Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
La indiferencia es una de las peores actitudes para atacar una enfermedad, resulta de miedos que no queremos afrontar, y se alimenta de ignorancia por no querer conocer más y reconocer las alucinaciones colectivas de “países democráticos” donde falsas son sus democracias.
Enfermedad: “alteración leve o grave del funcionamiento normal de un organismo o de alguna de sus partes debido a una causa interna o externa”.
Hablemos de enfermedades, de las que hemos padecido y de las que nos da miedo padecer. De las que sabemos poco o de las más frecuentes. De las que están en la sociedad y nos resistimos a ver o de las que un día nos controlan y cambian toda nuestra forma de vivir y ser.
Como no soy médica ni me enfermo constantemente, comencemos a hablar de la gripa, una de las enfermedades más comunes, que casi todas las personas la hemos padecido y por eso conocemos bien sus síntomas: dolor de cabeza, fiebre, escalofrío, tos, mocos, y en algunos casos la falta de apetito. Contrarrestar estos síntomas es sencillo, mucho líquido, agua caliente con limón y jengibre, dormir bien, descansar y permanecer caliente en casa para subir las defensas. Puesto que la gripa es una enfermedad infecciosa de las vías respiratorias producida por un virus que se esparce fácilmente en la sociedad, podríamos decir que es “normal” tener gripa y fácil controlarla.
Ojalá todas las enfermedades se detectaran y combatieran de la misma manera, tuvieran síntomas claros y les pusiéramos la misma atención; pero hay algunas enfermedades en donde los síntomas son silenciosos y pueden pasar desapercibidos, se adentran profundo en nuestro ser, poco a poco nos van invadiendo y un día pueden destruirnos por completo sin habernos dado cuenta. Hay enfermedades, acaso crónicas, a las que nos acostumbramos, y sin darnos cuenta normalizamos hasta que el padecimiento nos puede llevar a la agonía.
Vivimos en una sociedad enferma, en donde lo saludable debería ser vivir bajo el respeto a los derechos humanos, en donde prime el derecho a la vida, a la libertad de expresión, a la educación, al desarrollo de una vida digna y libre de violencias. Lamentablemente los síntomas de esta enfermedad cada día se sienten menos. El dolor de cabeza que puede provocar saber sobre un atentado o un desplazamiento forzado es cada vez más leve y poco los sentimos, la arritmia y angustia que genera la noticia de la masacre sin razón de jóvenes en distintos lugares del país cada vez son más comunes y pierden nuestro interés y se calman cambiando de canal y colocando una película. El miedo y pánico que genera la consciencia del país violento en que vivimos cada día se enreda más entre las deudas y las tarjetas de crédito.
Sin embargo, como toda enfermedad, por más acciones que tomemos para hacernos las y los de la vista gorda, algún día ésta supura y ninguna cura será suficiente para darnos cuenta de la gravedad de nuestra indiferencia, pues la dejamos avanzar sin tratar de detenerla a tiempo. La indiferencia es una de las peores actitudes para atacar una enfermedad, resulta de miedos que no queremos afrontar, y se alimenta de ignorancia por no querer conocer más y reconocer las alucinaciones colectivas de “países democráticos” donde falsas son sus democracias y falsas son sus libertades. Pero sobre todo, la indiferencia, cuando se vuelve crónica, nos lleva a la muerte.
Después de estar varios días con la sonrisa nublada; como dice Piero en su última canción compuesta para Colombia a razón de la muerte de jóvenes en distintos lugares del país las semanas pasadas; después de tener escalofrío al pensar en que los páramos pueden ser destruidos, y después de sentir nauseas por la noticia de que Colombia es el primer país en líderes y lideresas ambientales asesinadas, me doy cuenta que los síntomas de esta enfermedad siguen estando en mi cuerpo, me doy cuenta que la indiferencia todavía no me ha atacado y eso me devuelve la esperanza para poder contrarrestar esta enfermedad que se está apoderando cada vez más de nuestra sociedad.
Si ustedes como yo sienten estos mismos síntomas, o unos peores, quiere decir que nos podemos salvar y aun podemos salir de esta enfermedad. Quiere decir que ahora menos que nunca podemos bajar los brazos y debemos seguir haciendo esfuerzos para mejorarnos, fortalecernos y así nunca más volver a sentir los síntomas de este terrible virus.
Salir de una enfermedad nunca es fácil. Cualquier enfermedad debilita nuestro cuerpo y deteriora nuestros sistemas, sin embargo, algunas de ellas fortalecen nuestra mente y aclaran nuestros pensamientos. Hoy, aunque siento que el cuerpo está cansado de esta violencia sistemática que no para, la mente está más clara para identificar al virus que nos lleva atacando sin parar. Es momento de seguir cuestionando a nuestros gobernantes y de cambiar las clases dirigentes que nos han hecho mucho daño. Es momento de romper con los ídolos que nos han polarizado, debilitando nuestras defensas, es momento de creer nuevamente en el poder de las masas para construir una sociedad en donde nuestras diversidades, nuestras múltiples opiniones y formas de ser sean respetadas y tengamos la posibilidad de vivir en un país que respeta la vida.
Para estos síntomas, recomiendo algunas formas de contrarrestarlos:
- Si sus hombros se caen, encorva la espalda y le duele el pecho cuando escucha que un nuevo líder o lideresa social fue asesinada, busque información sobre esta persona. Esto nos ayudará a no estigmatizar su historia y nos permitirá conocer cuál era su opinión y su defensa. Posiblemente de esta manera encontremos puntos en común con estas personas y de esta manera no nos dará miedo apoyar su lucha.
- Si le duele el corazón y le da taquicardia cuando escucha que asesinan a niñas, niños y jóvenes sin ninguna razón, documéntese sobre el contexto de estas personas, conozca sobre el pasado de estos lugares, ciudades o pueblos y haga un seguimiento a estas noticias. De esta manera es posible que los síntomas sean más dolorosos como tal vez lo será la indignación. Algunos días podrá sentir desorientación y desesperanza, pero es posible que al leer y documentarse encuentre las causas de una enfermedad que está atacando a los más vulnerables.
- Si le da vacío en el estómago cada vez que ve el noticiero o lee el periódico y encuentra un nuevo caso de corrupción o de impunidad, no lo deje pasar, que ese vacío en el estómago se incremente y se convierta en una acción colectiva, en conversaciones con su círculo social cercano, con su familia. Es posible que después de esas conversaciones alguna persona cercana se aleje pero es posible también que sus ideas estarán más claras y podrán verse reflejadas en las urnas, en el momento de ejercer nuestro derecho al voto.
- Si la memoria le está fallando y es de las personas que cada cuatro años se arrepiente de su voto, recuerde que ser colombiana o colombiano no es solo ponerse la camiseta al ver partidos de fútbol o desayunar arepa y que su plato favorito sea el ajiaco o la bandeja paisa, es por eso que se creó el Centro de Memoria Histórica, para que nunca se nos olvide nuestra historia, para que la falta de memoria no sea una excusa en el momento de regalar nuestro único momento democrático de elegir las personas que no representaran en el siguiente periodo.
Sanar y transformar nuestra sociedad es responsabilidad de toda la ciudadanía a la que todavía la indiferencia no la atacado. Combatir los síntomas con acciones concretas y con aprendizajes de enfermedades pasadas para que no se repita la enfermedad debería de ser la lección. Aún no hemos muerto todas las personas que componen nuestro país, aún hay esperanza, no la dejemos acabar.