Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Un fenómeno se define en el diccionario como algo “extraordinario y sorprendente”. Eso es Francia Márquez en la política colombiana. Una mujer negra -léase afrodescendiente- que viene del Cauca, un territorio que ha sufrido en carne propia los estragos del conflicto, los dolores de las armas, de la exclusión social.
¿Cómo logró esta mujer ser la tercera persona más votada en las consultas presidenciales del pasado domingo? En un país que sólo ha conocido liderazgos blancos, masculinos y bélicos, Francia Márquez es una excepción notable entre las figuras que se disputan el poder de la silla presidencial.
Lo logró porque representa a otros sujetos que nunca han estado representados en la política colombiana, y me atrevo a decir, en la política latinoamericana. Representa los sueños de muchas personas históricamente excluidas de la esfera pública, de mujeres como yo, extranjeras, migrantes, de izquierda. Representa eso que nos gustaría ver en el poder: una mujer que habla de la vida, de la tierra, de terminar con la guerra, de regresar a lo esencial: lo humano.
La política es el campo de las representaciones públicas y de los imaginarios sociales, que se construyen con actos, pero también, fundamentalmente, con palabras. Por cuatro años hemos visto una política de frases cortas, hechas, indiferentes ante el sufrimiento, la pobreza, la pandemia, queriendo silenciar al que piensa diferente.
Hemos tenido que soportar un presidente que habla bien inglés, pero utiliza muy mal el castellano. Explica la economía naranja mezclando jugos y, en lugar de reunirse con los padres y madres de las víctimas de los conflictos, va de madrugada a respaldar la fuerza militar. Un presidente que ha “gobernado” un país siendo la sombra de otro. Al que le importa más tocar la guitarra y cantar en las fiestas, que proponer reformas sensatas y dialogar con los adversarios en el Congreso. Que se opone a los fallos de la Corte Constitucional. Y, ante una pandemia que ha significado una catástrofe económica y una crisis de salud pública, responde con reformas fiscales insuficientes, inadecuadas.
Las votaciones del domingo pasado reflejan el agotamiento de la gente frente a estas representaciones y respuestas de la política tradicional, que en Colombia sólo ha tenido dos claros bandos: el uribismo o las élites (de derecho o de izquierda). Francia no es ni lo uno ni lo otro.
Aliada de un Paco Histórico, que fue el único que tuvo mujeres candidatas presidenciales, Francia tendrá que cuestionar las prácticas políticas anquilosadas de sus colegas de izquierda, si quiere permanecer como esa mujer fresca, brillante, pacificadora, con una visión diferente de la vida y de la política para ser una candidata presidencial con más fuerza en el 2026.
Si Petro gana, lo mejor que le puede pasar a Francia es no ser vicepresidenta, no quemarse en el juego sucio del petrismo y sus compatriotas. Porque ella es un fenómeno propio dentro del Pacto Histórico. Brilla con su propia luz y los colores de sus trajes. Su campaña ha sido única. Me recuerda al primer Obama intentando abrirse campo entre sus compañeros blancos demócratas, enfrentando el republicanismo intransigente y la división de un país también atravesado por el racismo.
Pero lo de Francia es un triunfo doble porque es una mujer. Una mujer que está dando una pelea por distinguirse en un país que, además de racista, es también sexista y muy conservador.
Aunque no se haya declarado feminista, Francia lo es. Apoya la igualdad de género y la no menos controversial despenalización del aborto. Es también producto de la movilización de las mujeres por las causas que nos importan: la paz, la igualdad y la libertad de decidir.
Petro debería estar pensando en ofrecerle un Ministerio acorde con sus ideales y sus capacidades. El que huele a triunfador de las próximas elecciones de mayo debería también estar organizando un gabinete paritario. Si gana, como muy probablemente lo hará, quizás hasta en primera vuelta tendrá que estar a la altura de los urgentes reclamos sociales.
Este no es el país de 1886, 1948 ni de 1991. Es Colombia en el siglo XXI reclamando por la igualdad con todas sus diversidades, manifestándose en las calles a punta de cacerolas por mejores derechos y condiciones sociales. Un país al que ya le han pasado varios acuerdos (y desacuerdos) de paz encima. La gente necesita un Gobierno que represente la mayoría de los intereses de ese país plural transitando a la paz. Ahí está Francia Márquez diciéndolo. Y la gente votándolo.