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Uno de los efectos más perversos de la controversia sobre la cartilla del Ministerio de Educación es que contribuye a la trivialización y caricaturización de los estudios de género. Esta situación solo alienta más la polarización
Uno de los efectos más perversos de la discusión sobre la cartilla del Ministerio de Educación es que contribuye a trivializar y caricaturizar los estudios de género. Sea que uno esté de acuerdo o no con la categoría de análisis género y su utilidad para identificar nodos y estrategias de discriminación, no se puede desconocer que detrás de la misma hay un cuerpo de conocimiento que ha sido construido con rigor.
Como sucede en todo campo académico, las definiciones de género son variadas y su relación con la categoría sexo no es unívoca (si quieren ahondar en este terreno, aquí va un link a un artículo del cual soy coautora). Por ejemplo, para algunos académicos el sexo es un dato biológico inmodificable que se traduce en unas expectativas y posicionamientos sociales determinados llamados género. Si tengo unas genitales femeninos (sexo), la sociedad esperará que me case con un hombre, tenga hijos, me guste la vida doméstica y deje mi trabajo para criarlos, mientras mi marido mantiene sus actividades laborales, etc. (género).
Para otros estudiosos del tema, sexo y género tienen una relación bidireccional, de manera que cómo entendemos el género define lo que consideramos sexo. Así, como la sociedad espera que cierto grupo de personas que tienen ciertas características físicas se comporten de cierta manera, el género crea el sexo. Por ejemplo, si tengo voz aguda y no soy acuerpada, la sociedad me asigna ciertos comportamientos que luego serán traducidos como lo que es una hembra y lo que constituye lo femenino. De esta forma, el sexo y el género son maleables y se constituyen y reconstituyen mutuamente.
En el campo del derecho se puede evidenciar la relación sexo/género en acción. Basta pensar en el régimen de incapacidades del derecho civil colombiano, cuyo principio estructurante, entre otros, era la díada hombre/mujer. Ya sea que el sexo se entienda como un dato biológico o una construcción social, el pronunciamiento del médico sobre el sexo del recién nacido implicaba un nacimiento a la vida jurídica por medio de la aplicación de un régimen jurídico diferenciado. Ser pronunciado hombre significaba la ausencia de cortapisas en la vida del derecho público y privado, salvo la minoría de edad. Ser mujer significaba una serie de limitaciones que ubicaban a las mujeres en una posición de vulnerabilidad y dependencia de sus padres, hermanos y maridos.
Esta situación no es un dato histórico centenario. Mi abuela y mi madre nacieron bajo ese régimen jurídico. Mis hermanas nacieron bajo el imperio de una ley que no le permitía a mi madre tener la patria potestad sobre ellas y mi madre se casó bajo un régimen que le daba a mi padre la potestad marital sobre ella. Solo hasta el Decreto 2820 de 1974 el Estado Colombiano le dio plena igualdad a las mujeres en estos aspectos.
Hoy en día el pronunciamiento del médico parecería haber perdido tal poder. No obstante, este sigue siendo un dato determinante para organizar lo que jurídicamente se entiende como familia y pareja. De ahí que este evento siga teniendo tal poder simbólico y jurídico y que los estudios de género sigan siendo pertinentes para su comprensión y análisis.
En este sentido, el estudio de la relación sexo/género es importante, por cuanto nos permite entender que la determinación de su significado no es una cuestión neutra que solo tiene implicaciones en el mundo de lo íntimo y personal. No, todo lo contrario. El estudio del derecho nos demuestra cómo las categorías sexo/género han sido un dispositivo poderoso para legalizar la discriminación, de ahí que en ciertos contextos, estas deban ser consideradas unas categorías sospechosas.
También, hoy en día la relación entre sexo y género es la base de las acciones positivas y de los enfoques diferenciales. Aunque yo he sido una de las críticas de la extensiva utilización de estas categorías para solucionar dilemas de reconocimiento y discriminación, no por eso desconozco la seriedad con que los estudios de género se han ocupado de esta reflexión.
Por ejemplo, nunca he sido muy partidaria de leer el conflicto armado colombiano en clave de hombre/mujer, por cuanto el entendimiento que tenemos de la categoría mujer en la sociedad colombiana aún es muy reducido y genera lecturas parciales de los daños que estas sufrieron en ese contexto. Sin embargo, no por ello me tomo menos en serio lo que los estudios de género tienen que decir sobre este punto, todo lo contrario, estudio y debato. Esa es mi invitación a todos los que están en contra y a favor de las cartillas: estudien y debatan. De la trivialización y la caricatura solo queda la polarización.
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