, desde el 2006 el aborto es un derecho en tres causales y desde febrero de este año se despenalizó completamente hasta la semana 24, y a partir de ahí rigen las causales. Pero no, estamos peor que hace 10 años y empeorando en términos de TEA.

El enfoque en la prevención tiene una connotación, obvio, de prevenir, que implica “desincentivar” entonces las relaciones sexuales. Esto justifica que, para adolescentes, adultos neguemos, satanicemos, castiguemos la sexualidad en jóvenes, generando inseguridad, temor, vergüenza.

Obviamente este enfoque no elimina la humanidad y natural curiosidad sexual, ni tampoco el bombardeo sobrestimulante al que están expuestos por todos los medios, redes y música. Estos mensajes contradictorios confunden. Pero es que, además, qué sentido tiene estigmatizar la sexualidad, si es parte fundamental de nuestra identidad, que no se reduce a la genitalidad, sino a la exploración, cuidado, amor, goce y relación con nuestro cuerpo, de nuestras emociones y sensaciones, responde a qué nos gusta y qué no, cómo nos gusta, nuestro proyecto de vida, nuestra relación con nosotrxs mismxs y con lxs demás. Es que es un tema de salud mental y emocional también.

Así como la sexualidad es parte de nuestra identidad, el deseo sexual es una necesidad básica fisiológica y por tanto, satisfacerlo también lo es. Es más, es un derecho. Es un derecho también de niños, niñas, adolescentes y jóvenes, pues ellxs tienen ese deseo, de diferentes maneras según la edad. Así que negarlo es estúpido y castigarlo sí que es contraproducente.

Ahora, aunque el embrazo adolescente es problemático, no siempre es indeseado. Hay adolescentes que profundamente desean ser madres y buscan vehementemente quedar en embarazo. Ahora, si este deseo es libre, informado y genuino, pues, no lo sé, suele responder a un contexto cultural, social y económico que reduce el valor de la mujer a su capacidad de procrear, donde carecen de oportunidades realistas de estudiar, trabajar o donde no hay anhelo de un proyecto de vida alternativo o complementario al de ser madre por el que valga la pena protegerse para postergar el embarazo. En estos casos, que no son pocos, enfocarse en prevenir el embarazo está asumiendo que este es indeseado y no respondiendo a un vacío en oportunidades, autodesconocimiento y criterio nublado por normas de género.

“Ah, pero ¿quién las manda?“, “es porque nos saben qué hacer con su tiempo libre”, “eso les pasa por abrir la piernas”, “es que quieren amarrar un macho para que las mantenga”, “si sale preñá, la echo de la casa”, “las pobres solo quieren tener hijxs”, “sí así de fácil lo dio pues que asuma su pelaíto”.

Estas son algunas de las frases que escucho frecuentemente. Frases de padres y madres de familia, de jóvenes, de adultos, de abuelas y abuelos, de directivos docentes, de docentes, de personas comunes y entre nosotrxs. Sabemos que existen profundos y violentos estereotipos de género arraigados en nuestra cultura. Ideas como que que el hombre es solo hombre si pierde la virginidad a temprana edad y está con varias y es fuerte y dominante, y que la mujer debe ser sumisa, satisfacer al hombre y su valor depende de su virginidad y teme decir que no a relaciones que no quiere y que sí a las que sí quiere.

Entender la complejidad detrás de un embarazo no deseado y/o en la adolescencia es la única manera para realmente prevenirlo. Seguir enfocando las soluciones a “prevención”, en lugar de “apropiación de derechos” en “fortalecer el poder de decisión”. Además, como supuesto básico de la pedagogía, nadie aprende desde el “no”, como bien lo expone la psicóloga Marta Segrelle y Manuela Ospina (@mindheart.kids en Instagram, síganla), y pedagógxs como Alfred Adler, Rudolf Dreikurs, Jane Nelsen, entre otrxs. El “no”, el castigo, los gritos y las amenazas como “cuidado sales preñada”, “pilas con perded la virginidad”, “no se lo den tan fácil”, “no tengan sexo”, y más si son con carga moral, son solo condicionamientos de los que adolescentes reaccionan defendiéndose, desafiando, retando. En el momento en que nos defendemos, dejamos de aprender; la respuesta cognitiva es en modo supervivencia impidiendo analizar o pensar críticamente. Así, les negamos la posibilidad de vivir una sexualidad placentera y responsable.

Seguro a S, a D, a DA, a Y, a LB, a R a M, a AL, a Ye, y a las 111.548 niñas y adolescentes madres entre los 10 y 19 años en el 2021 (Laboratorio de Economía de la Educación -LEE- de la Universidad Javeriana, 2022) y tantas otras que no me alcanzaron para un hilo en Twitter, les advirtieron que no tuvieran sexo, o las intimidaron con echarlas de la casa si se embarazaban. Seguro también tuvieron uno o máximo dos talleres dictados por la orientadora del colegio de pueblo de Barú sobre los riesgos de las ETS o de no usar protección. Pero nadie les enseñó a conocer su cuerpo, ni que tienen derecho a sentir placer y a definir sus términos, ni que los anticonceptivos son una herramienta de poder, ni que su valor no lo define únicamente el ser madres, ni que postergar un embarazo podría aumentar un 7,3 veces sus ingresos en un futuro o tener 6 puntos porcentuales más probabilidad de tener empleo (Unfpa, Informe Milena, 2020). Tampoco nadie les enseñó a los hombres que eyacularon en ellas que la protección es también su tarea, que una paternidad temprana también les afecta, y hay otras maneras de satisfacer su deseo, que preñar a una niña o adolescente no los hace más hombres.

Pues, ¿quién les va a enseñar? Si a sus padres o madres nadie les enseñó y si en Colombia el 69,7% de los colegios encuestados (es decir 7 de cada 10) por el Índice Welbin y el Laboratorio de la Economía de Educación de la Javeriana no capacitaron al equipo docente en educación para la sexualidad humana, derechos sexuales y reproductivos durante los últimos dos años, y más del 35% no tiene ni siquiera un proyecto de educación sexual, y los colegios que lo tienen suelen encargárselo al pobre orientador, si es que hay, para que se invente algún taller de cómo usar el condón, pues así también le enseñaron. En Colombia hay un orientador por cada 1000 estudiantes; calculen la capacidad de acompañamiento y orientación que tienen.

Tenemos una asignatura pendiente, una verdadera educación integral para la sexualidad. La desigualdad de género, el embarazo infantil y adolescente, la violencia basada en género son causas principales de la pobreza multidimensional pues generan un efecto dominó que atrapa en la pobreza a ella, a las generación siguientes, a toda una comunidad y país. No hay ley, ni crimen a abusadores sexuales, ni subsidios que logren cerrar las brechas de desigualdad si no hay educación en derechos sexuales y reproductivos.

Estoy obsesionada con esto porque he presenciado cómo esta educación ha impactado a más de 2.700 jóvenes a las que hemos llegado en 19 comunidades del país, he visto cómo empiezan a caminar distinto, a hablar distinto, y cómo ninguna, a hoy, ha quedado en embarazo o es madre después de participar en nuestros programas. Seguro de nuestro monitoreo se nos escapa alguna que sí. Prevenir el embarazo adolescente es posible, si entendemos que ese no es el problema. Según estudios de el Fondo de Poblaciones de Naciones Unidas, del Banco Mundial y de Unesco, fortalecer el poder de decisión y la agencia a través del conocimiento sobre sus derechos es la única y la más poderosa herramienta para no solo prevenir el embarazo sino para escapar de la trampa de pobreza y romper ciclos violencia de raíz.

Es la fundadora y directora de Poderosas. Estudió derecho en la Universidad de los Andes y una maestría en educación en la Harvard Graduate School of Education. Sus áreas de interés son la educación integral en sexualidad y el poder de decisión de jóvenes.