Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
La rabia, la impotencia y la indignación se generan por ver a todo el aparato de justicia centrado en buscar a quién hurtó el libro de “Cien Años de Soledad” de la Feria del Libro. Señor Fiscal, Señor Vice Fiscal, las mujeres quisiéremos verlos con la misma prontitud y rechazo investigando y sancionando a violadores, maltratadores y feminicidas. Desearíamos ver a la institución volcada a favor de las mujeres.
¿Cómo expresar en palabras la indignación y la rabia sin caer en posiciones fundamentalistas que nieguen la condición humana de los victimarios? ¿Cómo continuar creyendo que es posible un mundo a la medida de las mujeres, cuando hechos como la violación de una mujer en el Transmilenio en la ciudad de Bogotá, nos llenan de rabia, dolor e impotencia? No porque sea el primer caso, seguramente no será el último.
La rabia, la impotencia y la indignación se generan por ver a todo el aparato de justicia centrado en buscar a quién hurtó el libro de “Cien Años de Soledad” de la Feria del Libro. Señor Fiscal, Señor Vice Fiscal, las mujeres quisiéremos verlos con la misma prontitud y rechazo investigando y sancionando a violadores, maltratadores y feminicidas. Desearíamos ver a la institución volcada a favor de las mujeres. Les pregunto: ¿Para Ustedes vale más un libro, que la vida y la integridad de las mujeres?
Tantas “Martas, Elviras, Esperanzas Claudias” habitaron este territorio y, sus vidas y sueños fueron truncados por el odio del patriarcado hacia las mujeres; a ellas no se les permitió elegir, sus cuerpos fueron habitados en contra de su voluntad, fueron humillados, mutilados, violados y sus vidas fueron cercenadas. Pero quizás la gran derrota de los victimarios patriarcales, es que no han logrado arrebatarnos la capacidad de resistir y subvertir, no han amilanado nuestra condición humana. Y…¡Cuantas mujeres, son sobrevivientes de las crueles violencias que se ejercen contra sus cuerpos! ¡Cuantas vidas mutiladas por el solo hecho de haber nacido con un cuerpo de mujer y haberse atrevido a desafiar el orden patriarcal! ¡Tantas lágrimas derramadas en la oscuridad de una alcoba o en el rincón de una cocina! ¡Cuantos gritos y aullidos de auxilio que no encontraron eco! ¡Tanto dolor sobre la tierra de miles y miles de mujeres que exigen el derecho a vivir libres de violencias! ¡Cuantas vidas inmoladas en nombre del amor! ¡Tantas mujeres que siguen creyendo que se merecían la violencia porque infringieron las normas del patriarcado! ¡Tantos varones que continúan creyendo que las mujeres somos de su propiedad y que nuestro cuerpo es un objeto que se toma y se deja!
Cuanta indolencia del Estado colombiano que continúa considerando que los delitos contra las mujeres son de segunda categoría; tanta insensibilidad de funcionarios y funcionarias que aún creen que las mujeres somos las responsables de la violación a nuestros derechos humanos. Cuanta desidia del sistema de justicia que no cumple con sus obligaciones constitucionales e internacionales, y con la debida diligencia o sea prevenir, proteger, investigar y sancionar con oportunidad y eficacia los delitos cometidos en nuestra contra. Tanta falta de sensibilidad y responsabilidad del sistema de salud que considera que la salud es bien transable y no un derecho.
Seguiremos señalando en tono desafiante y decidido el desprecio del patriarcado por las mujeres, no dejaremos de darle nombre a nuestra opresión y subordinación. No son ya “murmullos entre dos en los lugares apartados de las cocinas, ni en los momentos entre una compra y otra en las plazas de mercado, ni ante las azarosas aguas de los ríos, que, espejos ellas, nos han invitado una y otra vez a la reflexión, a hablar entre nosotras de la vida, de nuestros rostros tristes, sometidos, silenciosos que vemos en sus aguas” (Vélez S; Martha Cecilia). Afirmamos ya, no a una sola voz sino a múltiples voces que están surgiendo nuevas formas de violencia en contra de las mujeres, y no porque las formas tradicionales como la violencia física, la psicológica, el abuso sexual, la violación o el asesinato de mujeres por los varones que dicen amarlas, hayan dejado de ser una realidad en la vida de las mujeres.
Las violencias en nuestra contra no debilitarán nuestra voluntad, continuaremos transitando en el re-encuentro con otras mujeres para darnos crédito con la esperanza de que otras mujeres sientan ese crédito como una deuda, como un vínculo por el dolor vivido, por las mordazas que nos inmovilizaban, por las rebeldías compartidas. Continuaremos construyendo la relación crédito- deuda, como expresión de intereses y carencias recíprocas; relaciones en las cuales no exista la necesidad de representaciones sino de representarse cada mujer a sí misma, para no ser delegada sino protagonista, con la esperanza y la pretensión de que las diferencias no sean motivo de exclusiones y separaciones sino que se convirtieran en estilos de vida.
Hoy levantamos nuestras voces airadas para exigir al Estado colombiano el cumplimiento de sus responsabilidades constitucionales e internacionales, no basta con declaraciones y comunicados; es necesario, tener programas efectivos que prevengan la violencia en contra de las mujeres, acciones que protejan su vida y la integridad física, sexual y afectiva; investigaciones prontas y efectivas que protejan los derechos de las mujeres y sanciones que contribuyan a disuadir a los victimarios y a construir simbólicos y prácticas que desnaturalicen la violencia en nuestra contra.
Hemos transitado por un largo camino, pero no se ha puesto fin al sistema social-patriarcal, queda un largo trecho por recorrer, persisten las ganas, los deseos y las rebeldías para lograr un mundo a nuestra medida. Por supuesto, ésta no es una tarea que compete sólo a las mujeres o a sus organizaciones; es necesario que la sociedad colombiana la asuma como su problema… porque de la manera en que lo resolvamos o lo ignoremos, dependerá la estructura y la forma que tenga la sociedad del futuro y la paz.