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Desde el lanzamiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que se establecieron en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible en el 2012, la equidad de género ha ido adquiriendo mayor relevancia en la agenda mundial.
Cada vez más sectores han empezado a comprender que la igualdad, además de garantizar los derechos humanos de todas las personas, tiene un importante impacto económico. Esto se ha convertido en un incentivo para buscar estrategias desde el sector privado que contribuyan a alcanzarla.
A pesar de ello, continúan existiendo barreras que impiden la igualdad de oportunidades entre los hombres, las mujeres y otras identidades que históricamente se han enfrentado a condiciones de desigualdad y vulnerabilidad, como las Lgbtiq+. Barreras que se han agudizado debido a la emergencia social y económica que se generó con la llegada del covid y que han puesto en evidencia la importancia de desarrollar iniciativas innovadoras que integren un enfoque intercultural, ambiental e interseccional en donde el género sea un tema transversal.
En este marco, los inversionistas, mayores movilizadores de capital, han sido llamados a contribuir de manera activa mediante la implementación de inversiones de impacto social.
Todo parte del concepto de inversión sostenible, que aparece en los años 60 como una filosofía de inversión ética. En la década del 90, el sistema financiero de los Estados Unidos lanzó el Dow Jones Sustainability Index, el primer índice global que introduce criterios de sostenibilidad. Le siguieron otros tales como los Principios para la Inversión Responsable (PRI) que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) puso en marcha en 2006. En este panorama, el crecimiento de las inversiones sostenibles ha sido exponencial. Hoy en día el entorno inversionista considera que es indispensable cumplir con los criterios de sostenibilidad ASG (o ESG, por sus siglas en inglés), es decir, realizar inversiones socialmente responsables, donde se considere el cumplimiento de tres factores: ambientales, sociales y de gobernanza.
Asimismo, desde hace un poco más de una década, ha emergido el concepto de “Venture Philanthropy” o lo que se denomina como “inversión por impacto”. Concepto amplificado rápidamente en Europa gracias al trabajo del European Venture Philanthropy Association (Evpa), posteriormente en Asia con el Avpn y hoy en Latinoamérica por Latimpacto.
Este tipo de inversión tiene un enfoque de alto compromiso y de largo plazo a través del cual un inversionista apoya a una organización de propósito social (OPS) para ayudarla a maximizar su impacto social y ambiental con recursos financieros y no financieros. Estas inversiones han tomado prestadas mejores prácticas y la rigurosidad de los fondos de capital de riesgo con el fin de generar cambios sociales, para lo cual canalizan el capital en forma de donaciones y/u otro tipo de mecanismos de fondeo que pueden o no generar retornos financieros, pero priorizando el impacto social.
A la búsqueda del triple impacto (ASG) se le ha estado incorporando un lente de género como parte de la apuesta estratégica de los inversionistas. Según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), este tipo de inversiones pueden realizarse destinando capital para apoyar compañías lideradas por mujeres que incorporen políticas de equidad de género o a aquellas que desarrollen productos o servicios que beneficien específicamente a las mujeres.
Según la encuesta anual de Global Impact Investing Network (Giin) de 2018, a nivel mundial el 70 % de los inversionistas de impacto aplica un enfoque de género en sus procesos de inversión. Solo en la última década se estima que la inversión de impacto en América Latina ha crecido diez veces, alcanzando hasta 25.000 millones de dólares para el 2021. Sin embargo, en esta región solo el 46 % de los inversionistas de impacto invierten en empresas de mujeres o lideradas por mujeres, mientras que el 58 % dirige sus fondos a empresas con políticas internas de igualdad de género y el 50 % invierte en empresas cuya actividad beneficia principalmente a mujeres y niñas.
Si bien los criterios de inversión por o con impacto han contribuido al cierre de brechas, es necesario examinar cómo estos se pueden potencializar para crear mayor impacto en el corto, mediano y largo plazo, de forma que se genere “valor compartido”. En este sentido, los inversionistas que decidan empezar a incorporar un enfoque de género en sus políticas podrán también generar un mayor impacto, un cambio social y/o ambiental, y un retorno financiero.
Para ello, es fundamental comprender que el lente de género va más allá de sumar mujeres a los equipos; se trata de comprender que invertir en las mujeres es atender necesidades particulares; es medir el impacto que podría tener para todos los actores de la cadena de valor la inclusión de ellas en condiciones de equidad; es avanzar un poco más rápido en la construcción de una mejor sociedad.
Promover inversiones de impacto con enfoque de género es una herramienta poderosa que tiene un impacto positivo medible en el cierre de brechas para las mujeres, además de generar crecimientos significativos en la economía global. Invertir en las mujeres es un negocio rentable, sostenible y una manera de generar una sociedad más equitativa para las generaciones futuras. En pocas palabras, es un proceso que hoy, más que nunca, debe ser imprescindible a la hora de comprometer un capital.