Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Tiene usted, señora Ramírez, el honor de ser la primera mujer en ocupar la segunda silla del país, gracias a la persistente lucha de las mujeres colombianas y las del mundo occidental.
La nueva Vicepresidenta, con tesón, traspasó las filas conservadoras -en un ejercicio casi solitario- para llegar a la consulta interpartidista de la derecha política y salir de allí con la candidatura al solio vicepresidencial, diseñado y ocupado históricamente por varones durante estos dos largos siglos de vida republicana.
Por respaldo amplio obtenido, llegan ahora en la Casa de Nariño los tacones, las carteras y las bufandas, por encima de las corbatas y los trajes masculinos. ¡Enhorabuena!
Sin duda, se ha roto el techo de cristal de la alta dirección del Estado. Llegó la hora del poder colectivo femenino en el alto gobierno: otras maneras de liderar, nuevas prioridades, una voz poderosa, liderando unidas a favor del desarrollo y la igualdad de oportunidades para las mujeres y las niñas.
Ser la primera en ocupar este cargo tiene gran repercusión para la democracia colombiana. Después de seis décadas de haber obtenido el reconocimiento para ser elegidas en cargos del estado, ahora si las mujeres llegan para quedarse.
El mejor preámbulo son 4 candidatas a la vicepresidencia: Claudia López, Angela María Robledo, Clara López y usted ya posesionada.
Pero quiero enfocarme en el sentido de esta columna. Tiene por delante un gran desafío en este cuatrenio: ser una digna representante de las luchas femeninas por la paz, la reconciliación, la igualdad de oportunidades, el ejercicio pleno de los derechos de las mujeres y la paridad en la representación.
Además, le correspondió un momento clave en la vida del país: la transición de la guerra a la paz. ¿Quién mejor que una mujer para liderarlo?
Tiene usted el reto de crear una sólida alianza estratégica con el abanico de ministras y altas dignatarias nombradas en otros cargos.
Todas ellas líderes destacadas, pueden echar a andar los temas prioritarios de la agenda de equidad de género y derechos de las mujeres contenidos en el Acuerdo Final y garantizar a las mujeres, en especial a las víctimas sobrevivientes, a las rurales y a las niñas, igualdad de trato y acceso a las oportunidades, bienes y recursos del desarrollo, la participación paritaria y el fin de las violencias de género, incluidas aquellas causadas por grupos armados.
Tiene usted, así como las ministras, consejeras, directoras de departamentos y agencias del Estado, la mejor oportunidad de hacer historia y dejar una huella imborrable en la construcción de la paz, la democratización y la ética pública.
Sus conocimientos, capacidades y experiencia son garantía de éxito y esperamos también que su voluntad política, para trabajar en el horizonte de la erradicación de las brechas de género, todavía un enunciado de las políticas públicas.
Seguramente encontrará eco en las mujeres de la academia, las que ocupan posiciones de poder público, privado y en cientos de organizaciones de mujeres comprometidas desde hace más de tres décadas con el cese de la guerra y las violencias.
Mujeres con una generosidad infinita, dispuestas a actos de reconciliación y reparación a lo largo y ancho del país. Sin éstas, el país hubiera caído en un abismo sin salida. El trabajo colectivo femenino y feminista a favor de la paz es poderoso e imparable, precisamente por el altruismo que conlleva.
Llegaron los tiempos del “me too” y del “he for she” a su favor. El clamor para que cesen los odios y las venganzas, es el mejor preludio de un cambio en esta transición. Una tarea compleja y difícil.
Su talante y convicción democráticas, pueden hacer de la reconciliación y la convivencia una bandera ética y política de grandes dimensiones.
Por último, Señora Vicepresidenta, el país necesita el Ministerio de las Mujeres; por favor, hay que trascender esa idea anquilosada de un ministerio de la mujer y la familia.
Las familias son una institución de la sociedad, las mujeres son sujetos de derechos. Mantener esa ligazón mujer-familia, es perpetuar la idea de la familia como responsabilidad exclusiva de las mujeres.
Atrás quedaron los tiempos de la Consejería de la Mujer, la juventud y la Familia. Sería regresivo volver a esta concepción. Las familias son responsabilidad por igual de hombres y mujeres.
Necesitamos un Ministerio de las Mujeres con poder político, financiero, técnico y administrativo, presente en las decisiones del Consejo Ministerial, que lidere la política pública de equidad de género para las mujeres, transversal a las entidades sectoriales; les brinde a éstas respaldo y asesoría tecno-política, acompañe las instituciones de género territoriales y articule la implementación integral y efectiva del enfoque de género y derechos de las mujeres del Acuerdo de Paz, un logro de las organizaciones de mujeres y las feministas colombianas, inédito en el mundo.
Bienvenida entonces, Marta Lucía Ramírez, primera Vicepresidenta de la República.